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Bajo la Lupa

Efecto tripolar: ascenso de Irán, descenso de Israel

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Un activista palestino es detenido por soldados israelíes durante una protesta contra el Plan Prawer para reubicar a la comunidad palestina beduina de sus aldeas en el desierto del Neguev, cerca del asentamiento israelí de Bet ElFoto Ap
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l histórico acuerdo interino de Irán –potencia emergente y país pivote de primer orden en el gran Medio Oriente–, con el sexteto del P5 más 1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU con la adición de Alemania), se encamina, en caso de llegar a su concreción feliz en un plazo de seis meses, a transformar la cartografía regional bajo el nuevo codominio de Estados Unidos y Rusia, con el aval de China.

El geoestratega Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de Carter e íntimo de Obama, lo sintetizó mediante su Twitter perentorio: Ganan Kerry y Rouhani; pierden los bélicos, que se conjuga con otro: Obama/Kerry = el mejor equipo político desde Bush I/Jim Baker. El Congreso finalmente se encuentra avergonzado (¡supersic!) por los esfuerzos de Netanyahu en dictar la política de Estados Unidos.

Jeffrey Goldberg, columnista israelí-estadunidense de Bloomberg, replica en otro Twitter: Ex consejero de Seguridad Nacional sugiere (sic) que Estados Unidos está dominado por los judíos (sic).

Ganan Estados Unidos e Irán y pierde Israel y, más que nadie, su mesiánico primer ministro superhalcón Bibi Netanyahu, quien se queda catatónico en el caduco orden unipolar, después de haber apoyado sin recato a Mitt Romney, el fracasado candidato presidencial republicano, contra Obama.

Tales errores son muy costosos y han encajonado a Israel, que se encuentra lastimosamente más aislado que nunca en el escenario internacional y que pronto empezará a sufrir la presión de la poderosa corriente histórica para obligarlo a ingresar a la normalidad universal, debido a su posesión clandestina de armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas y químicas).

Estados Unidos –ya no se diga Gran Bretaña, que restableció expeditamente relaciones con Irán– rehúsa emprender una nueva aventura militar contra el eje Siria/Irán (extensivo a Hezbolá en Líbano) que sólo hubiese beneficiado relativamente a Israel en los avernos.

La desolación en Israel es dramática. Basta leer sus jeremiadas contra Obama, que no dan crédito al ajuste de Estados Unidos al nuevo orden tripolar geoestratégico (que comparte con Rusia y China).

Los minúsculos sectores críticos en Israel –desde el sarcástico Yossi Klein (Cualquier arreglo es malo para los judíos) hasta Yossi Sarid (“Afortunadamente no le creemos a Bibi”), ambos en Haaretz (29/11/13)– lamentan el fanatismo de Netanyahu, quien se obstina, a mi juicio, en inmolarse con el síndrome Masada.

El acuerdo interino versa sobre el congelamiento del programa nuclear iraní, en el límite de 20 por ciento de enriquecimiento de uranio (muy lejos del umbral de 90 por ciento para la fabricación de una bomba atómica), a cambio de la devolución de 8 mil millones de dólares secuestrados por Occidente.

Los círculos militares de Estados Unidos –quienes después de los desastres en Afganistán, Irak y Libia exhibieron su estruendosa reticencia para nuevas aventuras en Siria e Irán– evitan ser atraídos al avispero de un nuevo conflicto en el Golfo Pérsico, exigido por el mesianismo superbélico del premier israelí Bibi Netanyahu, el cual se pudo haber salido del control en las fronteras inmediatas de Rusia (en su Cáucaso islámico) y China (en la región mahometana centroasiática en los linderos con Xinjiang).

Si los reflectores enfocaron el éxito de los presidentes Obama y Rouhani, tras bambalinas operaron en forma determinante Rusia y China para apagar las expansivas flamas bélicas propagadas por los masivos multimedia de la desinformación israelí.

