Opinión
Ver día anteriorSábado 15 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lo instrumental en Álamos
Ál

amos, Son. Una vez terminada la edición número 30 del Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT) que se llevó a cabo en el pueblo sonorense de Álamos, vale la pena recordar que se trata de un foro dedicado principalmente (pero no a exclusión de lo demás) a recitales y conciertos de música vocal, en formatos diversos y con repertorios variados. A partir de esta consideración, bien vale la pena señalar que el FAOT 2014 concluyó con un sobresaliente recital a cargo de la mezzosoprano estadunidense Joyce DiDonato (con David Zobel en el piano), exitoso no sólo por el resultado musical específico, sino también por el programa. A destacar en el contexto de un recital cabalmente logrado de principio a fin, las arias de ópera barroca, ámbito en el que es considerada como una especialista, cantadas por Joyce DiDonato con todas las exigencias estilísticas del caso, y una gran atención al contenido dramático de los textos. Y como corolario de un programa muy atractivo, una ejecución variada, colorida y muy refinada del ciclo Venezia de Reynaldo Hahn, compositor cuya desconocida música merece mucha más atención, asociaciones proustianas aparte. ¡Qué buen programa, y qué gran cantante!

Ahora bien: el énfasis que se pone en la música vocal en el FAOT desde su fundación hace tres décadas, no ha impedido que al correr del tiempo el festival haya consolidado una atractiva programación paralela de música instrumental, a través de recitales que se realizan al mediodía en el Templo de la Purísima Concepción. Este año, como en ediciones anteriores, quedó claro que el nivel de la mayoría de estos conciertos instrumentales no es menor que el de las galas nocturnas que son el pan y mantequilla del festival. Va aquí, entonces, una reseña necesariamente compacta y apretada de lo instrumental en Álamos.

Adrián Justus, violín solo, con un pulcro y expresivo recital cimentado en Bach, un poco más de Bach, y abundante Paganini; combinación infalible aderezada con un poco de sabroso tango. El quinteto de alientos Ensamble Zephyrus, con un muy bien elegido y preparado repertorio a base de Barber, Paquito d’Rivera, y un muy atractivo Quinteto No. 2 de Miguel del Águila, lleno de sorprendentes sonidos y efectos. Ensamble Barroco Hybris, con violín barroco, guitarra barroca y laúd. Una muy divertida glosa improvisada en guitarra barroca sobre músicas de Sanz, Murcia, etcétera, con luminosos puntos de contacto con nuestros sones huastecos y jarochos. Después, sobrias sonatas a dúo de oscuros pero fascinantes compositores del XVI al XVIII. Un recital 100 por ciento profesional preparado e interpretado por Rodolfo Ritter en piano y Vladimir Sagaydo en violoncello. Schumann, más Schumann (atractiva transcripción para cello y piano de las Escenas infantiles) y la poderosa Sonata Op. 38 de Brahms. Limpieza, claridad, expresividad mesurada y la cuota justa de romanticismo, sin excesos ni manierismos, además de buen rapport entre los dos instrumentistas.

Una impecable presentación de la premiada guitarrista rusa Irina Kulikova, abierto lujosamente con su transcripción (excepcional) a la Primera suite para violoncello de Bach, y cerrado con broche, literalmente, de oro, con una nostálgica y emotiva versión de los Recuerdos de la Alhambra de Tárrega. En medio, y todos muy agradecidos por ello, música original rusa, de Rudnev y Vassiliev, tocada con la melancolía que las partituras requieren y proponen. Sobresaliente, la limpieza de sonido y articulación de Irina Kulikova.

Finalmente, siete de las hermosas Sonatas Op. II de Antonio Vivaldi. Casi todas ellas, originales para el violín; alguna otra, para el oboe. Ejecutadas, sin embargo, en variada colección de flautas dulces por Horacio Franco, todas ellas de rigurosa memoria, técnicamente muy limpias, con sugestivos alardes de ornamentación y un muy personal manejo de algunos tempi, dando credibilidad a aquello que alguien mencionó alguna vez sobre los divertidos sprints que habitan la música del entrañable Fraile Rojo de Venecia. El continuo, muy bien realizado por Santiago Álvarez, esta vez en un teclado eléctrico que (por más que me horrorizo al pensar en ello) sonó bastante creíble, tanto en su registro de clavecín como en el de órgano.