Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de enero de 2014 Num: 986

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La melancólica
sonrisa del editor

José María Espinasa

La vida es un viaje
Vilma Fuentes

En tierras de Vallejo
Juan Manuel Roca entrevista
con Juan Gelman

Gelman, en el
nombre del hijo

José Ángel Leyva

Carta abierta a
Juan Gelman

Tres poemas inéditos
Juan Gelman

Tres rostros en una obra
Marco Antonio Campos

La palabra de
Juan Gelman

Hugo Gutiérrez Vega

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
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Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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Cinexcusas
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Enrique López Aguilar
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Arturo Souto Alabarce

En todo grupo generacional ocurre que cada uno de sus integrantes es parte de una memoria constelada, es decir, entre todos se pueden reconstruir los recuerdos y la historia de una generación, no obstante los desacuerdos, las diferencias individuales y las percepciones subjetivas. Para el caso de los escritores hispanomexicanos, es frecuente encontrar en ellos posiciones opuestas y, simultáneamente, recuerdos en los que se involucra a otros protagonistas. Al margen de su adherencia (Luis Rius y Angelina Muñiz-Huberman, por ejemplo) o de su rechazo al tema y la vivencia del exilio (José de la Colina y Gerardo Deniz, por ejemplo), todos suelen evocar a otros contemporáneos suyos, o han escrito libros de memorias y pseudomemorias donde se explican personalmente. Sin embargo, ninguno de ellos puede considerarse un cronista generacional, una voz que omita su propia persona para hablar de los demás, salvo Arturo Souto Alabarce quien, en muchos de sus ensayos y artículos, evitó hablar de sí mismo para hablar de sus contemporáneos. Esta generosidad y modestia se condice con la circunstancia de que Souto fue un escritor que nunca buscó los reflectores ni los besamanos, lo cual lo convirtió en uno de esos grandes narradores secretos, casi un desconocido (De la Colina dixit), autor de obra de creación escasa pero llena de miga: La plaga del crisantemo (1960) es el nombre de su único y prodigioso cuentario que, con el paso de los años, varió sus nombres (Coyote 13 y otros relatos) conforme el autor corregía un poco aquí y allá, o agregaba algún nuevo material. Alguna vez, Federico Patán lo retó: “Seguro que has de tener algún guardadito en el escritorio”; Souto, con su proverbial ironía, sonrió burlonamente: “Tal vez, pero lo dudo.”

Souto Alabarce fue hijo de Arturo Souto Feijóo, un distinguido pintor que arribó a México como consecuencia de la Guerra civil española. Se conserva un espléndido retrato del joven Arturo pintado por su padre; como consecuencia de la influencia paterna, Souto fue uno de los pocos autores hispanomexicanos que desarrolló en sus ensayos diversos acercamientos a las artes plásticas, con tanta perspicacia y sensibilidad como la desarrollada en sus meditaciones literarias, particularmente en los publicados en la revista Segrel, de la que fue fundador.

Arturo Souto nació en Madrid el 17 de enero de 1930. Siendo muy pequeño, viajó a Roma, Florencia y París, entre 1934 y 1936; en plena Guerra civil, salió con su familia a Bruselas y París en 1938. De la mano de su padre, residió en La Habana y Nueva York entre 1939 y 1942, año en el que entró a México por el norte del país. Terminó el bachillerato en el Instituto Luis Vives y la Academia Hispano-Mexicana, de cuyo nombre tomó el epíteto de “hispanomexicanos” para definir a la generación de los hijos de los republicanos españoles que llegaron a México con sus padres entre 1936 y 1942, que me parece más general e incluyente que el de “nepantlas”, no obstante la opinión de Carlos Blanco Aguinaga al respecto.

Como muchos de sus compañeros de vida, Souto empezó otra carrera antes de incurrir en la de letras hispánicas: inició la de biología en el Instituto Politécnico Nacional. Se graduó con Magna cum laude en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1955, donde luego hizo una larga carrera como docente, investigador y funcionario universitario. No en balde, Souto consideró que una de las marcas grupales hispanomexicanas fue la pertenencia a la carrera docente y a la actividad académica en dicha Facultad de la UNAM, aunque algunos de los escritores más reconocidos del grupo –como Jomi García Ascot y Deniz– no cumplieron con ese destino, y otros lo hicieron fuera de México, como Blanco Aguinaga, Manuel Durán y Roberto Ruiz.

La biblioteca de Arturo Souto es una de las más ricas en materiales bibliohemerográficos hispanomexicanos. Pude constatar que libros y revistas inexistentes en fondos como los de El Ateneo Español de México, la Universidad Veracruzana, las diversas bibliotecas de la UNAM y algunas otras más, se encontraban en el generoso acervo coleccionado por Souto y Matilde Mantecón, su esposa. En 1998 la UAM le otorgó el doctorado honoris causa, frente a lo cual comentaba, con su ironía habitual: “Eso de los títulos no importa; los alumnos igual se dirigen a mí como maestro, doctor o profesor; lo que no he conseguido es que me digan Arturo.”

Durante sus últimos años, Souto padeció un molesto vértigo que nunca logró resolverse médicamente y en 2010 sufrió una fractura de fémur que no lo detuvo en su actividad docente. Murió el 1 de diciembre de 2013.