Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de junio de 2014 Num: 1007

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La narrativa íntima
de Aline Pettersson

Nadia Contreras

Cinco poetas
novísimos de Morelos

El cáliz como redención
Ricardo Venegas entrevista
con Ricardo Garibay

Roberto Saviano:
el triple cero del
narco neoliberal

Fabrizio Lorusso

Una memoria prodigiosa
Fabio Jurado Valencia

El muerto
Manolis Anagnostakis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De paso
Mario Fuentes
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
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La Jornada Semanal

 

La fantasía subvertida

Luis Guillermo Ibarra


El mundo de afuera,
Jorge Franco,
Alfaguara,
México, 2014.

El más reciente Premio de Novela Alfaguara le ha sido concedido al escritor colombiano Jorge Franco por esta novela. El autor conoce de sobra los registros del mercado literario. Su novela Rosario Tijeras (1999) tuvo una recepción inusitada en Colombia y otros países de Latinoamérica y se incrustó, rápidamente, en ese canon representativo de novelas sobre la violencia demoledora de su país.

Medellín es, de nuevo, el centro de ese mundo recreado por el escritor. Si su novela Rosario Tijeras estaba situada en el mundo violento que vivió la ciudad en los años ochenta, en esta narración descorre el velo de los inicios de esta época de terror. Es 1971 y esta ciudad aún parece idílica, lejana a la explosión que se viviría años después.

Franco presenta la historia de un mundo de contrastes, bordeado por la fantasía y las ineludibles escenas de violencia, encarnadas, sobre todo, en un discurso que se traduce en muchas ocasiones en humor negro. Basada en una historia real, a partir del caso de secuestro de don Diego Echavarría Misas, en la novela se desarrolla una historia de mundos narrativos que se entrelazan por medio de los deseos y los planes de los personajes. La mirada que descubre el objeto deseado, la planeación de un delito, un secuestro, el escape hacia nuevos espacios, son bisagras activas que borran la línea divisoria entre la fantasía y realidad.

Los personajes van anclando sus pasos hacia un camino que desconocen y que borra las huellas de cualquier destino final anticipado: don Diego, un germanófilo y tranquilo Fitzcarraldo, que ha levantado un monumental castillo en Medellín para vivir con Dita, una mujer alemana que huye de su tierra natal; Isolda, un personaje que vive encerrado en el castillo y aprovecha cualquier lapso para escapar al bosque; y Mono, el líder de una pandilla de delincuentes, que vive enamorado de ella.

Franco ha decidido abordar los elementos de la literatura fantástica para lograr inusitados efectos de suspenso. Funde así los ecos de la fantasía en los moldes de un mundo real, generando una estructura y una trama textual en la cual quedan sujetas todas las complejas conductas de los personajes. Si por momentos hay “un mundo fantástico desestabilizador”, éste va situándose poco a poco en las vetas de un mundo realista y tangible, volcado en los abismos del diálogo y en la destrucción de ese universo construido en un principio.

Una de las claves de Jorge Franco es haber representado un mundo idílico y lejano, en el que caben los elementos de la violencia y de la inocencia como parte distintiva en la historia de toda región, en este caso Medellín. 

Las piezas del rompecabezas narrativo de la violencia colombiana siguen creciendo, representado los pilares del origen de ese mundo subvertido y aún presente.


Huerta, el imperecedero

Ricardo Guzmán Wolffer


Transa poética,
Efraín Huerta,
Era,
México, 2014.

Más de treinta años después de su primera publicación, reaparece esta “antología personal” de parte de la amplía producción de Huerta, recordado por muchas generaciones como uno de los poetas que permeó entre los lectores de todas las latitudes literarias en México.

El título, como muchos poemas de Huerta, lleva el doble juego que en los poemínimos encontraría el nicho perfecto para desarrollarse: tanto hay una trampa (una transa), como una ilegalidad (una transa), pero con límites poéticos. Entrampa al lector por imponerle los poemas escogidos, rescatados, muchos dedicados (y, quizá, muy logrados precisamente por el destinatario original: Paz, los Carpentier y más), donde hay poco de humor y mucho de calidad. Pero la transa principal reside, según aclara el propio Huerta en el prólogo, en haber dejado sin fecha los poemas, para ver si se sostienen en el tiempo. La propuesta misma es un embuste: más de treinta años después funcionan poéticamente.

