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A la Mitad del Foro

El dulce encanto de la oligarquía

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Integrantes de la policía comunitaria en Ayutla de los Libres, Guerrero, en imagen de archivoFoto Reuters
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ace 200 años se promulgó la Constitución de Apatzingán. En el sur, en la tierra de Tata Vasco y Tata Lázaro. José María Morelos nos dio la norma constitucional del México insurgente; primera de la nación que somos y entonces luchaba por su independencia y por la libertad. Tierra en la que se proscribió la esclavitud y se aspiró a moderar la pobreza y reducir la extrema desigualdad. Hoy arde Apatzingán y ahí se decidirá en este 2014 la soberanía del estado mexicano. Hay grupos armados en pugna ante la paciente estrategia de las fuerzas armadas del Estado.

Soberano es quien puede dictar el estado de excepción, nos recuerda Giorgio Agamben. Ante todo, el imperio de la ley. En Michoacán impera el caos anarquizante. Ahí no hay uso exclusivo de la violencia. Legal o ilegalmente, la ejercen las autodefensas; la han impuesto los Templarios, criaturas de La Familia que reclamó el poder y se disolvió en los sombríos linderos de la criminalidad y una pregonada defensa de la moral cristera. En Michoacán ensayó el golpismo fascista Felipe Calderón: tras encarcelar al municipio libre y humillar al gobierno del estado, le propuso al entonces presidente del CEN del PRI, Humberto Moreira, postular candidato único a uno de los oligarcas michoacanos y así eludir el conflicto electoral. Al PRD ya lo tengo sometido, añadió.

Hoy se alzan voces panistas que exigen la desaparición de poderes en Michoacán. Voces antiguas, ajenas al federalismo, ignorantes de lo que es el Senado y a quién representa cada diputado al Congreso de la Unión. Mal anda Jelipa que pura agua bebe, decían los campiranos. No todo es marcha de sonámbulos. Pero al borde del abismo silencian voces racionales, desechan valores del quehacer político. La derecha corona con el escudo tricolor del PRI el reformismo del eterno retorno: Vuelve el centralismo decimonónico y en la tierra de Melchor Ocampo queman actas de nacimiento, papeles del registro en llamas reminiscentes de la Santa Inquisición y la insana ferocidad nazifascista que arrojara libros a la hoguera. En el México del tercer milenio, millones se condenan en la anomia, invisibles, carentes de acta de nacimiento: ciudadanos de nunca jamás.

Marchan hacia atrás los cangrejos que festejan el retorno a la incertidumbre electoral, a laberintos secretos donde la norma dicta apertura informativa absoluta; desdén a la soberanía de los estados de la Unión. La lucidez se ausenta al desmantelar la institución electoral. Se va María Marván Laborde, Lorenzo Córdova vuelve a la academia, y la suspicacia a los procesos electorales. Sin Jacqueline Peschard el Ifai irá a la oscuridad de la desmemoria. José Woldenberg ha pasado al capítulo de las leyendas, al párrafo que narra su apaciguamiento de Jimmy Carter, quien pretendía dar la primicia de la victoria de Vicente Fox; sufragio efectivo y el gobierno de gerentes, de ignaros en espera de capitalizar la legalización de la mariguana.

Doscientos años y arde Apatzingán. El gobernador Fausto Vallejo atiende al llamado del secretario de Gobernación; a la casona de Bucareli pomposamente llamada el Palacio de Covián. Ahí, Miguel Ángel Osorio Chong, el secretario, se comprometió a devolver la paz a los habitantes de Michoacán. Diez gobernadores acudieron a la reunión convocada para el enésimo análisis de la inseguridad que prevalece; particularmente, se informó, para abordar la estrategia antisecuestro que se hará pública la semana entrante. Las estadísticas de la criminalidad rampante aseguran que se han reducido las cifras de asesinatos y otros delitos violentos. Pero los secuestros aumentan de manera alarmante. No es casualidad que entre los convocados destacará la sempiterna sonrisa de Ángel Aguirre: Guerrero es territorio de incesantes combates. Narcos, policías comunitarias, marinos, soldados y policías en el fuego cruzado de la que sigue siendo cuna de guerrilleros.