El acuerdo implica la controvertida detención de la construcción del reactor de agua pesada en Arak, así como inspecciones intrusivas de la AIEA y el levantamiento selectivo de algunas sanciones (medicinas, alimentos y refacciones de aviación).

En medio del desplome de su popularidad, Obama vive en la soledad el apoteósico clímax histórico de su acercamiento con Irán, similar –con las debidas proporciones y la perspectiva del mediano plazo– a la apertura de Nixon con la China de Mao Zedong.

¿Qué tanto el tan subestimado Obama habrá engañado a tirios y troyanos?

Mas allá del epifenómeno, Estados Unidos e Irán llevaban bastante tiempo negociando tras bambalinas con la sabia mediación de Omán, lo cual se aceleró con el triunfo presidencial de Rouhani.

Tampoco hay que echar las campanas al vuelo ni subestimar la capacidad de daño saboteador del “ lobby israelí” en Estados Unidos, donde predomina AIPAC, y que, a mi juicio, se subsume en el omnímodo eje Hollywood/Las Vegas/Multimedia/Redes Sociales/Wall Street/Congreso.

Si por sus actos pasados los conoceréis, pues el mesiánico paleobíblico Netanyahu no se quedará con los brazos cruzados y hará lo imposible para gestar una pérfida provocación unilateral que descarrile el acuerdo interino con Irán, como propalan las amenazas de una guerra de desesperación de Israel contra Irán ( Sunday Times, 17/11/13).

Un fractal de lucidez, en medio de la neurosis colectiva fomentada por la propaganda bélica, lo expresa el egregio artículo autocrítico del pacifista israelí Uri Avnery (El mayor peligro, ICH, 30/11/13).

La teocracia chiíta iraní, hoy con mayor margen de maniobra global y regional, exhibe una enorme flexibilidad frente a la anquilosis maniquea de la teocracia israelí que no supo ajustarse a la realidad de la tripolaridad geoestratégica.

No podía faltar la legendaria desinformación del portal israelí Debka, presuntamente vinculado al Mossad, que reporta fuentes exclusivas (sic) en Washington de que Obama y Kerry acordaron en secreto (sic) elevar a Irán al estatuto de séptima (¡supersic!) potencia mundial como seducción para firmar el acuerdo interino. ¡Vaya exageración!

Según las alucinaciones desinformativas de Debka, la influencia de Irán abarcaría una extensa región en el Golfo Pérsico, Medio Oriente y Asia Occidental que incluye Afganistán.

Bajo las repelentes amenazas de muerte a Obama –propaladas por los fundamentalistas israelíes de Estados Unidos, que rememoran el magnicidio del ex primer ministro Ytzhak Rabin–, Debka profiere que Netanyahu “deberá decidir cómo manejar (sic) el súbito remplazo (sic) de Israel con Irán como primer (¡extrasupersic!) aliado de Estados Unidos en la región (…) Nadie imaginó (sic) que la administración Obama fuera tan extrema (sic)”. ¡Pues qué poca imaginación!

A Estados Unidos, en declive relativo, no le conviene experimentar el aislamiento suicida de Israel y no se necesita ser genio para percatarse que la carta iraní es mas benéfica en términos relativos –sin llegar a la hipérbole de una nueva hegemonía persa–, la cual, a mi juicio, deberá adaptarse creativamente con las potencias regionales sunnitas: Turquía, Egipto, Arabia Saudita y Pakistán (dotada de bombas nucleares).

Son tiempos del proverbial pragmatismo chiíta que se trasluce en las sendas entrevistas del viejo lobo de mar Rafsanjani y del carismático presidente Rouhani a The Financial Times (25 y 29/11/13): todo se puede negociar desde la aureola del triunfo magnanime que no cesará de asombrarnos, como sus recientes reajustes espectaculares con Turquía (Reuters, 30/11/13) y los Emiratos Árabes Unidos, al unísono de su renovado coqueteo con Arabia Saudita.

Viene una cascada de sorpresas del nuevo paradigma del orden tripolar geoestratégico.

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