Como en otros poemarios de Huerta, aquí brota la veta de la prosa escondida en el hilar de la lírica para allegarse de una impresión de lo inmediato. Muchos de los poemas de Huerta podrían ser cuentos o crónicas, pero es la intención de llevar la poesía a los lugares más contiguos lo que hace recordables sus creaciones. En “Almida de los viejos bares” nos da un rápido paseo por las cantinas del Centro para concluir con la necesidad de estar cerca de la poesía; esa vena del poeta cronista también aparece en “Barbas para desatar la lujuria” y de nuevo el Centro y sus lugares llevan al poeta al recuerdo para asentar esos momentos, con la rítmica de insertar onomatopeyas para enfatizar la lectura en voz alta de esos poemas que suenan mientras se leen en silencio. Si bien no es la intención hacer un poemario con tendencia humorística, como en otros, donde los micropoemas llevan a la sonrisa, este poemario personal saca las constantes del autor: el humor soterrado, la tendencia del Eros burlado, sublime y sublimado, la ciudad que lo marca para obligarlo a nombrarla, los amores escondidos, la prosa dúctil que hace del papel un tranquilo río que no se detiene, e incluso muestra sus lecturas, algunas explícitamente (Virginia Woolf) y otras escondidas en referencias, y, por supuesto, alguna crónica de sus muchos viajes.

La vigencia del poeta es evidente: ahora, ante la polarización de la sociedad mexicana, funciona la llamada a amar a la patria que desglosa. Si bien el poemario es reducido, incluye una buena muestra de las temáticas de Huerta, que cada lector escoja sus preferidos. Huerta, además de culto, nos habla de las formas y lo inmediato, pero permite advertir el registro de una sociedad que tiene las referencias de cada época y que Huerta inscribe en sus viajes interiores.

Un libro muestrario para recordar al Huerta que no se va. Un libro para introducirlo a las nuevas generaciones. Un libro que conmemora el peso de esa poesía que sigue funcionando.


Casa para desterrados

Antonio Soria


México París, capital del exilio,
Varios autores,
Fondo de Cultura Económica/Casa Refugio Citlaltépetl,
México, 2014.

Los poco menos de mil folios de los que está compuesta la presente edición de dos volúmenes –uno titulado México, capital del exilio, otro cambiando México por París–, involucraron a una enorme cantidad de colaboradores, dirigidos –así dice la edición, no coordinados– por Philippe Ollé-Laprune. Por la naturaleza de la obra, de mínima justicia es mencionarlos a todos, y se hace en el orden dispuesto por los propios editores: para el “capítulo” México, Fabrizio Mejía Madrid –autor del prólogo–, Tomás Granados Salinas, Fabienne Bradu, Gonzalo Celorio, Ricardo Cayuela, Rafael Barajas el Fisgón, María Magdalena Ordóñez Alonso, Jorge F. Hernández, Mauricio Mejía, Tanya Huntington, Renata von Hanffstengel, Myriam Moscona, Carlos Martínez Assad, Sergio Hernández Galindo, Kristina Pirker/Omar Núñez Rodríguez, Miriam Morales Sanhueza, Rolo Diez, Marcela Dávalos, José Manuel Prieto, Carlos Pereda, Jacques Serena, Patrick Raynal, Annie Cohen, Olivier Maulin y Patrick Deville. Para el “capítulo” París, Pierre Assouline –autor de la introducción–, Sarah Frioux-Salgas, Joulsy Lamko, Daouda Ndiae, Arno Bertina, Benjamín Stora, Tahar Bekri, Olga Artyushkina, Sarah Carton de Grammont, Malgorzata Kobialka, Laure Hinckel, Jean-Pierre Hassoun, Dominique Jarrasé, Bruno Tackels, Ana Martínez Rus, Mariana Bustelo, Francisco Godoy Vega, Pedro Ángel Palou, Bertrand Rosenthal, Anne Raulin, Enrique Serna, Francisco Hernández, Mauricio Montiel Figueras, Margo Glantz y Jaime Moreno Villarreal. La investigación histórica del segmento México estuvo a cargo de Mejía Madrid, mientras la correspondiente a París lo estuvo de Paula López Caballero y María Virginia Jaua. La respectiva investigación iconográfica es responsabilidad de Guilén Torres y de Pablo H. Gázquez. Adriana Romero Nieto fue la coordinadora editorial, León Muñoz lo fue de arte y diseño, y los autores agradecen –seguramente por cuestiones pecuniarias–  a la Comisión del BI100 en Ciudad de México, así como a La Maison des Écrivains et des Traducteurs (MEET) de Saint-Nazaire.

El propósito de esta gruesa edición queda claro en el breve y económico título de la misma, pues se trata de dar cuenta de una condición/característica que ha distinguido a estas dos ciudades: la de haber sido, históricamente, sitio de refugio para toda suerte de exiliados, llegados de todas partes del mundo. A diferentes facetas de esos muchos exilios están dedicados los textos de la multitud de autores aquí convocados, y en todos los casos se hace énfasis en un par de aspectos: primero, la situación prevaleciente de quien ya no tuvo, en un momento dado, más opción que abandonar su país de origen, y después la manera en que se dio su adaptación al sitio de refugio.

Más allá de cada caso particular –aquí se preferirá no detenerse en ninguno para no dejar fuera uno solo–, entre las mejores cualidades de este enorme esfuerzo editorial destacan dos: la primera es, evidentemente, la integración de un material indudablemente valioso para la construcción de una memoria histórica y cultural que no puede prescindir de un capítulo tan determinante como lo son las aportaciones del exilio a la sociedad que lo recibe, lo cual resulta especialmente notable en México, que como bien se sabe ha sido receptor de comunidades enteras de académicos, escritores, artistas plásticos e intelectuales en general.

