Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de mayo de 2014 Num: 1002

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La memoria de nuestros nombres
Agustín Escobar Ledesma

Edmundo Valadés:
vivir para El Cuento

José Ángel Leyva

El espíritu magonista
en la Casa del Hijo
del Ahuizote

Jaimeduardo García entrevista
con Diego Flores Magón

Esterilidad
Enrique Héctor González

Un fantasma en el
corral de esclavos

Víctor Ronquillo

Bánffy Miklós,
maestro húngaro

Edith M. Massün

Paolo Giordano y
el éxito literario

Jorge Gudiño

Leer

Columnas:
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Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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Ninfomaníaca, de Lars von Trier (I DE II)

Odiamos tanto a Lars

Lars von Trier tiene una larga trayectoria como enfant terrible, abusador de actores  (hollywoodenses) y cínico provocador al que no le importa la corrección política. El director de Dancer in the Dark (2000) dice no ser misógino porque en realidad odia a hombres y mujeres de igual manera. Entre los muchos comentarios estridentes por los que la gente lo juzga destacan: que se convirtió al catolicismo sólo para joder a sus compatriotas; que la persona más infame que ha conocido fue su madre; que a medida en que envejece quiere que sus actrices sean más jóvenes y estén más desnudas, y que siempre pensó tener origen judío pero resultó ser más bien un poco nazi. Este último chiste, con deliberado tinte de autodesprecio judío, causó tal revuelo que fue expulsado de Cannes en 2011 y declarado persona non grata, lo cual sin duda le afectó, pero también se ha vuelto uno de sus principales orgullos. Pero lo que realmente importa es que Von Trier es un cineasta extraordinario, uno de los mejores directores y autores de nuestro tiempo, un artista arriesgado, con una propuesta estética vital, original e incendiaria que va de los precipicios emocionales de Breaking the Waves (1996) y Melancolía (2011) al histrionismo catatónico de The Idiots (1998), o a la pesadilla mutilatoria y psicosexual de Anticristo (2009).

Confesiones perversas

En un tiempo de pornocultura, Von Trier eligió hacer una cinta acerca de una mujer adicta al sexo, un personaje síntoma y reflejo de la obsesión pop, la confusión y el malestar que produce el exceso de imágenes sexuales explícitas en la cultura contemporánea. Nymphomaniac: Vol. 1 y Vol. 2 comienza en un callejón donde una mujer, Joe (Charlotte Gainsbourg),  yace inconsciente y golpeada hasta que es descubierta por Seligman (Stellan Skarsgard), que decide llevarla a su modesto departamento, ya que no lo deja llamar a una ambulancia. Una vez en la espartana habitación, Joe (cuyo nombre insinúa una ambigüedad de género) confiesa ser una mala persona y se lanza a contar la historia de su vida, desde su despertar al sexo hasta la situación que la llevó al callejón. Joe no discrimina a ningún amante, no hace falta que sean bien parecidos o inteligentes, o ricos o sexualmente notables, basta con que representen una posibilidad morfológica más en su colección de genitales. El recuento de las aventuras sexuales de Joe (interpretadas por la deslumbrante Stacy Martin), con sus saltos temporales y eventuales divagaciones místicas, se ve constantemente interrumpido por las impertinentes pero ingeniosas comparaciones, análisis y comentarios del solitario y asexuado Seligman. Al volver al presente, la cara golpeada de Joe parece indicar una especie de castigo al libertinaje y a la visceralidad incontrolable, como si se tratara de una de las doncellas mancilladas de la literatura victoriana. Sin embargo, esto también es una ilusión que tiene como función preparar un desenlace irónico y desesperanzado. Joe parece esclavizada a sus deseos, pero en realidad también sabe convertir su sabiduría corporal en poder de dominio y control.

Dualidades

El  formato de la película podría evocar una larga sesión de psicoterapia (algo que Von Trier repudia), pero  recuerda las novelas licenciosas del siglo xvii, en particular la tradición de las prostitutas filósofas, un género blasfemo explorado por autores desde Bocaccio y Aretino hasta Andréa de Nerciat, Fougeret de Montbron y el propio Marqués de Sade, en el que la protagonista describe sus aventuras sexuales con intención de excitar, pero también de divertir y predicar una antimoral. Esta es una de las aportaciones más transgresoras de la pornografía: la mujer que no es castigada por sus deseos sexuales, sino que, por el contrario, es una observadora aguda de la sociedad que pone en evidencia la hipocresía de la sociedad y la fragilidad de las instituciones ante la tentación sexual. Cuando Von Trier anunció que su próximo filme sería explícitamente pornográfico no exageró; sin embargo, lo que hizo fue una amena reflexión filosófica entre coitos sobre la naturaleza del deseo y del mal que pasa por la pesca con mosca (fly-fishing), números de Fibonacci, la historia del cisma de la Iglesia cristiana y la historia de la música entre otros temas. Joe y Seligman representan la dualidad que caracteriza al propio Von Trier, el humor y la angustia, la rigidez formal y la fluidez onírica, la racionalidad y los instintos. Entre ambos fabrican un universo delirante e imaginario, una fábula del “sexo que habla” y que no tiene la menor intención de realismo.

(Continuará)