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Reportaje /Nómadas de las artes escénicas

Kasia Sek y Jaime Hevia realizan una aventura quijotesca

Teatro trashumante para paliar un desierto cultural

Comunidades rurales muestran que tienen una necesidad real de arte

En el Altiplano mexicano ocurre el fin de una época, dice el actor

Con un burro, tres caballos y una carreta –que es a la vez lecho, cocina, camarote y escenario–, y sus marionetas, dos creadores escénicos comparten su arte sobre todo a niños, en zonas rurales apartadas

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Kasia Sek y uno de los títeres del El Carretón del Desierto. El proyecto cultural de la marionetista y Jaime Hevia, que comenzó hace cuatro años en el municipio de Charcas, San Luis Potosí, ahora recorre comunidades rurales apartadas, sorteando a la delincuencia organizadaFoto Alfredo Valadez
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El Carretón del Desierto con el dúo de artistas y el burro Pascual, durante una de sus presentaciones en ZacatecasFoto Alfredo Valadez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 3 de junio de 2014, p. 4

Zacatecas, Zac., 2 de junio.

El Carretón del Desierto es un grupo artístico nómada que no tiene fechas definidas, contratos ni presupuesto, pero lleva cuatro años recorriendo decenas de rancherías y pequeñas comunidades rurales ubicadas dentro de un perímetro de unos 350 kilómetros en la altiplanicie del árido semidesierto que comparten los estados de San Luis Potosí, Zacatecas y el sureste de Coahuila.

Es quizá la compañía de teatro trashumante más pequeña que haya recorrido jamás los polvorientos caminos de esta región. Nadie se explica qué mueve a los dos únicos integrantes del grupo, que cimentaron su éxito no en las grandes audiencias y el dinero, sino en la utopía de hacer llegar el arte a todos. Y lo que más sorprende a quienes los conocen es que ni siquiera son de aquí.

Son la marionetista profesional y saxofonista Kasia Sek, originaria de Polonia –graduada en artes escénicas en la universidad pública de su país–, y el teatrero y cirquero español Jaime Hevia Aza: dos jóvenes treintañeros que dejaron Europa hace 13 años para convertirse en nómadas de las artes escénicas.

Tienen un burro, tres caballos y una carreta que es a la vez lecho, cocina, camarote y escenario, con un maletero para más de 50 marionetas, incluido el vestuario de sus personajes fantásticos.

No transitan por carreteras. Sólo por terracerías rurales y caminos de tercera que los llevan a lugares inhóspitos, sin cobrar una cuota fija por su presentación, y recibiendo a cambio, además de unas monedas, la invitación de los pobladores a comerse un plato con frijoles y una salsa preparada en molcajete.

Cuando iniciaron su periplo artístico hace cuatro años ni siquiera tenían un carretón. Y hoy que el espectáculo está consolidado, Kasia y Jaime se han marcado una nueva meta: dirigirse con su minúscula compañía ranchereando hasta la frontera norte del país, a Chihuahua.

Historia de una pareja mochilera

La joven pareja europea decidió hace 13 años dejar su continente y viajar a India, donde vivieron tres años. Luego hace una década se trasladaron a México y tras varios años de recorrer el país, decidieron asentarse aquí, explica Jaime Hevia, porque nos fascinó el Altiplano mexicano, porque se ven cosas aquí que son el fin de una época, no sólo aquí, sino en muchas partes del mundo.

Entonces surgió entre Jaime y Kasia la idea de montar el espectáculo trashumante, con pequeños sketches de teatro guiñol, baile, música y malabares. Todo surgió de manera espontánea, las cosas se fueron dando, hasta formalizar su show hace cuatro años, en la localidad de Santa Gertrudis, perteneciente al municipio de Charcas, San Luis Potosí.

Comenzamos en esta condición, en una aventura un poco quijotesca, viajando de pueblo en pueblo, de aldea en aldea. Empezamos a pie, caminando la región desde el municipio de Charcas, con una marioneta en la mochila, y vimos que esto era viable.

Las largas distancias para recorrer con el sol a plomo y su pesada carga a cuestas, de títeres y vestuario, los obligó a pensar en un carretón, y poco a poco lo logramos, con el apoyo de un viejo herrero que los ayudó a construirlo.

Así armaron su equipo de tracción animal, conformado por dos caballos: Pinto Pérez y Alazán Lucero, el burrito Pascual –estrella de El Carretón del Desierto– y la mula Francis.

En estos cuatro años los dos artistas europeos han sorteado dificultades de todo tipo. Como el tremendo sobresalto que les pegó un ranchero, que por la madrugada los sorprendió acampando a la orilla de sus tierras y no dudó en encañonar en la cabeza a Jaime con su pistola, pues creyó que eran bandoleros.

