Opinión
Ver día anteriorViernes 23 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El rollo que no cesa
H

aroldo Dies, endocrinólogo, fue invitado a finales del año pasado por el Ateneo Español de México a dictar una conferencia-semblanza de Tomás Segovia, su entrañable amigo. El Ateneo fue una de sus casas. Haroldo relata tres de ellas. Tomás relató a Daniel González y Alejandro Toledo que a los 20 años hizo su primera lectura de poemas en el Ateneo, atiborrado de refugachos.

Resumo arbitrariamente parte de la vibrante semblanza de Haroldo en ocasión del aniversario del nacimiento de Tomás Segovia en 1927.

“Tomás estuvo por última vez en el Ateneo Español de México en abril de 2011 para hablar de Nuestras repúblicas. En esa conferencia narró uno de sus recuerdos más antiguos e imborrables. Cita Haroldo: Una inmensa multitud de la que no se veía el fin llenando hasta apretujarse una ancha avenida; una multitud vitorante, agitando brazos y banderas, dando rienda suelta al entusiasmo. El pequeño Tomás aún no cumplía cuatro años. Él no lo sabía, pero el 14 de abril de 1931 acababa de nacer la segunda República Española. Después nos habló de esa república en España que rodeó su primera infancia y de otra en el exilio que transcurrió unos años en París y Casablanca, y, más tarde, en México. Nos habló también de una tercera República, que parece estar como agazapada detrás de una vistosa monarquía esperando el día de su retorno. Categórico, aseguró que cualquier español verdaderamente demócrata no puede aceptar de todo corazón que España sea una monarquía. Tomás explicó después que el rostro de la República que él conoció fue, sobre todo, el de la educación y que el gobierno de la República Española, ya en el exilio, siguió trabajando por la educación a través de las escuelas admirables que se fundaron en México con maestros ejemplares. Por último, nos advirtió que los peligros que encierran los patriotismos de las identidades, es decir, los nacionalismos regionales que están surgiendo no sólo en España sino en todo el mundo y que amenazan con cambiar la imagen de los países en los mapas.

Refiere Haroldo que cuando Ramón Gaya y Tomás se conocieron en 1947, en el estudio de la pintora Soledad Martínez, nació también entre ellos una amistad a prueba de bomba. Tomás escribió alguna vez que durante cinco años salieron juntos cada mañana en busca de un sendero arriesgado, pero central, el sendero impecable de la vida. Cuando Ramón se fue de México en 1952, los amigos se siguieron viendo en París, Venecia, Florencia, Roma, Madrid o Murcia. Tomás dedicó a Gaya el libro El sol y su eco, varios poemas y muchas reflexiones sobre su pintura. Ramón por su parte, retrató a Tomás en un óleo sobre la tela fechado en 1949 que se encuentra en el Museo Gaya de Murcia y en un dibujo a lápiz sobre papel de 1958. También hizo muchas viñetas para las portadas de algunos libros escritos o traducidos por el poeta”.

La palabra pródiga y minuciosa de Tomás, además de ser un señor que escribía en los cafés, fue un conversador fascinante y carismático, tanto en su mítico seminario de El Colegio de México, que él llamaba de mi bronco pecho, como en la mesa de un café. La palabra carisma quiere decir en griego: agradar, hacer favores. En su acepción no teológica significa don que tienen algunas personas de atraer o seducir por su presencia o su palabra. La palabra pródiga y municiosa de Tomás siempre fue, para todo aquel que la escuchara, una especie de gracia, un regalo inesperado y deslumbrante, un borbotón de vida. Él, con humor, decía que no era el rayo sino el rollo que no cesa dice poéticamente Haroldo.