Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XXVII

N

os hemos referido al inicio de la gran amistad que se profesaron Carlos Arruza y Manuel Rodríguez Manolete y de su tácito acuerdo –jamás escrito, pero siempre respetado–, algo por demás extraño entre matadores de postín y, por si fuera poco, en ocasiones no del todo comprendido por periodistas, cronistas y aficionados, por aquello de las pasiones que antaño le eran tan propias a la hermosa fiesta y que hoy día son tan ajenas por la simple y sencilla razón de que no hay matadores que puedan encender así los ánimos, ya que están más huecos que un carrizo.

Es la neta.

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¡Qué año!

Sí, 1945 fue uno de los mejores años de Carlos en España. Si su nombre ya sonaba y se cotizaba entre los grandes de coleta, la acumulación de fechas llegaría a ser histórica y antes de seguir con estos relatos, no resisto el deseo de adelantarme y referirme a esos números:

112 corridas y 219 orejas.

¿Algunos de los matadores mexicanos que hoy día presumen de quién sabe qué tantas tonterías pueden ufanarse de haberse vestido de luces en plazas europeas en 108 tardes?

Ni en sueños…

En fin, volvamos a las letras.

Llegó la fecha de la presentación en la Plaza Monumental de las Ventas del Espíritu Santo (Madrid) y don Andrés Gago, apoderado que fuera de Carlos por muchos años, le dijo que debería hacerlo con un corridón que asustara a la gente y a los toreros (incluyendo a nuestro biografiado), con lo cual quedaría plenamente establecido que era un matador de época, capaz de salirle al más pintado, lo que no acabó de convencer a Carlos, máxime al enterarse que el encierro que consideraba don Andrés sería de la ganadería de Pablo Romero.

El apoderado, en ánimo de no dejar que el paisa dudara, le habló así: “Mira, en pocos días Manolete va a venir con una corrida bien apañadita y a su gusto y como estoy plenamente convencido que con lo grande vas a triunfar en grande, te vas a colocar como el número uno y las empresas van a hacer cola para que les firmes cuantos contratos te dé la gana”.

Mayo 24, 1945.

El anuncio de que Carlos había pedido una corrida bien servida de Pablo Romero, estremeció a la afición madrileña que no daba crédito a ese genial golpe publicitario (los payasos creativos de hoy día dirían de marketing), pero el caso que, obviamente, a Carlos no le calentaba ni el sol, pero en fin, tragó sapos los días anteriores al festejo, en el que alternó con Pepe Bienvenida y El Choni.

Por fortuna, todo fue un éxito con esos torazos. Con su primero, más grande que el Everest, dio una vuelta al ruedo con nutrida petición y a su segundo sí se la tumbó y, por cierto que al salir esa monada al ruedo un idiota de esos que nunca faltan le gritó: “oye, niño, con ese toro quiero ver el ‘telefonito’, ese que dicen haces”.

A la mitad de la faena, tenía puesto el codo en el testuz del animal –ante el asombro general– y cuando llegó al burladero le dijo, en un tono por demás amable: está usted servido.

¡Torerazo!

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Y lo que se desató.

Cuánta razón le asistió a don Andrés Gago, ya que su torero era el centro de todas conversaciones: que esos gestos ya no se veían en las figuras de aquel entonces, que era poseedor de un enorme par de riñones, que dónde estaba el guapo que exigiera una corrida como la de Pablo Romero y, sincero como siempre, Carlos declaró que todo el mérito era de su apoderado, ya que él ni en sueños hubiera pedido una corrida así.

Y a sumar se dieron.

Toreaba casi a diario, con éxitos que eran ya un montón y apenas transcurridos 45 días de su presentación en la Iberia sumaba ya 45 festejos y el 24 de junio –transcurrido un mes exacto de su hazaña– reapareció en Madrid para tomar parte en la corrida del Montepío de Toreros, alcanzando un sonado éxito al cortar las orejas de sus dos toros de la ganadería de don Manuel González, saliendo en hombros de la monumental madrileña, convertido ya en héroe, mucho más allá de todo lo explicable.

Y más lo fue.

En Barcelona toreó con Manolete y en Alicante también, y si no hubiera sido por Carlos, quién sabe lo que hubiera sucedido.

Fue un milagro…

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Viejo odioso.

Ni modo, hay que cortar.

(AAB)