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Nosotros ya no somos los mismos

Los niños y el lenguaje oral y escrito

Algunos panistas, afrenta al partido fundacional

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“Para contarles de don Luis Villoro necesito de días plenos de optimismo, de acción, de compromiso, de ‘ganas de cambiar la realidad’”. En la imagen, el día que el filósofo recibió el Premio Alfonso Reyes, de El Colegio de MéxicoFoto Cristina Rodríguez
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partir del mediodía del lunes comencé a recibir comentarios sobre El libro de las adivinanzas, al que me referí en la anterior columneta. Algunos lectores ya lo conocían y les daba mucho gusto ver, en este periódico, la exaltación merecidísima que de él se hacía. Otros lo compraron durante la semana y todavía hoy (domingo), por la mañana, gustosos, me lo comunicaron. Mención especial merece un cuate que me dice: no tengo hijos, menos nietos (me aplastó la lógica), pero desde niño me encantan las adivinanzas.

Detesto que me den consejos, sobre todo con aire sentencioso, moralino. Esto me obliga a actuar en consecuencia, por eso, lo que a continuación platico es el simple relato de una ocurrencia personal, en lo absoluto una sugerencia.

Para Navidad les regalé a mis tres nietos un ejemplar del mentado Libro de las adivinanzas. De ellos, sólo el mayor sabe leer, sin embargo, cuando yo se los leí y les mostré las ilustraciones, le atinaron a muchas de ellas. Ya entrado en gastos, escribí –con pretensión de adivinanza– una dedicatoria para cada uno. Las soluciones de ellas eran sus propios nombres. Recalqué, al leérselas, la palabra con la que éstos tenían consonancia. Ante mi asombro y gran satisfacción, al segundo, tercer intento, me dieron la respuesta. Conclusión personal: más allá del ADN terrible con el que marquemos a nuestros descendientes, si somos responsables y le echamos ganas, mucho tenemos que ver en su desarrollo, evolución y superación. Con el mayor de esos nietos convine en un juego (el espíritu lúdico, pienso, es básico en toda relación humana): cada uno de nosotros escogerá una palabra sencilla, de uso frecuente y, para la próxima vez que nos veamos, intercambiaremos unas listas de cinco palabras que rimen con la inicialmente escogida. Luego escribiremos frases cortas y tal vez hasta oraciones que tengan sentido y rima. Para los cumpleaños intentaremos miniversitos cálidos, chistosos (el humor es expresión de salud mental e inteligencia), y para noviembre habrán de llegar las primeras calaveras familiares.

Dotar a los niños de ese instrumento maravilloso –el leguaje oral y escrito– es insertarlos a plenitud en la vida que inician, es dotarlos de las mejores herramientas para que se relacionen con sus semejantes, se integren, se respeten, se quieran y no compitan con afán destructivo, según la despiadada filosofía gringa, sino que se complementen y se ayuden. Me refiero a la emulación que hace años vi en la escuela cubana.

Decía Eduard Sapir que “ cada niño está preparado por el complejo conjunto de factores que llamamos herencia biológica, para realizar toda clase de adaptaciones musculares y nerviosas que producen el acto de caminar… El ser humano normal está predestinado a caminar, no porque sus mayores le enseñaran a aprender este arte, sino porque su organismo está preparado desde el nacimiento, y aun desde el momento de la concepción para realizar todos esos desgastes de energía nerviosa y todas esas adaptaciones musculares que dan origen al acto de caminar. Dicho suscintamente, el caminar es una función biológica inherente al hombre”. No así el lenguaje, tanto que Sapir sostiene: si un bebé fuera abandonado en un paraje apartado de toda presencia humana y lograra sobrevivir, sin lugar a dudas aprendería a caminar, pero nunca a hablar, es decir, a comunicar ideas, según el sistema tradicional de una sociedad determinada. La facultad de caminar es una actividad humana general que no varía sino dentro de límites muy circunscritos, según los individuos. Su variabilidad es involuntaria y sin finalidad alguna. El habla es una actividad humana que varía sin límites precisos en los distintos grupos sociales, porque es una herencia puramente histórica del grupo, producto de un hábito social mantenido durante largo tiempo. Varía del mismo modo que varía todo esfuerzo creador, no de manera tan consciente, pero en todo caso de modo tan verdadero como las religiones, las creencias, las costumbres y las artes de los diferentes pueblos. El caminar es una función orgánica, (aunque no, por supuesto, un instinto en sí mismo); el habla es una función no instintiva, una función adquirida, cultural. ¿Entendemos, entonces, la trascendencia que tiene el que nuestros hijos manejen, dominen ese instrumento, producto de nuestra historia, de nuestra cultura, que es el lenguaje, nuestro lenguaje?

