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De monjas a maestros
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ace mucho que no dábamos una vuelta por el edificio que aloja a la Secretaría de Educación Pública y se nos había olvidado las maravillas que guarda, comenzando con su arquitectura. Esta es básicamente la del convento que lo ocupaba durante el tiempo de la exclaustración de las religiosas, a mediados del siglo XIX.

Vamos a recordar su historia: lo fundaron religiosas concepcionistas en 1594 bajo la advocación del Misterio de la Encarnación. Para entonces ya había siete monasterios de monjas en la capital de la Nueva España: clarisas urbanistas, dominicas, agustinas y concepcionistas, entre otras. Ocupaban generosos conventos con sus respectivos templos. Cabe mencionar que todos ellos fueron reconstruidos en los siglos XVII y XVIII, debido fundamentalmente a que sufrieron severos daños por las inundaciones, en particular la terrible de 1629, de la que ya hemos hablado; los constructores aprovecharon para ponerse a la moda en el bello estilo barroco.

Entre 1639 y 1648 el edificio y la iglesia fueron remodelados por el excelente arquitecto Miguel Constansó, ayudado por varios habilidosos artífices, dando como resultado la hermosa construcción, que aún podemos apreciar, no obstante las modificaciones que ha padecido.

Las religiosas de la Encarnación, cuyo convento era sólo para criollas y españolas, fue haciéndose de un jugoso patrimonio, tanto por las dotes, como por donaciones y herencias. Llegaron a ser dueñas de 85 fincas, valuadas en un millón 77 mil 191 pesos, que les producían muy buenas rentas; así, rodeadas de sirvientas y esclavas, vivían cómodamente dedicadas a la meditación, la costura y la educación de algunas niñas.

Tras el abandono de las monjas, el magnífico convento fue destinado a la Escuela de Jurisprudencia y después a colegio de niñas. Al triunfo de la Revolución se ocupó para ser la sede de la Secretaría de Educación, mediante la adaptación que realizó en 1911 el ingeniero Federico Méndez Rivas; los últimos cambios se le hicieron en 1922.

La fachada principal es de estilo clásico con almohadillado y columnas jónicas que rematan en una elegante balaustrada. En la parte central, para acentuar el laicismo de la institución, se colocó un grupo escultórico en que aparecen Apolo, Minerva y Dionisio, realizados por el gran artista Ignacio Asúnsolo; en los extremos se colocaron emblemas de las armas aztecas y españolas.

Tres hermosas verjas de hierro, que datan de principios del siglo XX, dan acceso al generoso vestíbulo, adornado con una gran escultura del presidente Benito Juárez; a continuación aparece el inmenso patio, que tiene la particularidad de que sus ángulos terminan en chaflán. Amplios pasillos conducen al segundo patio, igualmente majestuoso y agradablemente arbolado.

El plato fuerte son los murales que visten todo el magno edificio. Aquí pintó Diego Rivera su primera gran obra mural, tras haber decorado el anfiteatro Bolívar, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Las pinturas cubren mil 585 metros cuadrados y están distribuidas en los corredores de las dos plantas. Los temas tratados son primordialmente el hombre trabajador, sea en el campo, la fabrica o las minas; buen número de las pinturas tratan el tema de la Revolución de 1910; la tónica general es la exaltación de lo mexicano.

También dejaron su huella, aunque en mucho menor medida, grandes artistas como Jean Charlot, Fermín Revueltas, Carlos Mérida y Roberto Montenegro, varias de estas obras desafortunadamente ya desaparecieron.

Llegada la hora de comer y con antojo de una buena torta, vamos a la esquina de Argentina y Luis González Obregón, a la cantina Salón España. Podemos comenzar con una cervecita y si es de los que le gusta acompañarla con un tequila, aquí puede elegir entre 156 distintas marcas. Si desea una comida más completa, todos los días hay sabrosa botana de cuatro platillos. Los viernes ofrecen suculentos chamorros. Es de las pocas cantinas que abre los domingos.

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