Opinión
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Entre la inercia y la ilusión
L

e llegó la hora señalada por ella misma y la Secretaría de Hacienda hubo de reducir su proyección de crecimiento del PIB para el año. De 3.9 por ciento previsto a fin del año pasado, a 2.7 por ciento estimado este viernes, median 1.2 puntos porcentuales que significan más de 200 mil empleos formales que no se crearán en 2014. No podemos todavía hablar del desempleo que este desempeño puede acarrear, pero esperemos que los empresarios decidan no cerrar ni disminuir sus ritmos de actividad y que el gasto público encuentre pronto su destino y tenga el efecto esperado y deseado sobre la actividad del conjunto económico. Entonces, de ocurrir todo esto en tiempo y forma, podríamos hasta esperar que la cifra de crecimiento en el año sea incluso superior a la anunciada antier y que en efecto, como lo propone el secretario de Hacienda, entremos más pronto que tarde en una nueva onda de recuperación y crecimiento alto y sostenido.

Por lo pronto, como él mismo dijo, lo que podemos esperar es que la ya larga trayectoria de crecimiento lento se prolongue a lo largo de estos meses, con sus consecuencias inevitables sobre la ocupación, las decisiones de inversión y la subsistencia y reproducción de las personas y las familias. Algo debería intentar el Estado, en especial el gobierno federal y el Congreso de la Unión, para paliar los impactos más agresivos de esta circunstancia, pero no parece haber mucha gana de hacerlo si, como tendría que ser, ello implica revisar el presupuesto y su financiamiento, las prácticas, rutinas e inercias que dominan el ejercicio del gasto y los propios montos que la Cámara de Diputados le aprobó al gobierno en noviembre pasado.

El cerrojo, como cinturón de castidad, que priístas y panistas por igual se impusieron hace años, dizque para cerrar el paso al populismo de todos tan temido, muestra ahora su naturaleza perniciosa, pero hasta el momento hay poca o ninguna probabilidad de que tal aberración económica y hasta jurídica se corrija. Todavía andan por ahí los fantasmas del reclamo popular, aunque algunos de sus abanderados insistan en vestirse de bien portados conservadores fiscales.

Con anterioridad al anuncio de Hacienda, vivimos una especie de “ rififí entre expertos”, con inescapable tufo de política del poder tal y como la imaginan los mandarines de los medios de información y se vive con fruición en los mentideros de la política formal. Los analistas privados pusieron en duda la estimación hacendaria, algunos con el fin de abundar en su embestida contra la reforma fiscal aprobada el año pasado. La duda ganó momentum, pero, por otro lado, gracias a los pronósticos desalentados de los consultores, pudimos enterarnos de que el factor inseguridad había ganado terreno en la definición de las malas expectativas de los negocios. Esto no impidió que los escuderos de la cúpula empresarial dejaran por un momento de insistir en el impacto negativo que, según ellos, ha tenido y tendrá la mencionada reforma del fisco.

Por su parte, el Inegi, en cumplimiento de sus deberes por lo demás, advirtió sobre la pervivencia de fuertes tendencias recesivas, mientras el Banco de México (BdeM) se unía, discretamente, sibilinamente pensaron algunos, al tumulto antihacendario. La expectativa sobre las proyecciones oficiales devino especulación, nada ilustrada por cierto, y por momentos parecía que la lucha por la sucesión había empezado.

La secretaria de resguarda las sombras de Limantour, inopinadamente en mi opinión, rompió lanzas contra Inegi y puso en entredicho sus cálculos sobre el reloj de los ciclos y otros indicadores dirigidos a adelantar las perspectivas económicas del país. Banxico no hizo nada por darle consistencia a su intervención en este juego de espejos y así llegamos a la cita del viernes, cuando Hacienda asume las cifras trimestrales del instituto y decide no sólo revisar sus proyecciones sino de plano echarse al piso y rebajarlas de manera inusitada. Y aquí estamos.

El juego especulativo a que se dieron algunos comunicadores llegó a niveles chuscos, dando cuenta de lo lejos que está nuestro sistema de comunicación e información social de las realidades más elementales a la vez que decisivas de la vida nacional. No parece haber habido la menor intención de explicar, documentar y dar contexto a la diversidad de las expectativas generadas por los negocios privados, el Banco de México, el Inegi y la propia secretaría que, con sus intempestivas correcciones, no contribuía a esclarecer el panorama y atemperar los ánimos.

Al involucrarse como lo han hecho, los órganos estatales directamente responsables de la conducción económica nacional no han auspiciado un mejor entendimiento público de los asuntos económicos. Lo que puede ocurrir, por el contrario, es que la opinión pública opte por dar a los empresarios, la banca y los consultores privados, una credibilidad que, por lo menos, habría que tomar como un grano de sal.

Por lo pronto, para no abrumarnos por la mala expectativa anunciada, habría que exigirle a Hacienda, BdeM y el Congreso que, con sus grupos de estudio y análisis, se pongan a trabajar en el verano y nos brinden diagnósticos robustos y plataformas de política viables. Esto es lo mínimo necesario para encarar posibles emergencias derivadas de una agravamiento de la situación y construir estrategias para ir más allá de una recuperación que, hasta ahora, no va a ser sino apenas rutinaria e inercial.

Ir más allá de la inercia implica, sin embargo, dejar atrás la ilusión de que las reformas nos llevarán, pronto, al país de nunca jamás.