La segunda cualidad insoslayable de esta edición doble, amén de las luces que para el lector mexicano arroja en torno a este fenómeno en una ciudad –París–, que así se hermana de un modo intenso y profundo, es el panorama de conjunto, de nuevo en términos históricos y culturales, que se ofrece respecto de las sociedades no sólo contemporáneas, sino de todos los tiempos: por qué sucede, cómo y con qué consecuencias concretas, el desplazamiento indeseado, inesperado, forzado, por motivos que jamás debieron serlo, de los seres humanos del sitio en el que, por nacimiento primero pero de inmediato por decisión soberana, habían decidido vivir, desarrollarse, acaso reproducirse –biológica, creativa, artísticamente– y luego morir. Paralelamente a ese fenómeno de carácter eminentemente político, el otro de cariz antropológico: la adopción simultánea del exiliado y el lugar de exilio, es decir, la asimilación que uno y otro llegan a manifestar con el paso del tiempo, con la presencia tangible de quien arribó para quedarse –bien sea que así lo haya deseado o que así le haya sucedido, sin más–, y que tarde o temprano acaba por reconocer que tampoco es ajeno a ese nuevo lugar, en el caso de la persona y, en el caso de la ciudad/sociedad receptora, que debe replantearse como un lugar nuevo porque es renovación, además de enriquecimiento, lo que le sucede al momento de acoger en su seno al exiliado.



El libro rojo,
Manuel Payno/Vicente Riva Palacio,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2013.

Atinadamente, los editores decidieron reproducir en la cuarta de forros un fragmento del prólogo a esta obra magnífica, y como ese prólogo corrió a cargo del extrañado y aquí inmejorable Carlos Montemayor, más vale no pergeñar inferioridades e ir directamente a la delicia, por larga que sea como cita: “Este es el libro de la muerte en México. El libro de la sangre que ha enrojecido la tierra, las plazas, los ríos, las piedras de México. El libro de la muerte que no quedó en los dibujos de Posada ni de Diego Rivera […] sino en la brutalidad, en la cárcel, en la codicia, en la miseria humana que se ha abatido sobre México. En sus páginas se mantiene la memoria de cómo ha sucumbido la vida entre nosotros.

”Por la sangre, la traición, el crepúsculo de la vida de traidores y de héroes; por el crepúsculo de la vida de sometidos, de esclavos, de víctimas, enrojece; corre sangre enrojeciendo sus páginas, sangre que lo hace un cárdeno grito de vencidos o torturados, un Libro rojo […] Este libro espanta por la revelación de todo lo que ha sido posible en México, de toda la muerte que ha sido posible padecer en México. […] El amor por México hizo que Payno y Riva Palacio se propusieran escribir este libro. El amor por la historia de México, por el dolor de México […] A escritores como ellos deberemos, algún día, un segundo Libro rojo: en el que se consigne la traición a Carranza, a Francisco Serrano, a Rubén Jaramillo, o que describa episodios dolorosos como la Decena Trágica, la masacre de Tlatelolco en 1968, el asalto al cuartel de Madera o el terremoto de 1985.

Páginas enrojecidas por la sangre que aún no ha dejado de correr entre nosotros, por la ardiente, humeante sangre que nos cubre con otras páginas, que asciende cubriendo la luz de México como si clamara su crepúsculo mortal, como si clamara su lejana aurora."

Lo dijo el gran José Luis Martínez: este libro es “una de las grandes empresas editoriales del siglo XIX mexicano”. Desde luego, con la presencia de dos plumas tan claras, iluminantes y sabias como las de Riva Palacio y Payno, que sabían hacer de los lenguajes literario, periodístico e historiográfico uno solo, para mejor explicar y explicar/se una realidad que, como estupendamente apunta Montemayor, no es diferente de la actual, tan bañada en sangre como aquel siglo antepasado que, vista la barbarie de todos nuestros días, no pareciera habernos dejado ninguna lección útil. La lectura contemporánea de este Libro rojo, prodigio de prosa y testimonio histórico insuperable, debería ayudar a entender mejor el pasado reciente, para no repetirlo sin más variante que la cantidad y la eficiencia de la muerte entre nosotros.



Tiempo quebrado: la poesía de Jaime Sabines,
Rogelio Guedea,
Lectorum,
México, 2014.

Este es un acucioso estudio sobre los aspectos más relevantes de la vida y poesía del poeta chiapaneco Jaime Sabines (1926-1999), aparte de recrear su contexto histórico y la tradición poética en la que se inscribe su obra. Se dedican capítulos específicos a las constantes temáticas de mayor relevancia en su poesía: el amor y el deseo, el dolor y la muerte, Dios y el hombre, para con ello ofrecer el perfil más completo de uno de los poetas esenciales del siglo XX mexicano.