Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de julio de 2014 Num: 1009

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La balada de
Gary Cooper

Guillermo García Oropeza

El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez

Vista de la Plaza
Río de Janeiro

Leandro Arellano

Querido Prometeo
Fabrizio Andreella

El Canal de Panamá:
una historia literaria

Luis Pulido Ritter

Borges y Pacheco
Marco Antonio Campos

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
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Ricardo Venegas
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Dagas y puñales en la lengua

La polémica decisión de Conapred de sancionar y al mismo tiempo defender ante la FIFA el uso del vocablo “puto” en los estadios de futbol, con una suerte de doctrina que predica pero no practica, ha despertado las heridas de muchos sectores de la sociedad. El Corominas menciona que es un vocablo italiano antiguo (putto), que equivale a “muchacho”.La RAE advierte que uno de sus usos es: “Hombre que tiene concúbito con persona de su sexo.” A simple vista, la palabra parece inofensiva, pero es en la última acepción en donde la controversia se ha enfocado. A nadie le es ajeno que miniaturiza a quien se le adjetiva como tal. Lo curioso es que en algunos diccionarios sólo aparece “puta” y no “puto”, como forma de reivindicar la visión varonil de la cultura, y en este caso de la lengua.

A muchos nos les parece tan grave su uso, pues al radicar en lugares en donde decirle “puto” a alguien parece tan cotidiano y llevadero, es  nada frente a una mentada de madre, verbigracia. Hay quienes sostienen que los partidos son más amenos y que el grito de marras ha contribuido a la unidad nacional. Algunos aficionados aseguran que no se trata de una ofensa; “es más un desfogue en el momento”, afirman categóricos.

Hay preguntas que saltan al meditar el uso de aquella voz. ¿Por qué depositar la imagen del país en los gritos de unos cuantos?, ¿serán éstas las primeras veces que la afición mexicana grita “puto” a todo pulmón? Sabemos que no, y es tanto como prohibirle el temperamento a alguien, o bien, responsabilizar a todos los mexicanos por los gritos de unos cuantos pudientes –y algunos que obtuvieron su boleto a cambio de una corcholata– con alma de verduleros (y hay vendedores de legumbres más educados que muchos que presumen sus títulos universitarios). Por lo tanto, sancionar esto es una medida tan hipócrita y falaz como la prohibición del uso de la minifalda. Una palabra como “puto” en México (quizá variante de “hecho en México”), que ha alcanzado ya la polisemia (puto es el hombre que anda con muchas mujeres, al que le gustan los hombres, el cobarde, el indeciso, el equivalente a una fémina, el rival al que se descalifica, aquel a quien simplemente se quiere minimizar o empequeñecer) será difícil de erradicar, y por ello imposible borrarla del florido léxico del mexicano. Ha echado raíces tan profundas que incluso en una celebración se escucha “a huevo, putos” como símil de “claro que sí, amigos”.

Lo extraño es que, al asumir este vocablo como un insulto, haya quienes reclamen sus derechos como si hablaran en nombre de la humanidad. Lo cierto es que hay feminicidios, secuestros, ejecuciones, abusos, maltratos, desapariciones forzadas para las cuales no es necesario pertenecer a un sector  determinado.  ¿No sería más sencillo, incluyente y justo defender la vida y la dignidad del ser humano, del mexicano, tanto de los insultos como de la delincuencia?