Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Esmeralda en el MAM
H

ay un destacable acervo de documentos en esta exposición, que merece por sí mismo un estudio, no obstante este artículo versa fundamentalmente sobre las obras que se exhiben.

Creo que entre la muchas maneras de calibrar y disfrutar la muestra-homenaje a los 70 años de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda hay dos que son básicas: la primera, como una colectiva cronológica que abarca varios lustros del arte en México; la segunda, como lo que realmente ha pretendido ser: el recuento evolutivo de una de las dos escuelas de arte más importantes que existen en nuestro país y Latinoamérica.

En este aspecto la muestra es acertada en su sección llamémosle histórica, abarcando hasta finales de los años 60 del siglo pasado, éstos por cierto parcamente representados.

A partir de los años 70 y salvo excepciones, la exposición irremisiblemente se cae, debido, creo, a que la selección se llevó a cabo de modo un tanto aleatorio, como si se dejara a la mano de Dios. ¿A qué se debe esta declaración? Tengo la impresión, quizá equivocada, de que así como la curaduría cuidó con esmero la selección histórica que concierne a los inicios y el arranque, lo demás se hizo de la manera mas fácil posible.

Sin ton ni son se seleccionó no lo mejor o más representativo que pudiera existir, sino lo que se encontraba a portata di mano, sin establecer, ya no digamos posibles aportaciones, sino ni siquiera comparaciones de calidad o de atractivo entre obras de un mismo periodo que pudieran, al menos, marcar con un cierto sentido estético las directrices que se estaban generando.

Podría poner ejemplos concretos de obras que pudieron con bastante facilidad ser sustituidas por otras, del mismo artista representado o de otro creador de similar tendencia. Eso no se procuró, pareciera que se dejó que la curaduría caminara sola, al dejar la elección de obras de determinada fecha a los participantes previamente enlistados, ¿con qué criterio?, pues vaya usted a saber.

Eso es lo que el espectador más o menos enterado percibe en un sinnúmero de casos. Bueno y santo que la solución en un alto porcentaje haya estado en el propio acervo del Museo de Arte Moderno (MAM), como sucede con el cuadro de Enrique Guzmán, Homenaje a la fotografía (1972), que por cierto perteneció a la colección de Héctor García.

La pertinencia de esta pieza es opuesta a la representación de Guillermo Zapfe, también del acervo MAM, pintura totalmente ajena al rigor espacialista, de gran plasticidad con el que este artista en su momento llamó la atención de colegas y críticos.

La atención puesta a lo que se acerca a la contemporaneidad a mi criterio resulta tan superficial que, salvo excepciones, como la silla neón de Israel M., de 1996, lo exhibido no permite vislumbrar una evolución verdadera en este decurso y no es que no la hubiera. Además el anuncio de la exposición en la gran sala de exhibición que es por sí mismo una pieza de ingreso, está mal urdido, copiado del logotipo gráfico aceptado, queda apiñado en un extremo como si no hubiera varios metros lineales a disposición para extender los caracteres y el bosquejo arquitectónico que lo integra.

De modo que al toparse con la entrada, el visitante queda sometido a una especie de paradoja respecto de las posibilidades de diseño del propio organismo enaltecido, si bien en el extremo derecho se encuentra un hermoso desnudo de Pedro Coronel estilo Maillol.

Aquí también hay paradoja, pero no estética, sino de sentido. Pedro hizo talla, pero este desnudo es de cemento y La Esmeralda es producto directo de la escuela de talla directa que dirigió el escultor Guillermo Ruiz, de allí partió la idea de Antonio Ruiz, El Corzo, de cambiar ese título por el de escuela de pintura y escultura. Poco después se le añadió el grabado, disciplina en la que hubo un tiempo largo en el que se formaron excelsos grabadores con muy buenos maestros y acerca de las técnicas de impresión, se contó con las mejores piedras litográficas que existían en este medio: personas curiosas, ajenas la método de Senefelder, iban a La Esmeralda sólo para conocer esas magníficas piedras.

Cerca del ingreso hay un conjunto de esculturas de pequeño formato apeadas en bases a diferentes alturas, que crean un hermoso conjunto de cerámicas, todas atractivas. Sorprendente por su belleza ajena a lo que comúnmente le conocemos en mayores formatos resulta ser la de Francisco Zúñiga, de 1956.

En esta sección se encuentran dos tallas directas: una es una cabeza totalmente frontal, tanto que serviría para explicar anatómicamente la imposibilidad de la frontalidad total, obra de Luis Ortiz Monasterio, 1943. Junto hay una conjunción erótica entre seres zoomórficos, 1943, que hace pensar en Toledo 20 años después también talla directa, de autor desconocido.