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X-Men: días del futuro pasado
D

esde un apocalíptico futuro cercano, el mutante Wol-vering (un Hugh Hackman cargado de energía y esteroides) rompe la barrera del tiempo para trasladarse 50 años atrás, hasta los emblemáticos años 70 del siglo pasado, y tratar de prevenir la catástrofe que décadas después se abatirá por igual sobre seres humanos y mutantes.

Esa visión oscura de una humanidad sometida y humillada en un tiempo controlado ya por los Centinelas, se presenta como réplica del sistema esclavista de Metropolis (Fritz Lang, 1926), de un modo eficaz y sugerente.

X-Men: días del futuro pasado (X-Men: days of future past), nueva entrega de la exitosa saga de los X-Men, es dirigida con talento y buen tino por el neoyorquino Bryan Singer (Sospechosos comunes, 1995; Dr. House, 2004; y X-Men: la primera generación, 2011).

La propuesta narrativa es interesante. Los gigantescos robots guardianes que en un principio sólo debían destruir a los mutantes, han terminado por dirigir su labor de erradicación hacia los propios humanos. El profesor X (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen) deciden salvar al mundo con el recurso que imaginan más eficiente: enviar a Wolvering al pasado y modificar el curso de los acontecimientos. Cambiar las circunstancias que propiciaron la progresiva dominación de los Centinelas y su creciente hegemonía destructora.

Los conocedores de la saga advertirán en la nueva entrega de Synger un estimulante cambio de tono. Lo que en las precedentes entregas amenazaba con volverse una acumulación rutinaria y previsible de peripecias y enfrentamientos, gana ahora en originalidad y sobre todo en frescura humorística. Se siente la imperiosa necesidad de reactivar la saga de una manera novedosa e impedir que la proliferación de series televisivas y la parafernalia incontenible de transformers y demás chatarra lúdica reciclable, conduzca al género a un agotamiento fatal y, en el mejor de los casos, a la autoparodia.

En el caso de Synger, un cineasta hábil, la novedad consiste en manejar la trama a partir de dos registros temporales, haciendo de la modificación histórica el posible triunfo final de quienes son capaces de modificar también su propia apariencia física. El tiempo no será ya la tiránica fatalidad harto conocida, sino una materia maleable a voluntad, como privilegio de las inteligencias superiores. Se recrea primero, de modo atractivo y sin pinceladas gruesas, la pintoresca época de unos años 70, donde Wolverine hace lo imposible por conciliar las voluntades de las versiones juveniles del profesor X (James McAvoy) y de un intransigente y revanchista Magneto (Michael Fassbender, soberbio).

Paralelamente se mantiene el suspenso en torno de la suerte de los mutantes sobrevivientes, quienes en la época futura siguen asediados por los Centinelas. Por un lado vemos a los sabios ancianos asistiendo a distancia a las peripecias de Wolverine, de un modo similar al de aquellas cintas sobre mitologías antiguas donde los dioses seguían desde el Olimpo las hazañas de los héroes invencibles (Jasón y los argonautas, Don Chaffey, 1963; Furia de titanes, Desmond Davis, 1981), con un atractivo parecido y con dosis de humor siempre agradecibles.

En la cinta de Synger abundan los momentos afortunados. No todo se limita a una avalancha de enfrentamientos titánicos, propios de la apabullante cultura de los videojuegos bélicos. Hay creaciones no necesariamente profundas, pero sí muy atractivas, como Pietro/Quicksilver (Evan Peters), con su malicia y ubicua agilidad corporal, o Mística (Jennifer Lawrence), la mutante azul asediada por angustias y dilemas morales al sentirse traicionada cuando siente próximo el triunfo sobre quienes conspiran contra su especie. También un joven Magneto capaz de someter en Washington a la Casa Blanca con el recurso de un gigantesco estadio deportivo desplazable. Lo mejor, sin duda, es la caracterización al borde de la caricatura de esa otra caricatura política que fue el inefable Tricky Ricky, Richard Nixon.

En el viaje que hace la cinta por la historia y por diversos países, se relabora con incorrección política el asunto de la bala perdida en el magnicidio de John F. Kennedy o se operan suplantaciones físicas de personajes que incluyen el travestismo o la alteración genética. Todo ello de modo espectacular y con el desparpajo que conllevan la seguridad en el oficio y una relectura inteligente del territorio siempre fértil de la tira cómica.

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Twitter: @walyder