Y la ocasión en que, a plena luz del día, un grupo de integrantes del crimen organizado les cerró el paso por la brecha que ellos transitaban y se bajaron de dos camionetas siete pistoleros que rodearon a la mini compañía teatral, apuntándoles con sus armas de grueso calibre.

De aquella difícil situación, narra ahora Kasia con soltura, salieron al paso gracias a que Jaime se bajó y saludó a todos los pistoleros de mano, presentándose con nombre y apellido, explicando quiénes eran, mostrándoles sus cosas, y debido a que algunos de los sicarios eran muy jóvenes, comenzó a hacerlos reír con su charla.

Los forajidos vieron que El Carretón del Desierto no representaba peligro alguno y los dejaron seguir su ruta.

Sierra Hermosa

Unos 145 kilómetros al noroeste de la capital de Zacatecas –buena parte de ellos una pedregosa terracería–, se encuentra la comunidad de Sierra Hermosa, en el municipio zacatecano de Villa de Cos. Es la quinta vez en cuatro años que los dos artistas llegan a ese lugar sui generis.

Aquí las personas son distintas a las de otras comunidades de la región, culturalmente hablando, gracias a que hay una biblioteca pública bien montada en la primaria Benito Juárez, con salas de lectura continuas y la presentación más o menos regular de pequeñas orquestas, grupos de música clásica y exposiciones de artes plásticas que llegan a veces de lugares tan distantes con la ciudad de México. Todo gestionado durante los pasados 15 años por el artista Juan Manuel de la Rosa, oriundo de esta aldea sin pavimentar, donde no viven más de 500 familias.

Hace unos días, a finales de mayo, Jaime y Kasia se presentaron con su teatro trashumante en un espacio de lujo: la cancha deportiva de usos múltiples de la escuela, con piso de cemento, pequeñas gradas y un techo de lámina y acero que provee una bendita sombra que se agradece en esta estepa inclemente.

Para El Carretón del Desierto esta es una comunidad especial, pues aquí se impulsa mucho la cultura, a diferencia de otros ranchos donde no hay nada y cuando digo nada es nada: nada de teatro, nada de música, ningún tipo de actividad cultural, señala Jaime Hevia.

Kasia Sek explica a La Jornada la razón que tuvieron ellos para adentrarse en una de las regiones más despobladas y áridas del país con la finalidad de promover la cultura.

“Es nuestra vocación… No es sólo por decir que somos filántropos, que lo somos y sí hacemos esto por amor a la comunidad, por amor al arte, pero también porque uno desarrolla mucho (como artista) encontrándose con la gente, carne con carne, y eso sólo es posible así, estando en estos lugares”.

Un aspecto particular, señala, es que El Carretón del Desierto trabaja siempre con luz de día porque no tenemos una gran escenario ni iluminación. La atmósfera en la que casi siempre actúan es en las calles polvorientas de cualquier comunidad, en una esquina, al lado de un mezquite o recargados en una finca de adobe, con públicos reducidos, de no más de 30 personas, principalmente niños.

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Espectadores en una de las funciones de teatro trashumante; el público está formado principalmente por niños

Y es ahí, expone Jaime Hevia, donde ocurre la magia, pues en el contexto más citadino, en el contexto de la ciudad, “el público quiere ver el truco, ver que está uno detrás jalándole los hilos a la marioneta.

Aquí en estos pueblos y comunidades las personas quieren quedarse con la fantasía, prefieren permanecer en la parte onírica, en el sueño de lo que ven.

Relata que decidieron montar su propuesta para los niños de la región agreste del Altiplano mexicano, porque aquí todavía en muchos ranchos se sigue trabajando el campo con caballos, con mulas. Las señoras utilizan planchas de carbón; se ve todo el proceso de la relación directa con los alimentos, no sólo hacer las tortillas a mano, sino desde desgranar el maíz, poner los nixtamales. Estamos viviendo aquí el fin de una época.

Becados por Polonia

Durante la entrevista Kasia Sek y Jaime Hevia admiten que han estado trabajando estos años en una región muy castigada por la violencia y la inseguridad. Todo lo que se habla desde la violencia, esta es una región que ha sufrido mucho eso.

Sin embargo, explican, “nosotros nos movemos por adentro del monte, por donde hay puros caminos de tierra –aquí mismo no hay cobertura de celulares–, entonces toda la violencia tremenda y la cultura del narcocorrido los tenemos (ocurren) a 40 o 50 kilómetros”, en pueblos grandes y en las ciudades.

–Pero, ¿de qué viven?

–Bueno –responde Jaime– siempre trabajamos por colaboración voluntaria y aunque sean muy humildes los habitantes de esta región son muy generosos”.

–¿Se mantienen sólo con eso?

–Vivimos de esto siempre y cuando estemos en este contexto, porque siempre hemos tenido que hacer algún trabajo en Europa (viajan entre dos y tres meses al año al viejo continente), sobre todo para reunir dinero para los boletos de avión.

