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Los grandes maestros rusos, en retrospectiva
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Gennadi Rozhdestvensky
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Periódico La Jornada
Sábado 15 de marzo de 2014, p. a16

La presentación de la Filarmónica de San Petersburgo el pasado fin de semana, para iniciar los festejos por el 80 aniversario del Palacio de Bellas Artes, fue un parteaguas en aspectos variopintos: desde la visita, hace año y medio, de la Sinfónica de Chicago, no acontecía en México un concierto sinfónico de dimensiones de primer nivel planetario.

Por otra parte, escuchar música rusa con intérpretes de aquel país significó la recolocación del oído de muchos melómanos, presas de los puntos de vista y de oído europeo y americano respecto de las obras maestras de Chaikovski, Rimski, Rachmaninov y Prokofiev.

De manera que el Disquero de hoy está dedicado a las grandes grabaciones que se pueden conseguir hoy, tanto en disco compacto como en la tienda digital iTunes y en otras maneras de escuchar música en la web, como Spotify por ejemplo. Todo es cuestión de buscar un poco.

El primero de los dos programas de la orquesta rusa, el sábado pasado en Bellas Artes, se inició con un título que recuerda de inmediato las parodias de Les Luthiers: “Cuadros musicales de la ópera La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh y la doncella Sevronia”. En cuanto sonó, de inmediato frente al escucha aparecieron el trineo, los habitantes de la aldea campesina en plena fiesta, las novias voladoras, los violinistas de cabeza, los burros, los gallos, las vacas, las bailarinas: un óleo de Chagall sonaba en esos pasajes ideados, orquestados y puestos en sonido por el más grande orquestador de la historia: don Nikolai Rimski Korsakov (1844-1908), llamado cariñosamente entre melómanos simplemente Rimski.

Como dato (ponga aquí el lector el adjetivo de su preferencia), antes de iniciar el concierto se escuchó en off: estimado público, el maestro Yuri Temirkanov dedica el concierto de esta noche a todas las mujeres de México ante los aplausos generalizados de quienes creyeron que era porque la fecha de ese día era 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer y no se habían enterado que el día anterior el director ruso se reiteró gran amigo de Putin (conocido por sus desplantes de homofobia) y asestó: las mujeres están impedidas fisiológicamente para dirigir una orquesta sinfónica. El anuncio de dedicatoria del concierto fue en realidad lo que los clásicos denominan control de daños.

Pero bué. La siguiente obra del programa puso en el banquillo del piano solista al joven Denis Koskohukhin, quien despertó la algarabía general por la potencia de su sonido. Su acierto mayor consistió en regalar un bis (encore) de baja velocidad, una melopea cual haunting melody extraída (y, curiosamente, edulcorada) de El Clave Bien Temperado de Bach.

La parte complementaria de la velada fue un atracón Chaikovski: la Cuarta Sinfonía y un par de encores respectivos de El lago de los cisnes y El cascanueces.

El fraseo, la limpieza de trazo, el sonido tan trasparente, tan ruso, hizo evidente más que nunca la manera como, desde la caída del comunismo, la música rusa ha sido sometida a un severo proceso de occidentalización o muy en el entendimiento europeo o estadunidense: le han puesto celofán, miel, crinolina, gasas, naftalina, almidón, adornitos y adornotes. Revísense las discografías de los grandes maestros y notarán (Karajan es el caso extremo) cómo se abrillanta de más, se hacen cantábiles donde no hay, se amoldan a un canon distinto al ruso las grandes obras de Rimski, Chaikovski, Borodin y ni se diga Prokofiev y Shostakovich.

El concierto del sábado pasado remontó al Disquero a la niñez, cuando circulaban discos rusos de la marca Melodiya, con los grandes héroes de la batuta, en primer lugar don Gennadi Rozhdestvensky, don Yevgeni Svetlanov y Kiril Kondrashin.

Resulta interesante observar cómo en el transcurso del tiempo la manera de entender la música rusa del zarismo ha cambiado incluso en directores rusos como el actual jerarca Valeri Gergiev.

Refresquemos el oído con una discografía básica de música rusa dirigida por los grandes maestros rusos, estilo que se ha encargado de mantener vivo, como lo demostró la semana pasada, el director Yuri Temirkanov, al frente de la Filarmónica de San Petersburgo en Bellas Artes.

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