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A la mitad del foro

Concentración y fuga

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No se acaban los conflictos por la tenencia de la tierra. La Sedatu, antes Secretaría de la Reforma Agraria, es dirigida por el yucateco José Carlos Ramírez Marín. En imagen de archivo, ejidos en TláhuacFoto Jesús Villaseca
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i se quejan los del poder de facto es que los del poder constituido se equivocaron en algún punto clave de las reformas estructurales, en las leyes reglamentarias con las que supuestamente volvería el Estado a regular las telecomunicaciones, entre otras cosas. De la educación, ni hablar. Emilio Chuayffet invoca el imperio de la ley, para dejarlo en manos de gobernadores de islas Baratarias que aspiran, cuando mucho, a la cercanía con los ricos que hicieron su fortuna a la antigüita: la heredaron.

Pero hablamos de los lamentos de Televisa y de Telmex, de los heraldos de Emilio Azcárraga Jean y de Carlos Slim. Si los dos de la mayor concentración se quejan, en algo habrán acertado los escribanos de la iniciativa de marras. O de plano hubo una secuela del pacto, a la sombra, en las alturas, para garantizar que las nuevas cadenas de televisión abierta y la obligación de dar paso en las redes de telefonía fija a la celular no alteren el ritmo de concentración que ha convertido a México en una oligarquía gobernada tímidamente por servidores del dinero en tierra de pobreza que se multiplica y se reproduce geométricamente. Donde lloran está el muerto, decían los rancheros. Y hay que añadir la conversión del Partido Acción Nacional (PAN) legalista en remedo de golpista a plazos y como copia de la imagen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como obstáculo para el pobrecito Felipillo santo, a quien no dejaban gobernar.

Asoma la confusión de sentimientos, la ilusión de asumirse hegemónicos cuando aspiraban apenas al monopolio de la oposición en tiempos del cesarismo sexenal. En Puebla, donde Rafael Moreno Valle ensaya poses imperiales, la oradora que cantaba loas a Gustavo Madero lo trasmutó en dirigente del... PRI; al otro lado de las trincheras, el inefable Cordero del señor manifestó su intención de presidir al priísmo, a lo que añadió nueva confusión que vendría a confirmar la envenenada ironía de Carlos Monsiváis: En México todos somos priístas, salvo prueba en contrario. Mejor ni hablar del pobre tribuno que acusó a Andrés Manuel López Obrador. Por lo visto en la derecha hay todavía quienes reconocen como presidente legítimo al del voto por voto, casilla por casilla. Descarriado el Cordero, el descendiente del apóstol de la democracia acudió a la asamblea del voto abierto y las puertas cerradas.

Los del PRI han vuelto al redil. Los gobernadores de cuño tricolor son convocados a la residencia presidencial y las electrónicas guardias pretorianas les exigen dejar los celulares en la entrada, para que nada los distraiga del llamado a la acción del Señor Presidente. No faltó quien recordara el protocolo de los mexicas que llegaban ante el Tlatoani; vestidos con ropajes de mendicantes, sin alzar la vista, avanzaban lentamente, repitiendo la frase ritual: Señor, mí señor, gran señor. Afuera llueve y hace frío; alguien recordó que el deber de la oposición es oponerse. Y están bajo ataque las icónicas reformas del cambio que resiste todo impulso a confrontar la desigualdad abismal entre los millones de pobres y la riqueza inconmensurable concentrada en menos del uno por ciento de la población.

La reunión tenía por objeto recordar a los gobernadores del PRI que no basta citar o parafrasear la máxima de Jesús Reyes Heroles, el huasteco. Sí, lo que resiste apoya, pero el que calla otorga. Y cuando los negociantes del sistema plural de partidos toman tribunas, cabinas de radiodifusoras y, para colmo, la voz e imagen del ágora electrónica, hay que expresar en voz alta el apoyo a las acciones del gobierno, a las reformas constitucionales y sus respectivas leyes reglamentarias. O cabestrean o se ahorcan, señores gobernadores. La economía no crece, no genera empleos formales y, para colmo, los trazos tímidos de un sistema de impuestos progresivos se diluyen en el ir y venir de Agustín Carstens y la incesante prédica de Luis Videgaray, un secretario de Hacienda que actúa como primer ministro en el fantasioso régimen parlamentario que soñaba Porfirio Muñoz Ledo.