Diez gobernadores sentó Osorio Chong a la mesa en la que recibirían discreto palmetazo de dómine. Los de Michoacán y Guerrero; Jorge Herrera, de Durango; Gabino Cué, de Oaxaca; Egidio Torre, de Tamaulipas; Miguel Alonso, de Zacatecas; Graco Ramírez, de Morelos; Javier Duarte, de Veracruz, Arturo Núñez, de Tabasco, y Eruviel Ávila, del estado de México. En busca del niño perdido. Los secuestros no ceden. Osorio Chong reivindicó avances en regiones hace apenas un año (señaladas) como inseguras, con violencia en las calles, en los bulevares, en los centros comerciales: Hoy es distinto en La Laguna, en Veracruz, Nuevo León, Chihuahua y Tamaulipas. En otras entidades, como Guerrero, subrayó, persisten los problemas.

En plenos festejos el presidente Enrique Peña promulga la reforma financiera en el salón Adolfo López Mateos de Los Pinos. Ante los portadores de buenas nuevas provenientes del ojo de agua de los capitales que espera sean diluvio al aprobarse todas las reformas propuestas, a pesar de las protestas de la oposición a ultranza, de las lágrimas monetaristas y la inquietud en espera de las leyes reglamentarias que han de precisar los límites del desmantelamiento de instituciones. O reafirmar el dulce encanto de la oligarquía.

Enrique Peña hace política y ha vuelto a hacer campaña. En Atlacomulco se empapó del baño de pueblo que ha sido signo y método de su contacto real, carnal, con los de abajo. La dicha desdibujó la firmeza republicana con la que se han propuesto poner en marcha a México; la confirmación de la rectoría del Estado en la educación, tanto como la desdeñada, repudiada rectoría económica, con pasos discretos de Luis Videgaray al abandonar el cero déficit fiscal aunque persista el respeto al dogma que ha llevado a Paul Krugman a sentenciar que todo funciona muy bien en México, excepto la tasa de crecimiento. Pero en Atlacomulco, el gobernador Eruviel Ávila se contagió del calor popular y olvidó la cultura del esfuerzo de la que proviene, único legado de Luis Donaldo Colosio: invocó el nombre de Dios y despistó al mandatario de esta República laica: Que Dios los bendiga, dijo Peña Nieto a sus paisanos al despedirse.

Hay gobernadores que, en busca del niño perdido, se aferran a las sotanas de la clerigalla. César Duarte consagra el estado de Chihuahua al Sagrado Corazón de Jesús. En Jalisco, Alberto Cárdenas, Francisco Ramírez Acuña y Emilio González, nepotes de cardenal, van de Herodes a Pilatos en busca de los intereses del dinero de los tribunales que se perdió· Otros se aferran al espíritu liberal del federalismo: tanto el tabasqueño Arturo Núñez Jiménez como el tlaxcalteca Mariano González Zarur, aunque ya no lleven el mismo fierro.

En el noroeste, Guillermo Padrés, gobernador de Sonora, se encierra a piedra y lodo para no hablar con los yaquis para resolver el desvío del agua y acabar con el largo bloqueo costoso para la economía de todo el país. En el Distrito Federal marchas y plantones exponen la fragilidad política de Miguel Ángel Mancera. Y en Oaxaca ponen en la picota a Gabino Cué Monteagudo, al gobernador que designó secretario de Seguridad Pública a Alberto Esteva Salinas, quien tiene dos órdenes de aprehensión vigentes. A contracorriente del dulce encanto de la oligarquía, vuelve el México Bárbaro de John Kenneth Turner. Y paradójicamente, Yucatán es la entidad donde hay menos secuestros. Rolando Zapata gobierna el estado más seguro y menos violento.

Vino y se fue la casta divina. Pero del Bravo al Suchiate, se confirma la amarga ironía de Anatole France: ricos y pobres son libres de dormir bajo los puentes.