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La michoacana, de 81 años, fue reconocida como Tesoro Humano Vivo por el Conaculta

Si se quiere a una hija, se le debe enseñar a cocinar: Timotea Rangel

Los sabores de la comida han cambiado, desde que era niña, señala quien dice ser del volcán Paricutín

Venderla me divierte y conozco gente... quien quiera probarla tiene que ir a Caltzontzin, afirma

Enviado
Periódico La Jornada
Lunes 23 de junio de 2014, p. a16

Uruapan, Mich., 22 de junio.

Los sabores de la comida han cambiado desde que yo era niña, desde que me enseñó mi abuelita, expresó en entrevista Timotea Rangel Galván, de 81 años de edad, quien vive en Caltzontzin, pero nació en las inmediaciones del volcán Paricutín, que antes era muy bonito, pero ya no, porque había árboles frutales de durazno, pera... hasta tejocote.

Timotea recibió este domingo la distinción como Tesoro Humano Vivo, que reconoce una vida entregada a una actividad popular creativa, en este caso la cocina tradicional, otorgada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), por medio de su Dirección General de Culturas Populares, y la Secretaría de Desarrollo Social, en el marco de su Cruzada Nacional Contra el Hambre.

En la Plaza Central, en medio de una lluvia pertinaz, Timotea agarró con fuerza su diploma y las manos le temblaban. Los nervios se apoderaron de ella. Tan sólo soltó una palabra siempre presente en sus labios: Gracias.

En entrevista, recordó que de niña la tierra temblaba. Mis tías se hincaban y yo no. Así era en el volcán.

Su abuela y esas tías le enseñaron a cocinar entre movimientos de tierra. Hacíamos un guiso con chilacayote que mi abuelita llevaba. Se parte en cuadritos y queda muy sabroso. Se le echa maíz molido y con eso se espesa, más cebolla. Lo importante es que no se cueza demasiado.

Cosas de mujeres, su abuelita le enseñó también a tejer. Mostró sus prendas, su falda de lana y algodón. Ella me hacía muñequitas, pero no de trapo, sino de hoja de elote. El cabello era de elote. Y ya jugábamos. Me enseñó a hacerle su ropita, y así me enseñé a hacer esto. Ahora ya no puedo hacerlo igual, porque ya no veo bien. Son faldas plisadas, caras. A veces me iba a Cherán a que me prestaran dinero para hacer mis prendas, para luego vender. Todo se alisaba con agua, nada de planchado. El sol debe secar los pliegues. Para que quede igual de todos los lados se estira. Todas las formas de tejer tienen su nombre en tarasco, que es rollo plisado de paño negro. Cuesta trabajo. Hay quienes se dedican a hacer esto, pero no lo hacen como yo.

Lamentó que los jóvenes ya no quieran aprender a tejer y a cocinar. Ya no les gusta. Compran su pantalón. Siento que esto se puede perder. Ahora se puede ganar más, porque cuando yo empecé me pagaban 10 pesos por una prenda. Me han llegado a pagar 600 pesos por una prenda, que tarda en hacerse ocho días. Si uno se aplica, puede acabarse en tres días.

Otro problema es que no la dejan vender. Nadie la apoya. Transportar su comida y parrillas sale caro. La gente regatea el precio de la comida. Y le tienen envidia. “Sólo venimos el 16 de septiembre y en Semana Santa, pero quienes venden aquí se enojan. De niña yo vendía flores. Vender comida me divierte y conozco gente. Ahora traigo choripo, que es caldo de res. Mi abuelita hacía cecina. Un problema es que aquí hay mucho mosco y hay que espantarlos. En las bodas se comen corundas. Me quedan bien las tapas de nopales con arroz. Con este platillo gané el primer lugar en un concurso aquí, en Uruapan. Sabroso es la calabacita con cilantro, cebolla y queso. No trabajo en las fiestas, sólo ayudo. A una llevamos 90 kilos de masa para hacer tortillas. Fue muy pesado. Fue mucha chinga.

Foto
Timotea Rangel también sabe tejer, aprendió de su abuela. Hay quienes se dedican a eso, pero no lo hacen como yo, señalaFoto cortesía Conaculta

Los hongos me gustan mucho. Hay unos que se dan abajo de los árboles. Hay unos que me dan miedo y por eso hay que comprarlos con quien sabe. Hay un quelite que le llaman lengua de vaca, que es largo. Se da en las orillitas de las milpas. Sabe tantito como a nopalitos. Bien sabroso.

Dijo que la mujer que no sabe hacer de comer es porque no le enseñaron. Eso está mal. De niña yo rezongaba, pero si se quiere a una hija se le debe enseñar. Mi mamá vivió 103 años. Se va una quedando sola.

Una cocina no estorba

La noticia del premio como Tesoro Humano Vivo llegó como una sorpresa nefasta. Mi esposo me dijo que me estaban llamando de la comisaría. ¿Qué hiciste? Yo le respondí que nada. Fui porque a nadie le falté. ¿Por qué me mandan llamar? Me han dado otros premios, cucharas. En Caltzontzin prometieron poner una cocina, pero no lo han hecho. Una cocina no debe estorbar. Yo creo que me tienen envidia. Aquí traje chilito en corunda, atajo de nopales y mole, pero no nos dejan vender. Es barato, de a 35 pesos el plato. Las quesadillas las hemos vendido a tres por 20 pesos. Claro que me gustaría tener más dinero, ¿pero qué hace uno? Quien quiera probar mi comida tiene que ir a Caltzontzin. Vendo en mi casa. A los muchachos no les puedo enseñar, porque no lo aceptan. Que si lo hago picoso. Compran su jamón. Creo que hay que comer lo que uno aprende a hacer, como un atole de maíz quebrado. Un problema es que me caí y me lastimé el hombro. No tengo seguro, sólo seguro popular, pero es mucho trámite. Quiere el doctor que me quede quieta, pero no puedo. Tengo que trabajar y cuidar gente. Tengo que hacer pan, atole negro, que es con caña seca, piloncillo. Eso y tamales con carne de puerco. Yo soy del volcán, del Paricutín.