Gobernadores con poder que no saben cómo ejercerlo, o para qué. Los que llegaron con un cambio de chaqueta, lejos de hacer valer el pacto federal, dejan hacer, dejan pasar, los vientos huracanados del centralismo. Se agotó el impulso centrífugo que vino con la alternancia, con la desaparición del árbitro de última de instancia, del dueño de la expectativa. Malova, el comerciante sinaloense acudiría de inmediato si lo convocaran; Gabino Cué buscaría alivio en las guardias pretorianas de Los Pinos; Ángel Heladio Aguirre tendería la mano para agradecer la oportunidad de solicitar aumento a la ayuda generosa de su Señor.

Nada de triunfalismos, repite César Camacho entre pregones de victorias del PRI en las elecciones federales de 2015. Y, efectivamente, todo indica que no podrán recuperar terreno los panistas atrapados entre la disputa por el botín de los recursos electorales y la sombra de procesos penales a funcionarios del PAN que saquearon al país durante 12 años. Influyentismo, nepotismo, complicidad y una inconcebible tolerancia. Lo de Oceanografía estalló, obligó a la intervención de la Procuraduría General de la República, porque Citibank denunció fraude, falsificación de firmas y documentos de Pemex. Notable paradoja: un banco abre la Caja de Pandora y los chismorreos sobre los hijastros de Vicente Fox dejan de ser desahogos anónimos en redes electrónicas, para dar paso a cargos formales al candidato panista a gobernador de Campeche.

Y a la familia del joven secretario de Gobernación a quien Felipe Calderón rindió honores de jefe de Estado en el Campo Marte. Jesús Murillo Karam ha procedido con seriedad, no ha respondido a las provocaciones de senadores panistas: no dejar gobernar a Peña Nieto, no discutir ni votar las iniciativas de leyes secundarias enviadas con retraso por el Poder Ejecutivo. La inmensa mayoría de los mexicanos desconfía del poder y se impone la incredulidad. Se impone el respeto al debido proceso de ley. Pero si hubiera el menor asomo de acuerdo político, la impunidad podría detonar la violencia social y erigirá insalvable obstáculo a los propósitos de cambio.

Es hora de tomar decisiones. De llamar a las cosas por su nombre y respetar el valor de la palabra. En la trágica marejada que ahogó al reformismo salinista y arrasó con las instituciones del poder constituido, se impuso el poder de la clerigalla y la concentración de la riqueza hundió al país en la desigualdad que impera. Las reformas al artículo 27 de la Constitución dejaron a los campesinos en el abandono, sin interlocutor político, sin acceso al crédito, al extensionismo y seguro agrícola, sin semillas ni fertilizantes, ni bodegas, ni subsidio alguno. Nunca llegaron los capitales que vendrían del exterior. La mayoría de los ejidatarios decidió no vender, no dejar la propiedad social.

Juegos de palabras; cultivos yucatecos. Desaparecieron la Secretaría de la Reforma Agraria (SRA). Se les olvidó que las mojoneras caminan de noche y nunca se acaban los conflictos por la tenencia de la tierra. No hay que preocuparse por las cosechas de maíz: si falta, lo importamos, dijo solemnemente un secretario de Agricultura. Le cambiaron de nombre a la SRA. Ahora es la Sedatu, a cargo del desarrollo agrario, territorial y urbano. Al frente, un yucateco. No por identidad ideológica con Carrillo Puerto, el Cristo Rojo de los Mayas. Jorge Carlos Ramírez Marín es peregrino que acude a las zonas de desastre; es promotor de bienes raíces y de viviendas donde lo urbano devora a lo agrario.

Total, si además de maíz faltan agua, tierra o certificados agrarios... los importamos.