Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Francisco, a un año: demasiadas expectativas
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in duda, la presencia de Bergoglio en la cabeza de la Iglesia ha sido refrescante. A un año del pontificado podemos advertir claramente las enormes expectativas que ha despertado para renovar tanto el estilo de la Iglesia así como el esfuerzo que el Papa infunde para dialogar con la cultura moderna. Los obstáculos que enfrenta Francisco son inmensos y son notables las resistencias internas. El hecho de ser latinoamericano ha desacomodado el eurocentrismo con que se conducía la Iglesia y ofrece un nuevo lenguaje simbólico.

Francisco, tanto para la sociedad secular como para los propios católicos, representa oportunidades y esperanza de innovaciones que despierten el entusiasmo en un catolicismo (institución/doctrina) que parecía haberse encapsulado herméticamente en la tradición. Digámoslo de otra manera: en Francisco se respira aquella atmósfera de aperturas en torno al Concilio. El Papa opta por el diálogo en vez de evangelizar a bastonazos inquisitoriales.

Sin embargo, Bergoglio ha enfrentado obstáculos. Primero, fue impugnado por católicos progresistas, quienes denunciaron condescendencia golpista y su actitud de silencio cómplice con la dictadura militar argentina. Después la derecha católica se escandalizó por sus posturas frente a la pobreza, la injusticia y sus durísimas críticas al sistema económico. Sin embargo, el motivo de mayor preocupación es su nueva actitud frente a las mujeres, divorciados y especialmente ante los homosexuales. Sin que haya cambiado una coma de la doctrina de la Iglesia, Francisco ha provocado colapsos e infartos entre los viejos dinosaurios de la fe, quienes no dudan en corregirlo o interpretarlo. Se le acusa también de guardar un incierto estilo populista, de talante peronista, simultáneamente conservador y progresista, con proclividad a satisfacer a las audiencias que tiene enfrente. Otros piden una lectura pastoral de Francisco, quien acompaña con apertura y bondad las vicisitudes de su grey. Por otra parte, la burocracia romana tiembla ante las anunciadas reformas de la curia y la financiera.

Pese a las críticas, el peso de Francisco durante este primer año se sustenta en su inmensa popularidad. Son apreciados los cambios introducidos por este Papa: sencillez, humildad y austeridad. Francisco despresurizó la presión mediática que clamaba nuevos escándalos institucionales; en cambio, el nuevo Papa introdujo diferentes temas en una agenda estropeada por los escándalos de pederastia y encubrimiento institucional. Declarado el hombre del año 2013 por diversas revistas, muchos sondeos y encuestas locales lo refrendan. Por ejemplo, la encuesta realizada por Univisión en 12 países de los cinco continentes nos muestra un sorprendente grado de aceptación de desempeño del papa Francisco entre los católicos, con 97 por ciento, que lo califica de excelente a bueno. Curiosamente, en México la calificación de Francisco es de las más bajas; 23 por ciento le atribuyen desempeño mediocre a malo. Ya lo hemos tratado: sin duda se debe a la apatía y deficiente recepción que los obispos mexicanos han tenido del papa Francisco y de sus reformas.

Es importante recordar que Bergoglio asciende al pontificado tras el desfondamiento de los sectores conservadores de la Iglesia. Este conservadurismo que se impuso después del Concilio, acusando al progresismo de llevar al caos a la Iglesia por una apertura indiscriminada a la modernidad que conduciría irremediablemente a la pérdida de identidad. Paradójicamente este mismo conservadurismo clerical provocó la debacle de la Iglesia, una crisis de quebranto del capital moral y de la autoridad religiosa. Las luchas palaciegas, las intrigas curiales y la lucha por el poder bajo Benedicto XVI sólo mostraron que el pacto conservador se fracturó. Bergoglio asciende en medio de dicha fractura. Ratzinger simboliza toda esta crisis: un papa deprimido que de manera inesperada abdica a su trono. Como diría el teólogo jesuita González Faus: El problema ya no es el Papa, el problema es el papado. La crisis de corto plazo es la dramática confrontación curial, recogida en el Vatilileaks. La crisis de largo plazo es repensar el modelo vertical y centralizador de la Iglesia hizo que crac con Benedicto.

El gran mérito de Francisco es el retorno a lo pastoral. Tanto en entrevistas como en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa afirma la opción pastoral como eje de su pontificado. De ahí que cuestione el clericalismo, es decir, el eclesiocentrismo, y sobre todo el estilo burocrático y monárquico de muchos actores religiosos. Es evidente que Bergoglio no modificará la tradicional doctrina de la Iglesia ante temas como celibato, sacerdocio femenino, aborto. Pero ha dejado claro que el Papa no va absolutizar la agenda moral como obsesión. Y sí ha insistido en abrir otras agendas pastorales y sociales, como la opción por los pobres, la defensa de los derechos humanos y de los migrantes, la justicia social y la crítica a la idolatría del poder y del dinero.

La luna de miel del papa Francisco ha terminado justo al cumplir su primer año. Su manejo ante los cuestionamientos de la ONU sobre pederastia clerical y la supuesta renovación de los legionarios han sido decepcionantes e inerciales. Todo el encanto de un religioso bien intencionado ha quedado atrás. Los gestos y los símbolos con que inició son importantes en las sociedades mediáticas. Pero ni han resuelto la crisis de la curia romana, ni aún significan una nueva y soñada primavera eclesial. ¿Podrá Francisco cambiar la Iglesia desde arriba? ¿Hasta qué punto las iglesias locales seguirán al Papa en la renovación que propone? ¿Realmente tendrán gran calado las reformas estructurales de la Iglesia? ¿O será una renovación de saliva?

Francisco deberá ir más allá de los gestos. Puede estar en juego un grandísimo desencanto ante las expectativas que el propio Francisco ha levantado. La Iglesia necesita una nueva síntesis de fe y cultura, nuevas hipótesis pastorales que le permitan acompañar con riqueza los grandes cambios de nuestra civilización contemporánea. Retomar los pasos del Concilio Vaticano II, a 50 años, sin nostalgias. Aún hay demasiada soberbia en la Iglesia. Por ello es necesario escuchar y abrirse a las demandas del mundo. O de plano convocar un Concilio Vaticano III que replante los horizontes.