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Premios Nacionales 2013

Recibirá el galardón en la categoría de Bellas Artes

La escultura urbana llega a muchos; es un arte vivo: Ángela Gurría

Me he apoyado mucho en la obra prehispánica, pues los mexicas, ¡qué barbaridad, qué escultores!, expresa a La Jornada

La galería donde se exhibe de manera permanente una selección de sus trabajos publicará un catálogo con 275 de sus obras

Foto
Ángela Gurría, en su casa de Coyoacán, durante la entrevista con La JornadaFoto Prometeo Lucero
 
Periódico La Jornada
Martes 10 de diciembre de 2013, p. 4

La escultura es un arte de muchos, para muchos, expresa Ángela Gurría (DF, 1929), cuyos ojos brillan cuando se le pregunta por su obra monumental.

Lo que hago, escultura urbana, lleva ingenieros, arquitectos, los que cuelan el cemento para recibirla, por eso es muy bonita. Es un arte solitario mientras uno lo piensa, pero en el momento de hacerlo involucra muchas personas; entonces, es vivo, asegura la ganadora del Premio Nacional de Ciencias Artes 2013 en el rubro de Bellas Artes, galardón que comparte con el cineasta Paul Leduc y el compositor Javier Álvarez Fuentes.

Allí están Señal en la Estación No. 1 (1968), de la Ruta de la Amistad, de 18 metros de altura; Fuenterrosa (1970), ocho metros de diámetro por cuatro metros de altura, Unidad de Interés Social Jardín de los Amantes, Acapulco; monumento Al trabajador del drenaje profundo (1974-75), cinco torres de 14 metros de ancho por 30 metros de altura, Tenayuca; Trofeo a Simón Bolívar (1984), Cámara de Diputados, Caracas, y El corazón mágico de Cutzamala (Homenaje a Tláloc), 1985, trabajo de integración al paisaje, 100 metros de altura, por mencionar unos cuantos.

Dos experiencias desafortunadas

Mientras la escultura urbana le ha dado muchas satisfacciones, también le ha causado dolor. Basta recordar el grupo GUCADIGOSE, 1975-1976, primer colectivo de escultores que Gurría formó con Geles Cabrera, Juan Luis Díaz, Mathias Goeritz y Sebastián. Desarrollaron cinco glorietas en el libramiento de Villahermosa, Tabasco, sin embargo, hubo cambio de gobernador y fueron destruidas tres en menos de una semana.

Se había pensado como una Ruta de la Amistad. Se trabajó tomando como patrón los templos de Comalcalco, un intento vanguardista en ese momento, escribe Milena Koprivitza en su libro Ángela Gurría: escultora monumental (2003).

Aparte de la actitud de borrón y cuenta nueva del gobernador entrante, para la entrevistada hubo omisiones nuestras.

Las glorietas se hicieron de ladrillo, mientras “Tabasco es de color, es verde, azul. De haber pintado los ladrillos de colores, hubiera sido un éxito. También hubiéramos invitado a dos o tres escultores de allá, no que allá fuimos los del deefe”.

También tuvo una experiencia desafortunada en el aeropuerto de Cancún, donde las placas de hierro de 6.45 por 4.30 metros de su escultura Contoy (1974), con la connotación aviones/pájaros/vuelo, se vieron reducidos con un soplete. Los fracasos en escultura son tan bárbaros y duelen mucho porque estás metido en el material, en la forma porque sientes que aquello puede movilizarse, y de pronto nada, se hacen pedacitos, acota.

Gurría llegó a la escultura de pura casualidad. Ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México porque quería escribir teatro. Pero el dramaturgo Rodolfo Usigli le dijo que para eso, necesitaba hacer teatro, para que supiera cómo se mueve cada personaje, cómo es, de qué viene. En su casa no les pareció nada la idea, entonces cambió a la carrera de Letras españolas, y de pronto saltó a la escultura.

–¿Cómo se conectó con Germán Cueto en el Mexico City College?

–Porque eran sitios donde se pensaba que quizá no corría peligro, que no me podía salir de la línea trazada en la vida, pues, ellos (su familia) pensaban que el arte era únicamente eso que haces para pasar el tiempo y no. Empiezo a usar las manos y me doy cuenta que eso es realmente lo que quiero, lo que necesito.

Discípula de Germán Cueto

Ángela Gurría estudió con Cueto en un momento que éste cultivaba la abstracción, hecho que le influyó. Se dio cuenta, no obstante, que necesitaba otra visión, entonces estudió con el maestro figurativo Mario Zamora, porque “necesitaba fijarme en la forma –hasta el momento había trabajado con la pura imaginación–, saber cómo es el cuerpo de un hombre o una mujer, o de seres vivos”.

En la obra de Gurría prevalece un amor por la escultura prehispánica y por la naturaleza. Respecto del primero, manifiesta su admiración por la escultura mexica: “Veo el cincel, cómo se hizo, para mí es el súmmum. ¿No será porque soy tenochca? Acepto que me he apoyado mucho en la obra precortesiana. Esa vasija de corazones que está en la sala Azteca (del Museo Nacional de Antropología), ¡qué barbaridad, qué escultores!”

–¿Mejor que hoy día?

–Ah, sí, porque además son conceptos, son figuraciones, mundos en pequeños símbolos.

Gurría ha esculpido montañas, ríos y nubes, también tiene obsesión por las calacas, por tanto, los tzompantlis, además de hacer puertas que no van a ningún lado. La piedra y el hierro son sus materiales favoritos. Para la nube que tiene en el Museo de Arte Moderno empleó una piedra que vio, que le llamó y que le costó mucho trabajo comprar porque no se la querían vender. En un principio tallaba directamente la piedra.

Jorge Espinosa, de la Galería Arte Hoy (Presidente Carranza 176, Coyoacán), donde se exhibe de modo permanente una selección con obra de Gurría, anuncia que están por publicar un libro para el que catalogaron 275 trabajos de la artista, de los que identifican unos 10 como urbanos monumentales.