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Adiós, Papá Grande

Periodistas argentinos rememoran experiencias y la obra del escritor colombiano

Evocan la pluma independiente de Gabriel García Márquez

Nunca escribió nada que no quisiera escribir, afirma García Lupo, con quien el autor compartió los primeros años de la agencia Pl

Nos has enriquecido para siempre; mereces toda esta palabra emocionada: gracias por tu vida, apuntó Osvaldo Bayer en el diario Página 12

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Imagen captada el 26 de noviembre de 2002, donde aparece el Nobel de Literatura acompañado por el líder cubano Fidel Castro en la inauguración de los primeros juegos olímpicos de la isla, en la Plaza de la Revolución en la HabanaFoto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 20 de abril de 2014, p. 2

Buenos Aires, 19 de abril.

Lo recuerdo alegre, con un gran humor, como todo colombiano de la costa que nunca cerró los ojos a la realidad. Siempre que puso la cara por algo lo hizo con independencia y nunca escribió nada que no quisiera escribir, dijo el periodista y escritor Rogelio García Lupo, quien compartió con Gabriel García Márquez los primeros años de la agencia cubana Prensa Latina (Pl), creada por la dirigencia de la Revolución en Cuba, en junio de 1959.

García Lupo, considerado entre los mejores periodistas latinoamericanos, recordó aquellos momentos de tareas conjuntas con García Márquez y el también argentino Rodolfo Walsh, desaparecido durante la pasada dictadura militar argentina (1976-1983).

En la fundación de Prensa Latina participó el comandante Ernesto Che Guevara y el periodista argentino Jorge Maseti.

García Lupo estima que el periodismo fue sin duda muy importante en la obra de García Márquez como escritor. Esa disciplina de escribir todos los días, la observación constante, todo aporta a la escritura, dijo a La Jornada.

Cultivador de amistades

También recuerda –con dejos de nostalgia– que tenían una relación abierta y franca. Después de aquellos años, nos seguimos encontrando en distintos lugares. Gabo sembró amistades en todas partes y, a pesar de su fama, siempre tuvo grandeza en su actitud hacia los otros.

Gabo escribía también para varios medios de Colombia, rememora García Lupo; en esos primeros años en Prensa Latina, se publicó una serie de notas suyas sobre las revoluciones en el Este europeo, donde plasmaba varias críticas.

La última vez que lo vio más largamente fue en 2007, cuando García Lupo fue distinguido por la Fundación Nuevo Periodismo por su trayectoria.

Gabo siempre tuvo conciencia de lo que quería decir. Era también, independiente, exponía lo que pensaba. Recopiló dos volúmenes de artículos periodísticos suyos escritos en Cuba.

Desde su punto de vista, La mala hora figura entre las que considera sus mejores obras, aunque otras hayan sido más conocidas, convirtiéndolo en uno de los escritores más importantes a escala universal del siglo XX.

Para el escritor Juan Sasturáin, García Márquez “fue un notable fabulador, un escritor riguroso y –además o sobre todo– un extraordinario titulero. Quiero decir y me animo: sus libros no serían tan buenos con otros títulos. En los diarios y en los cables de hoy proliferarán los juegos de palabras con varios: Cien años de soledad, El otoño del patriarca (dos octosílabos perfectos), Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera (dos endecasílabos inolvidables). Pero sobre todo será difícil no incurrir en la paráfrasis, la alusión a esa marca subrayada en la memoria de la lengua, el otro endecasílabo increíble: El coronel no tiene quien le escriba. Va a ser todo un desafío tratar de salir de ahí. Es que son años de fidelidad, más o menos hasta los alrededores del Nobel. Las primeras invenciones de García Márquez que leímos a mediados de los años 60, con 20 años y en ediciones uruguayas –Arca, sobre todo: La hojarasca, La mala hora– eran buenas, pero no un rumor que anunciara el próximo y máximo tronar de lo que venía: la inesperada explosión de Cien años de soledad –que no supo escuchar el pobre Goytisolo, dice la leyenda catalana– fue el resultado de soltarle la rienda a una manera distinta de contar el mismo mundo, pero con una vuelta de tuerca alucinada, darle el mando, todo el poder a Melquiades. Un salto de registro, una salida de madre”.

Al finalizar su nota escribe: “No trataremos de ser originales. Seamos un poco obvios, una forma de la cortesía ante lo que nos queda grande. Por eso, frente a la noticia de la muerte anunciada sólo cabe –un cadáver es también una pregunta– la respuesta final de su invicto coronel. Un exabrupto de dos sílabas, una definición del mundo o del estado de cosas del mundo que sigue vigente: Mierda”.

En tanto, el escritor y periodista Osvaldo Bayer lo definió en su nota de Página 12 como el mejor de los mejores (que) no es un calificativo muy original. Pero es la verdad. Consideró  que el escritor colombiano descubrió Latinoamérica. Tal cual. Con sus originalidades, tradiciones, muecas, fantasías, predicciones. La naturaleza los hizo así. Eran y son así. Los libros de él penetran. Tienen la originalidad que lleva a la sabiduría. Esa sabiduría popular que puede avergonzar a cualquier filosofía europea.

Su paisaje, sus personajes

Quien descubrió Latinoamérica no fue Colón, sino García Márquez. Su paisaje principal son sus personajes, esos sencillos habitantes que derraman saber chupado de las flores y los cardos. Él descubre los colores, los sabores, el saber y el esconder, el abrirse y el usar y el aderezar la picardía. Todo mágico, pero, sí, trágico. Sabio, pero llano. No se separa del idioma de las calles, de los valles. Auténtico. García Márquez, toda tu herencia nos queda. Nos has enriquecido para siempre. Mereces toda esta palabra emocionada: gracias por tu vida.

El hombre que logró que todo Macondo esté de duelo, fue el titular elegido por Silvina Friera.

Los lectores del mundo andan con una tristeza infinita. Gabriel García Márquez, el patriarca de la literatura latinoamericana y maestro de generaciones de periodistas, murió el jueves pasado a los 87 años, en su casa de México. Quizá cayó una llovizna imaginaria de minúsculas flores amarillas, las mismas que cayeron cuando murió José Arcadio Buendía en Cien años de soledad, su obra maestra y mítica. Una muerte esperada –anunciada de un tiempo a esta parte por la fragilidad de su salud– no conjura el dolor de esta pérdida. La muerte de Gabo arruga el corazón. Queda la chispa de su lenguaje, la creación de un mundo que sobrevivirá, con toda su riqueza y complejidad, a su demiurgo mortal.

Del anonimato a la consagración

En su bellísimo texto, Friera recuerda cómo describió su amigo, el ya fallecido escritor Tomás Eloy Martínez, en el año 67, el primero en publicar una crítica a Cien años de soledad en Primera Plana. Sintetizó con precisión el camino del anonimato a la consagración que transitó el colombiano, señala Friera, y reproduce un fragmento de aquella nota de Martínez: Llegó a Ezeiza en un avión demorado, a las tres de la madrugada, y sólo dos personas lo estábamos esperando: su editor y yo. Al marcharse, diez días más tarde, la multitud que lo acompañaba era tan caudalosa que Porrúa y yo lo perdimos de vista.

“Más allá de la molestia por el impacto, lo cierto es que la novela hispanoamericana no salió al mundo, no estuvo en el foco de los sectores de otras lenguas, hasta el triunfo de Cien años de soledad”, dice en otra parte Silvina Freira en su largo artículo biográfico que tan bien revela las diversas facetas de ese querido Gabo, que se fue un día Jueves Santo, como si lo hubiera elegido.