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PRD, ¿oposición democrática?
S

i un partido no es democrático en su interior tampoco lo será si gobierna. No hay vuelta de hoja. La reciente resolución del Consejo Nacional del PRD es una joya del desprecio cupular a sus militantes. Como no lograron consensos, es decir acuerdos con quienes no son hegemónicos en dicho consejo, los de Nueva Izquierda y sus aliados hicieron una votación interna y, por mayoría, resolvieron que los próximos dirigentes de su partido serán elegidos por ellos mismos y no por la base del partido. Una elección indirecta –dijeron–, basada en una representación que, por cierto, los consejeros no tienen, ya que sus cargos son producto de opacas decisiones cupulares. Lo ilegítimo se muerde la cola y hace roncha para que los mismos continúen dirigiendo ese partido, a mi manera de ver en franca pendiente negativa.

Si entendí bien, en agosto-septiembre los consejeros actuales elegirán al nuevo Consejo Nacional y, una vez formado éste, sus miembros procederán a votar a la nueva dirección. En términos más llanos, la militancia del PRD ha quedado excluida y los consejeros se repartirán las cuotas correspondientes en el nuevo consejo y en la dirección del partido. Si no fuera tan obvia la jugada para perpetuarse en el podercito del sol azteca podría pensarse que es un chiste escrito por alguien que detesta a los chuchos y sus aliados que, dicho sea de paso, no es mi posición, pues algunos de ellos son mis amigos y conocidos desde hace muchísimos años, desde antes de que fueran chuchos y perredistas. Y para hacer más chistoso el asunto (aunque nadie se riera), Jesús Ortega declaró que el método seguido fue para democratizar el partido.

Según las evidencias, los actuales dirigentes y aquellos a quienes les cedan las sillas previamente personalizadas (una de éstas con el nombre de Carlos Navarrete) no han aprendido de las experiencias que han llevado a su partido al resquebrajamiento y a la pérdida de popularidad (y de credibilidad como partido de oposición). Después de los descalabros electorales que han sufrido desde 2007, y sobre todo después del fracaso de 2009, han intentado autocríticas y hasta refundaciones que se quedaron en el virtual camino de las buenas intenciones. Después de la escisión que les significó la pérdida de afiliados y simpatizantes con la creación del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), en lugar de tratar de demostrar que la suya es una organización democrática y auspiciosa de la participación de sus militantes, hacen todo lo contrario. Han querido ignorar a éstos y simular un cambio en su interior que no es tal, sino más de lo mismo y de los mismos.

Extraño país que es México: los partidos de oposición o así llamados formalmente poco o nada hacen para restarle poder a quienes lo detentan, es decir al PRI y sus aliados. Al contrario, tanto los dirigentes del PAN como del PRD se exhiben con sus grillas ratoniles, al parecer con la única intención de no perder sus formas de vida (de políticos profesionales) en el reparto de utilidades que el Estado les brinda por la vía de financiamiento público (¡4 mil millones de pesos!) mediante el IFE, ahora INE, que –debe decirse– sólo cambió las letras del centro de su nombre: de federal a nacional. Podría decirse que tanto el PAN y el PRD como el Instituto Nacional Electoral han sido sólo maquillados bajo el esquema del tradicional gatopardismo mexicano, es decir, cambiar para que nada cambie.

Y a propósito del INE, no tengo nada contra la mayoría de sus nuevos consejeros, pero los cambios de personas en un organismo que no ha cambiado salvo de siglas no son suficientes garantías de que las cosas se modifiquen sustancialmente. Si después de tantas reformas electorales y de una ley cada vez más remendada continúan las prácticas electorales con saldos dudosos, uno tiene que pensar que el problema de credibilidad en los comicios es un problema de cultura política de muchos mexicanos que, así como no se oponen tajantemente a la corrupción en la vida cotidiana, tampoco a las fallas y resquicios que permiten que los votos no siempre sean tan legales y limpios como debieran ser.

Lo anterior suena fuerte así dicho, pero a muchos nos consta que, sobre todo en zonas donde domina la pobreza y el analfabetismo, la coacción y la compra de votos sigue siendo una lamentable realidad. Y nada cambiará mientras los beneficiarios de esas turbiedades sigan teniendo el poder o traten de estar cerca de ese poder. La cascada del poder también corrompe o, al menos, silencia a quienes con cargos y carguitos públicos o influencias, se benefician de ella y de sus salpicaduras a la hora en que explota en la profundidad de su caída.

Si, además, los partidos que se dicen de izquierda y democráticos no dan el ejemplo, y para supuestamente encarar al poder priísta se enfrentan a sus propias bases inhibiendo su participación, como es el caso del PRD, uno no puede esperar que la participación democrática de la sociedad se exprese por la vía de las urnas electorales a favor de la oposición de izquierda. Ésta tiene que demostrar que es democrática, que toma en cuenta a la sociedad y sus crecientes problemas, que no pretende dirigirla pero sí representarla, que se trata, pues, de una alternativa a lo existente que, dicho sea de paso, no nos gusta.

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