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Ver día anteriorDomingo 10 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La primavera árabe en su fase actual
L

a etapa actual de la llamada primavera árabe parece dar razón a los temerosos de los cambios sociales. Pero los levantamientos de los pueblos no son eternos ni los procesos que inauguran son rectilíneos ni ascienden permanentemente hacia una cada vez mayor democratización de las sociedades. Son estallidos excepcionales que cambian violentamente la relación de fuerzas entre las clases y sectores sociales, dejando un sedimento de conquistas y cambios en las mentalidades. Se caracterizan por reflujos y zigzagueos que pueden abarcar decenios. La república revolucionaria francesa de 1793, por ejemplo, fue remplazada en pocas décadas, primero, por el imperio napoleónico y, después de éste, por la restauración monárquica que se hundió con las revoluciones de 1830 y 1848, que abrieron paso nuevamente a la república…

Las sociedades con fuerte base campesina e incluso tribal están muy lejos de ser monolíticas. Son abigarradas y, aunque sean capitalistas, tienen peculiaridades determinadas por la historia particular de cada región, por sus tradiciones culturales y políticas, la existencia o no de una centralización por distintos tipos de estados, la subsistencia de regionalismos consolidados, los diferentes grados de desarrollo histórico, económico y cultural, la composición étnica de cada país y de cada región, los modos distintos en que en un mismo territorio se combaten diferentes religiones y culturas.

En esos países el peso desproporcionado del aparato estatal esencialmente represivo y burocrático da a éste una fuerte tendencia al comportamiento autocrático, reforzado por la dependencia del capital extranjero y de las grandes potencias que inciden mucho más en la economía y en la política nacional que las debilísimas clases capitalistas locales.

En la lucha por modernizar el país mediante una nueva revolución francesa derribando las autocracias corruptas y represivas, siempre se movilizan y sublevan primero los sectores modernos urbanos (estudiantes, jóvenes urbanos desocupados, obreros sindicalizados y clases medias golpeadas por la crisis económica), como sucedió en Túnez contra Ben Alí. Esos sectores arrastran de inmediato consigo a parte de la burguesía comercial y otros descontentos de diferente tipo. La rebelión une las protestas tribales, regionales y religiosas porque las autocracias (como el sha de Persia, Mubarak en Egipto, el tunecino Ben Alí, el libio Kadafi, el régimen sirio de los Assad) intentaban una modernización por arriba tecnocrática y capitalista, fundamentalmente laica, que chocaba con las tradiciones comunitarias, solidarias y de ayuda mutua que desde hace siglos adoptan en la región una arraigada forma religiosa, musulmana o, como en Egipto, también cristiana copta.

Dada la debilidad del Estado central, el islam tejió también una comunidad basada en múltiples lazos (escuelas y universidades coránicas, dispensarios, círculos de ayuda mutua) que es, en cierta medida, paralela al Estado y también lo penetra e infiltra. La jerarquía burguesa y conservadora de esa comunidad, arrastra de ese modo numerosas capas rurales y en los sectores urbanos más pobres.

La primera ola democratizadora logra derribar a la dictadura encabezando de hecho la nación en esa lucha. Pero, carente de dirección y programa propios debido a la debilidad del movimiento obrero y a la falta de tradiciones políticas revolucionarias, aunque puede influir sobre los grados inferiores del ejército, ni lo liquida ni construye un nuevo Estado. Eso permite la reconstrucción de los mandos militares, depurados de los agentes más odiados de la vieja autocracia, y da al ejército el papel de mediador mientras da tiempo para la reconstrucción del orden capitalista con la intervención del imperialismo, que busca reforzar el nuevo grupo gobernante para evitar que el mismo sea desbordado por la izquierda.

La posterior normalización mediante elecciones, cuando no hay partidos, salvo los tradicionales de la burguesía comercial o grupos con funciones de partido como las jerarquías religiosas y la burocracia sindical, prepara un reflujo social apoyado en los sectores más atrasados de la población, deja en minoría a quienes derribaron la dictadura y les obliga a buscar aliados en sectores nacionalistas del ejército y en las burguesías liberal y comercial, laica o cristiana.

En algunos países como Egipto, con mayores tradiciones estatales desde Mehmet Alí en el siglo XIX, eso conduce a un gobierno militar, neoliberal y apoyado en el imperialismo, cuya existencia misma divide a los sectores democráticos y progresistas, pues una parte de éstos cree que el poder castrense les defiende del gobierno teocrático de los Hermanos Musulmanes. De esta forma todo parece llevar a la reconstrucción del poder y del Estado que la primera ola democrática había gravemente dañado…hasta que la crisis conduce a los revolucionarios a elaborar un programa y una estrategia.

Eso les permitirá establecer nuevas alianzas que incluyan una parte de los campesinos y aprovechen la brecha en el campo capitalista abierta por los conflictos entre los militares y su grupo de apoyo, y los sectores comerciales y liberales de la burguesía o grupos regionales o religiosos, como los cristianos coptos, con base urbana tradicional. La primavera no muere: puede también dar paso a un nuevo proceso, marcado por la inestabilidad permanente, el empate entre las clases y subsectores sociales y nuevos impulsos y estallidos sociales a mediano plazo.

Mientras tanto, el primer plano de la escena lo ocuparán las fuerzas represivas, el imperialismo y las fuerzas religiosas reaccionarias que, en nombre de la gloriosa historia árabe, quieren canalizar el repudio al capitalismo de las masas campesinas ofreciéndoles como futuro la perspectiva medieval de un nuevo califato. Pero debajo de esa fachada cava el viejo topo.