Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Jazz

Campeche, Puebla y Dora Juárez

E

l jazz se sigue desplegando en todos sus aromas, presentaciones y representaciones a lo largo del país. Hace rato que las nuevas generaciones son parte fundamental de todo este arqueo, y sus propuestas y desplazamientos no sólo cohabitan con las dos o tres generaciones que los preceden, sino que las nutren y empujan hacia dinámicas más concretas, menos especulativas.

Sólo en agosto se realizaron festivales de jazz en Guadalajara, Chihuahua, Zacatecas, Real de Catorce y el Distrito Federal (…), pero esta feliz e inédita circunstancia se está trascendiendo a sí misma. Los promotores y estudiosos del jazz en diferentes partes de la República ya no sólo invierten su tiempo en los festivales de música. El ser y el estar se extienden.

Pudimos ser testigos de dos de estos esfuerzos en agosto y septiembre. En Campeche, el maestro Mario Lladó organizó una serie de mesas y conferencias en las que pudieron revisarse y visualizarse (a través de un sinfín de videos) los quehaceres de los jazzistas más importantes de la historia (de Buddy Bolden a Esperanza Spalding, pasando por todos los que se pueda imaginar). Las dos últimas semanas Alain Derbez y yo fuimos invitados para hablar del rollo en México.

En Puebla se inauguraron los días de jazz y flamenco en La Casa del Mendrugo, un espacio vasto, elegante y acogedor enclavado en el corazón mismo de la capital poblana, donde además del foro y el restaurante, encontramos una galería de arte y un museo (sic). Vale la pena darse una vuelta, y no sólo por la cava, la cerveza artesanal y la música. Mi sub y yo fuimos invitados el 13 de septiembre para hablar de los elementos mexicanistas en el jazz contemporáneo, y la sorpresa fue de veras gigantesca al enfrentarnos a más de 150 personas que escuchaban atentamente al columnista parlante para después aplaudir y brindar con la música de Víctor Zárate. Algo está pasando.

Off jazz

Por supuesto, tener una buena voz no convierte automáticamente en buen cantante. Hace falta más, mucho más; hace falta el duende, ese chaneque de claroscuros que igual salta que se arrastra o anda de puntillas para armar sus trazos, para construir sus frases con o sin cuidado, pero siempre colmadas de intención y de intensidad. Dora Juárez es una estupenda cantante. Dora sabe cantar.

A 10 años de haber cautivado la atención de John Zorn con el trío Muna Zul, Dora retorna al sello Tzadik con un disco solista, Cantos para una diáspora, en el que asume, presume y rediseña su linaje hebreo y el abolengo musical que gira a su derredor (y el de la ascendencia judía del propio Zorn, dueño de Tzadik).

Dora recorre 11 temas inmersa en los cánones, los discretos quiebres y los aún más discretos y atractivos colores del cantar sefardita, aunque por momentos agrega (inevitable en su caso) propositivas dosis de contemporaneidad, que se magnifican en temas como Durme y La serena, o con la incorporación de Juan Pablo Villa y sus conjuros vocales en Yo m’enamorí d’un aire y Las tres morillas.

Puestos a escoger, mi sub y yo nos quedaríamos con el poderío de La rana o con la sacra y sencilla elegancia de La serena. Pero el disco en su conjunto es un agasajo. En el núcleo de la construcción, aparecen también la ortodoxia de Fernando Vigueras en la guitarra y la contundencia de Francisco Bringas en las percusiones.

Dora Juárez Kiczkovsky presentará todo esto el próximo 6 de octubre, a las cinco de la tarde, en el Festival de Música Judía Merkabá (en el que también participará la cantante tapatía Jaramar). La cita es en la Sinagoga Histórica (Justo Sierra 71, Centro Histórico). Un acto en verdad recomendable. Estos cantos no sólo tocan las fibras y el alma de la diáspora judía alrededor del planeta, sino las de cualquier gentil que se acerque un instante a la milenaria sustancia que envuelve todos estos sonidos. Salud.