Ya había anunciado mi decisión de cronicar algunos momentos compartidos con el maestro Luis Villoro. Lo intenté dos, tres veces y no me gustó en lo más mínimo la forma en la que relataba esos acontecimientos. Decidí posponerlo, no porque piense que puedo mejorar al paso del tiempo (lo que natura non da, una semana non presta). Simplemente que el animus es cambiante: hay tiempos para la melancolía, las añoranzas y lo hay para los proyectos y las expectativas. “ Hay días en que somos tan l ú bricos, tan lúbricos que en vano nos depara su carne la mujer. Tras de ceñir un talle y acariciar un seno, la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer. (...) Y hay días que somos tan sórdidos, tan sórdidos (…) Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...” En fin, quién soy para contradecir a Miguel Osorio Benítez, más conocido en los medios poéticos como Porfirio Barba Jacob: así lo sostiene este poeta colombiano, de manera irrebatible, en su Canción a la vida profunda. O séase que, para contarles lo que de don Luis Villoro recuerdo, necesito unos días plenos de optimismo, de acción, de compromiso, de ganas de cambiar la realidad. A veces estos días se me dan y en ese momento, sin desperdicio, hablaré de Luis Villoro Toranzo.

Los días de ahora, de ahorita, son los de la rabia, la náusea, los de la indignación (la pronta indignación es uno de mis muy escasos atributos).

Leo una de las declaraciones más cínicas y, sobre todo más estúpidas, de las que tengo memoria: dice el senador Roberto Gil Zuarth: Los brazos parlamentarios de Acción Nacional que nos quedaremos (sic) después de la renovación de la dirigencia, no vamos a permitir que el presidente Peña Nieto, su partido y su gobierno intervengan en la vida del partido, si lo hace, se lo cobraríamos con una oposición mucho más contundente y con poca disposición al diálogo. Pero, ¿será consciente este delfín calderoniano de lo que dijo? Él solito se encueró ante el respetable: “Mira papucho, si me das mi lugar, si te portas bien conmigo… lo que quieras”. “Si me chiquiteas el gasto, me exhibes con la familia y tus amigotes, no te la acabas. Ah, y pobre de ti donde descubra que flirteas con la vulgar y mal vestida vecina de la izquierda. Entonces vas a saber lo que es ser ‘oposición’ en serio. Bueno, hasta el habla (o séase el diálogo serio, racional, civilizado) te retiro”. Y para que no se dude de la fidelidad a los principios, esta amenaza ha sido repetida por el rey del bullying, el honorable, impoluto senador Javier Lozano. (¿En qué partido lo veremos mañana?), y también por sus homólogos Juan Bueno Torio y Rubén Camarillo, quien llegó al extremo de acusar a los priístas de querer revivir a Mouriño. ¡Líbrenos Dios! Sí así, después de muerto sigue ganando las heroicas batallas de los contratos… Imaginémoslo candidato (perdedor, sin duda), pero vendiendo legitimidad en abonos. Ahora, estos senadores de temporal, inexpertos, vulgares, zafios, pero eso sí, empoderados, se enfrentan al Poder Ejecutivo y al partido mayoritario del país para exigir impunidad en favor de sus capos, a cambio del voto imprescindible para que las reformas constitucionales puedan entrar en vigor. ¿Qué su aguerrida defensa de esas reformas no eran los intereses patrios: empleos, muchos y mejores empleos, riqueza, mucha riqueza y su justa distribución? ¡Fuera el Estado, corrupto, ineficaz, perverso! ¡Vengan Oceanografía, City Bank, Exxo, Shell, Texaco! Nuestros despachos de abogados estarán prestos para servirles. Por cierto, sí, los niños Bibriesca, son el mejor conducto para entablar negociaciones y llegar a redituables acuerdos. Por su conducto, el de su viril padrastro y no se diga el de su amorosa y protectora madre y el fuero del socio/diputado, no habrá delito que perseguir.

Zuarth y los suyos son unos bucaneros, extorsionadores, chantajistas (las leyes secundarias estarán secuestradas hasta que a sus capos se les garantice total impunidad). Ávidos de fortuna y bienes materiales, mochos, hipocritones, clasemedieros mediocres, los Gil Zuarth, Cortázar, Nava, Martínez Cázares, son la afrenta al PAN fundacional y sus primeros afanes. Si el presidente Peña Nieto lo permite, no habrá cedido a las pretensiones de una derecha combativa y honorable, sino a una pandilla de menesterosos doctrinarios e ideológicos. Y me quedé a la mitad.

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Twitter: @ortiztejeda