“Ahora –presume con gusto Jaime– somos residentes mexicanos, y más o menos nos podemos mantener de esto. Se puede decir que comemos y comen nuestros animales, mientras andemos en la rancherada, pero ya saliendo del contexto uno se tiene que buscar la vida. A veces se necesita ir a un pueblo grande, por una refacción para el carretón, una medicina para el caballo, algún aparato de música y todo esto cuesta”.

Respecto de los apoyos gubernamentales, el actor narra: “Curiosamente en 2012 el Ministerio de Cultura de Polonia le dio una beca a Kasia como actriz y estuvimos becados durante un año.

“Pero fíjese qué loco, porque ahora mismo que hemos estado en el consulado de México arreglando nuestros papeles, nos han preguntado, ¿a poco los apoya Polonia para que anden por los ranchos de México? Y yo les digo ‘pues fue cierto, está registrada esa beca, pueden verificarlo’”.

Como actores, sostiene Jaime Hevia, pretenden dejar una huella emotiva en quien los ve, sobre todo en los niños, “sobre todo, nosotros humildemente lo que podemos hacer es que implementamos recuerdos, porque los recuerdos, sobre todo el recuerdo infantil, nos lo quedamos durante toda la vida.

“Ahora el fenómeno sociopolítico es que casi todos los jóvenes se van a Monterrey o Estados Unidos, sobre todo en esta región de Zacatecas y San Luis Potosí, y casi la única cultura musical que hay es la de los narcocorridos y bueno, venimos nosotros con otras cosas y de perdida se les queda algo distinto a los chicos”.

Y de verdad queda un recuerdo, porque cuando volvemos a un rancho los niños se acuerdan del burrito que baila y de las marionetas, y es un recuerdo positivo indudablemente, pues la cultura transforma.

Lección de toda una comunidad

Una de las anécdotas más importantes que a Kasia Sek le han quedado en estos cuatro años de El Carretón del Desierto, fue justo cuando a principios de 2011, teniendo listo todo para su debut en una pequeña comunidad potosina, no pudieron presentar el que sería su espectáculo inaugural.

“Esa ocasión veíamos desde temprano que había una respuesta muy buena de los pobladores. Ya habíamos voceado que nos presentábamos a las cinco de la tarde. Pero dieron las cinco y na-da, luego las cinco quince, cinco treinta, las cinco cuarenta y cinco y no llegaba nadie.

“Entonces –prosigue la marionetista y saxofonista Kasia Sek– vino una persona a decirnos: ‘Fíjense que si ustedes quieren hacerlo, pues háganlo, pero casi no va a venir nadie, porque a las cinco en punto se murió una señora. Y todos están allá’.

Y eso es algo bonito, porque allá afuera en los pueblos grandes y en las ciudades, si se muere alguien no pasa nada, como quiera uno hace su trabajo, y aquí no. Hay una unión en las comunidades donde si uno llega, es parte de ellas.

Por otra parte, reflexiona Kasia, es necesario que haya muchos más proyectos como El Carretón del Desierto, porque han comprobado que las personas de todas las pequeñas comunidades que han recorrido en cuatro años, sin excepción,nos hacen ver que hay una necesidad cultural que es real.

Los habitantes de estos lugares, opina, están condenados porque no tiene medios económicos para acercarse a los pueblos grandes, donde sí pueden pasar estos actos, se quedan como estamos, en el desierto.

Por eso somos El Carretón del Desierto, porque no hay referente. Entonces, realmente, ¿cómo se puede apoyar a las personas? Pues acercándose a las comunidades, no pretender que éstas lleguen a las ciudades grandes, porque eso es inviable.

De Zacatecas a Chihuahua

Jaime Hevia señala: Porque aquí la gente tiene sus animales, sus tierras, toda su vida, no se puede permitir salir de aquí mucho tiempo y además si salen al pueblo grande, pues ya van con una problemática concreta, a solucionar un problema, a hacer un trámite, a visitar a un familiar, no van al teatro, y menos si un boleto de teatro cuesta 350 pesos.

“A veces vienen los muchachillos antes de una función y nos preguntan: ‘¿oiga señor y cuánto nos va a cobrar? Les decimos, pues ahí se vienen todos y cada uno lo que nos pueda colaborar está bien y los que no puedan, pues nosotros los convidamos”.

El Carretón del Desierto salió de Sierra Hermosa y estos días se presenta en las comunidades de Sarteneja, luego irá a Pabellón y San Andrés, todas en Villa de Cos.

De ahí partirá al norte, a una veintena más de comunidades del municipio zacatecano de Mazapil, para no retornar al altiplano, sino emprender el nuevo viaje en línea recta rumbo a Coahuila y de ahí hasta Chihuahua, rancheando, esperando llegar allá, quizá en tres años más.