Opinión
Ver día anteriorSábado 26 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La contundencia de Morelia
A

unque sólo he asistido en tres ocasiones al Festival Internacional de Cine de Morelia, su undécima edición me ha permitido constatar que ha sabido consolidarse como el más consistente, el mejor organizado y el que cuenta con una programación singularmente coherente. Ahora que los festivales proliferan como hongos en nuestro país, el de Morelia debería servir como modelo a seguir. Surgió como una actividad pequeña y, a diferencia de otros, ha sabido crecer sin desbordar su organización.

Desde luego, el festival moreliano tiene la gran ventaja de llevarse a cabo en un lugar privilegiado: el centro de la ciudad, que no sólo es hermoso en términos arquitectónicos, sino práctico para fines del festival. La zona está llena de hoteles de todo tipo —por desgracia, a la prensa se le hospeda en uno bastante pinche, el Alameda– y el cuartel general, el múltiplex de Cinépolis Centro está a distancia de caminar. Es decir, la experiencia es cómoda aun bajo la lluvia, que este año fue constante.

Además, no conozco otro festival importante en el mundo que todavía ofrezca a sus invitados una generosa comida gratuita al mediodía. Eso sirve, al margen de las necesidades digestivas, como útil sitio de encuentro para conversar con otros participantes en un ambiente informal.

Sin embargo, lo que sostiene al festival es su variada programación. Desde luego, su sección central es la competencia de largometrajes y documentales mexicanos. Este año la calidad de las películas de ficción fue bastante uniforme, con una favorita y posible ganadora –La jaula de oro, de Diego Quemada-Diez–, si bien no pude comprobar la reacción a las últimas concursantes, Club Sándwich, de Fernando Eimbcke, y Las horas muertas, de Aarón Fernández. (Por cierto, sería recomendable que los documentales también contaran con funciones de prensa. Algo complicado, dada la saturación de los horarios).

El programa de Morelia sabe equilibrar su oferta entre lo clásico y lo nuevo, entre lo popular (los próximos estrenos hollywoodenses, por ejemplo) y los títulos de culto, real o potencial. No hay momentos muertos. Siempre hay algo de interés que ver desde la mañana hasta poco antes de la medianoche.

Lo que sí está a punto de rebasarse es la suficiencia de ese Cinépolis en términos de público. Dada su popularidad entre locales y visitantes, las salas ya no se dan abasto para la demanda de asientos. Prácticamente en todas las funciones a las que asistí había gente sentada en las escaleras. Y, en algunos casos, como sucedió con el primer pase de Blue Jasmine, de Woody Allen, incluso hubo portazo, con el consiguiente sobrecupo de espectadores (no quisiera pensar lo que ocurriría en caso de un siniestro). También ese conjunto es demasiado pequeño para el pretendido glamur que supone el paseo por una alfombra roja tan corta cuyo trayecto climático es a través del lobby/dulcería del cine.

Por otro lado, el ambiente festivalero no llega al otro complejo, Cinépolis Las Américas, donde también se exhiben las películas y cuenta con salas más grandes, aunque está a unos 15 minutos en coche del centro. Ahí vi A los ojos, de Michel y Victoria Franco, en una sala donde el público no cubría ni la cuarta parte del espacio disponible.

El reto del festival de Morelia es saber mantenerse en la misma línea. Sirve que su directora, Daniela Michel, lo ha sido durante estos 11 años y así se han evitado los bandazos. Como sea, se ha vuelto una cita ineludible para el cinéfilo mexicano (por lo que lamento no haber podido asistir a más de sus ediciones).

Twitter: @walyder