Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de enero de 2014 Num: 984

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ahumada
Jesusa Rodríguez

Tamayo y la
evolución del color

Arturo Rodríguez

El derecho a hablar
se lo gana uno

Eduardo Medina entrevista
con Fernando Vallejo

Revolución tecnológica
y literatura

Xabier F. Coronado

Avérchenko,
el intemporal

Ricardo Guzmán Wolffer

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Mesuras métricas

El doctor Joseph Goebbels, uno de esos visionarios (en tanto que ayudó a crear la modernidad política) denostados, acuñó una frase que parece de hierro –imbatible y resistente al paso de los años–: “mientras más grande sea una mentira mejor será creída por toda la gente”. En este caso ignoro si la palabra “toda” se refiera a la totalidad de alguna clase de población, o si sólo a los electores, la prensa, los simpatizantes de un grupo o partido, los enemigos… Aceptemos, entonces, que la mentira debe persuadir, engañar o cooptar a muchos seres indeterminados.

Para efectos éticos, la mentira no es sólo la invención de un escenario que se sabe falso, o la distorsión y exageración de un fenómeno determinado, sino –sobre todo– el escamoteo de la verdad: en cualquiera de los casos, el efecto de la mentira es confundir y obnubilar el ánimo, o la capacidad de análisis, juicio y decisión de otros. Como bien se sabe, una de las mejores maneras de mentir consiste en manipular algo que parezca verdadero.

La historia reciente abunda en ejemplos tan abundantes del ejercicio impudoroso de la mentira, que la mera enumeración de su recuerdo resulta fatigosa para la inteligencia: “Salvador Allende entregará a Chile al bolchevismo internacional”, “Cuba es un peligro para Estados Unidos”, “si Palestina es reconocida como Estado, eso representará un peligro para Israel”, “Irak tiene armas de destrucción masiva”,  “Irán ya construyó su bomba atómica”, “Andrés Manuel López Obrador es un peligro para México”,  “Felipe Calderón ganó las elecciones presidenciales sin fraude”,  “el PAN sí es honrado”,  “toda la gente votó por incrementar la tarifa del Metro de Ciudad de México a cinco pesos”.

Después de cada estúpida declaración (todas las anteriores lo son porque causan estupefacción y pretenden el efecto de un estupefaciente para quienes las escuchen, como si estuvieran bajo el influjo de un somnífero), sobrevienen adhesiones, aplausos, síes que dejan sentir al Líder Máximo del lugar del que se trate que no está solo: una dizque sociedad ha ungido al dizque líder y lo apoya en su dizque proyecto (que causa estupefacción): el viejo Joseph, abuelo de los medios modernos de comunicación masiva, empleaba la radio y las concentraciones populares de la misma manera como en su momento Bush y Berlusconi y muchos actores políticos mexicanos buscaron a la tele, la radio, la prensa y lo que se deje para convencer que cualquier protesta en contra es un acto “antipatriótico”.

Deben notarse dos cosas en esta actitud política: la pretensión de legitimar un acto que, anticipadamente, se sabe condenado a una cierta reprobación general; la persistencia de señalar, en el caso de la omisión de lo que se planea hacer, la caída en una situación riesgosa, de extremado peligro, de amenaza total para todos (otra vez esa palabra).

Llego a donde quería llegar: el Metro de Ciudad de México más “las masas ululantes consultadas a modo, de manera selectiva, anónima y unánime” exigieron que las tarifas fueran aumentadas a cinco pesos (es decir, un viaje simple, por largo que sea, sin interconexión tarifaria con el Metrobús y las líneas de RTP). Imagino que la gente dormida, drogada o embriagada, a la que las “autoridades” permiten un viaje interminable de 24 horas en el circuito de la misma ruta, habrán apoyado la propuesta, lo mismo que bocineros, ambulantes, cantantes, faquires y toda esa fauna que el GDF tolera y fomenta para educación de la ciudadanía, por no mencionar a los también adherentes del bello campamento de personas ¿sin hogar? que viven entre cobijas y malos olores en la entrada (bien entrada la entrada, hay que admitirlo) de la terminal Barranca del Muerto, en el lado poniente. ¿Quiénes fueron las personas consultadas? ¿Qué tipo de encuesta se realizó para descubrir que la gente desea un aumento? ¿Por qué se insiste en que, sin éste, sobrevendrá la destrucción del Metro defeño?

Así comienza la mentira: “Encuestamos y el Pueblo decidió: el Pueblo es feliz con un aumento casi equivalente al cien por ciento del costo actual de los boletos porque sabe que es para su bien: el Pueblo es sabio.” Si los resultados de la encuesta avalan la voluntad de la mayoría, ¿por qué han surgido tantas voces discordantes que van de las marchas a los comentarios burlones? Hay muchas personas que pueden sufragar el aumento impuesto por el régimen de Miguel Mancera, pero hay más para las que la duplicación del costo del boleto representa un duro golpe…

Ya sabemos la respuesta previsible: no aplicar el aumento es un peligro para el Metro…