a vulnerabilidad de los migrantes, especialmente centroamericanos, que cruzan el país hacia Estados Unidos, es una condición insalvable que, cual si convocara a su contraparte, los hace toparse con abusos y agresiones que violentan sus derechos humanos.

La actitud de los abusivos se hace presente, cual cuota necesaria de la inhumanidad humana a que se refiere Fernando Savater como algo que también forma parte de nuestra condición.

La semana pasada cruzó el territorio potosino la caravana Viacrucis del Migrante, integrada por hombres y mujeres de Honduras, El Salvador, Guatemala y Panamá, cuyos paisanos han dejado aquí historias como víctimas de asaltos, mutilaciones, asesinatos y hasta abusos sexuales a manos de autoridades migratorias.

Su demanda, libertad de tránsito urgente, es un grito histórico que involucra a los migrantes mexicanos que, por ejemplo, en 2000, con una caravana de Matehuala a la frontera norte, pidieron a Ernesto Zedillo quitar retenes convertidos en aduanas de extorsión.

Las reacciones a favor de los migrantes son esporádicas y provocadas por sus quejas: en 2011 el Congreso potosino llamó al gobierno federal a evitar la corrupción y el abuso de autoridad que sufren.

La Comisión Estatal de Derechos Humanos emitió la recomendación general 2/2011 a las policías municipal y estatal para evitar los abusos, incluidos los de particulares. Pidió la elaboración de un diagnóstico integral sobre la prestación del servicio de seguridad privada en San Luis Potosí.

Hoy, cuando una caravana más vuelve a visibilizar el problema, las autoridades vuelven a ofrecer respeto a los migrantes… pero sin informar de resultados de los ofrecimientos y recomendaciones previos.

Si la vulnerabilidad de los migrantes es insalvable, para el control de los abusos hay una falta de voluntad que primero se tiene que salvar para que no forme parte de nuestra condición.