Opinión
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a fotografía en que aparecen Barack Obama y Raúl Castro saludándose sonrientes y con cortesía es, o debiera ser, reveladora de que algo puede cambiar en la relación de Estados Unidos con Cuba. Nunca había pasado desde el triunfo de la Revolución cubana que los presidentes de estos dos países se dieran la mano. El hecho, por sí mismo, y además enmarcado en los funerales de Nelson Mandela, es histórico y noticia mundial. Significativo, además, porque en dicho funeral se celebraba la vida de un líder que llevó a su país al fin de un régimen de segregación racial inaceptable mundialmente bajo cualquier concepto ético y civilizado.

Para la historia moderna del racismo no deja de ser paradójico que quien luchara por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos (John F. Kennedy) fuera el mismo que organizara, a través de su director de la CIA (John McCone), la invasión a Bahía de Cochinos en abril de 1961 y que ese mismo año comenzara formalmente, con la autorización del Congreso de ese país, el bloqueo económico llamado embargo total a Cuba.

Gracias al gobierno de Kennedy y a la lucha de los afroestadunidenses por sus derechos civiles es que Obama ha podido ser presidente de ese país, algo impensable en aquellos años en que los negros no podían tomar agua del mismo bebedero que los blancos (como en la Sudáfrica del apartheid, vale decir).

Es así que la historia, sin que nadie se lo propusiera, se entrecruza, por decirlo así, en una confluencia insospechada en la que tres símbolos se dan la mano: Mandela, Obama y Castro. El primero porque, aun fallecido, representa la integración racial en el país que fuera el más racista del mundo por muchos años. El segundo porque está donde está por la larga lucha en su propia nación en contra de la segregación racial, y el tercero porque su pequeño país fue también protagonista contra el apartheid en el sur de África y, a la vez, víctima de las políticas imperialistas de Estados Unidos desde hace más de 50 años.

Con lo anterior no estoy siquiera insinuando que, a partir del saludo de Obama y Castro, Estados Unidos salga de Guantánamo y que el bloqueo económico a Cuba llegue a su fin. Pero como quiero ser optimista me gustaría pensar que Obama quizá reflexionará que así como el racismo es una de las más grandes estupideces creadas por el ser humano, también es absurdo continuar con la condena –sobre todo económica– de un pequeño país en el Caribe que nada le ha hecho a Estados Unidos, salvo defender su soberanía a costa de enormes sacrificios. Obama tendría que pensar que así como Mandela es un símbolo de la lucha contra el racismo, Cuba es un símbolo del antimperialismo en todo el mundo y que él mismo, Obama, podría ser un símbolo del fin del bloqueo a la isla.

El presidente de Estados Unidos es, al margen del color de su piel, que hace 50 años le hubiera impedido ir al mismo baño de los blancos, el gobernante de una potencia que insiste en ser imperialista y meterse en todos lados como si ningún país le mereciera respeto. Si unas son sus intenciones y otras las cosas que puede hacer, dados los intereses que como gobernante tiene que defender, es finalmente su problema y de él dependen las negociaciones que pueda hacer al respecto. Ya tiene el ejemplo de Mandela, que supo negociar con Frederik de Klerk para lograr una democracia multirracial en Sudáfrica y ya tiene el antecedente ejemplar de quienes dieron su vida para que él (y) su familia pudieran entrar en la Casa Blanca por la puerta principal y no la de servicio.

La coyuntura favorece a Obama si de veras quisiera permitir que Cuba fuera un país con plenos derechos en el concierto mundial. El comunismo, que fuera el coco de los defensores del capitalismo desde por lo menos 1847, ya no es una amenaza para nadie, no en el corto o mediano plazos. Cuba misma, aunque sea lentamente y obligada por las circunstancias, se está abriendo a ciertas fórmulas que no tienen nada que ver con el socialismo. China también. Y hoy por hoy el socialismo como objetivo es más un referente que una realidad malograda gracias a Stalin y su contrarrevolución burocrática y policial. Estados Unidos no tiene nada que temer de la presencia de Cuba, salvo quizá el mal ejemplo de un pueblo y un gobierno que no se resignan a perder su dignidad como nación soberana que ha querido ser.

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