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Nosotros ya no somos los mismos

Que no se pierda un solo lector

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Ante los embates contra Carmen Aristegui, la comunicadora “sale radiante, fortalecida, acuerpada por el afecto y reconocimiento de tutto il mondoFoto La Jornada Jalisco
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levaba ya varias columnetas al aire, cuando algunas personas, espero que con buena intención y si no, no importa, me dijeron: “¿y tú lees todas las correcciones que le hacen a tus notitas de los lunes?: que no se dice Universidad Nicolaíta, sino Nicolaita, que el verbo festinar tiene un significado diferente al que tu le atribuyes, que los iletrados son tú y Fox y no don Vicente Guerrero. Este último comentario ocasionó inevitablemente un nombre menos en mi agenda de amigos. Para no mostrar mi falta de ignorancia me disponía a contestar, ¡Por supuesto!, pero a tiempo registré que la duda me iba a consumir el epiplón si, por guardar las apariencias, no obtenía la fuente de tales comentarios. Mostrando una indiferencia semejante a la que exhibiría mi admirado Ricky Martin ante un artístico desnudo de Shakira, pregunté: ¿a cuáles comentarios te refieres? “Pues a los que mandan a La Jornada en línea, los osados que leen tu columneta, y que el periódico publica, sólo ese día, debajo de tu artículo”. Una hora después los había leído e impreso todos. Era absolutamente imposible contestar, pues no se incluyen datos del remitente. Además, los que leen el periódico por la noche o los fines de semana, ya no pueden desahogarse pues cada nueva edición cancela la posibilidad de comentar sobre la anterior. Por esta razón abrí una cuenta en hotmail para que el que quisiera decirme algo pudiera hacerlo con toda libertad y, como en la lucha libre, sin límite de tiempo. Siempre que puedo contesto los comentarios que me hacen favor de enviarme, y asumo solidaridades y regañizas sin repelo alguno: no estoy para perder un solo lector, así deba vestir de nueva cuenta el sayal franciscano de mi infancia. Pues esta columneta consideré que debía recoger dos mensajes que, como dicen los abogados, se explican por sí solos. El primero me llega desde California y, como verán, lo referente a mi simplón artículo es totalmente marginal. Para mí los renglones de Julio Garrido son, por sinceros, espontáneos, plenos de entraña mexicana y un delicioso humor agridulce, un bellísimo homenaje a todos los jornaleros, pasados y presentes que, al llenar con responsabilidad y entusiasmo los cuadritos que les corresponden del crucigrama jornalero de todos los días riegan, como decía un viejo general de los de a de veras, un poco de polvorita. Dice así:

“Recuerdo que cuando era niño, uno de mis hermanos mayores estudiaba en Zacatenco, regresaba ya de noche, siempre con su jornada en la mano, a veces mojado el periodico, casi deshecho, le sirvió de muchas formas paraguas, sombrilla, a lo mejor para forjar un buen toque :) pero lo que no sabía es que iba a crear en mi el habito de leer la jornada! Con el paso de los años a mi te tocó ser el mojado, (perdón por interrumpir majaderamente, pero este gracejo me pareció de primera) vine a buscar suerte a California y aún en el medio de la travesía me di chance de comprar mi jornada en Tijuana ( al triple del precio original) pasaron los años y ahora tengo dos hijos, uno en el Colegio (algo asi como el limbo entre la prepa y la universidad) y una niña en la middle school Aqui no venden la jornada pero la leo diario en mi smart phone y honestamnete siempre que empiezo a leer lo hago con una sensacion de ñañaras por que se que es muy dificil que encuentre noticias buenas. Hoy fue diferente, tu articulo me hizo reir, me trajo memorias, me hizo soñar que el México que ya damos por perdido, a lo mejor, todavia lo podemos recuperar... Cuando era niño, me dormia con el culo parado, a un tio se le ocurrió el apodo de El pato a mis cuarenta y uno, mas gente me recuerda en México por El pato que por.... A chinga.. ¿Cómo me llamo?” Por favor, ilustres comendadores de la ortografía y la sintaxis, por esta vez déjenle a, ¿cómo se llama? Sí, El pato Garrido, sus renglones tal cual los envió.

Tengo un amigo al que la capilaridad social del medio siglo pasado (y por supuesto una distinguida dama de sombrero/cono y una aristocratizante rueca, educadora y severísima), lo catapultaron del barrio a la colonia del más alto registro educativo de nuestra ciudad. Dejó de ser el George Chakiris de la Campeche y se transformó en un principito renacentista. (Tanto por su exquisitez como por su alergia a la vulgaridad del trabajo físico). Después de dolerse de sus amigos que nunca serán de primera y prefieren ir a Las Vegas a desvanecerse con Justin Bieber que acudir al Lincoln Center y escuchar a Anna Netrebko, me envió el siguiente correo, al que yo únicamente agrego algunos referentes de los dialogantes: Antón Chejov, ruso que vivió entre 1880 y 1904. Médico de profesión, se entregó a la literatura, su vocación, y se convirtió en uno de los grandes cuentistas de la literatura universal. Aleksei Maksímovich, más conocido como Máximo Gorki, 1868/1936. Escritor, militante comprometido plenamente con el proceso revolucionario. Exponente máximo del realismo socialista. Gorki quiere decir amargo. Seguramente, como suicida frustrado, lo fue.

En 1910, en Yalta, se reunieron estos enormes personajes. Posiblemente allí se desarrolló esta conversación:

Cuenta Máximo Gorki que Antón Chejov le dijo: “¿Le aburre oír mis fantasías? Me gusta hablar de eso. ¡Si usted supiera cuánto necesita el campo ruso unos maestros buenos, inteligentes, instruidos! ¡Aquí, en Rusia, se les tendría que dar unas ciertas condiciones especiales, y esto hay que hacerlo cuanto antes mejor, si es que entendemos que sin una formación amplia del pueblo el Estado se desmoronará como una casa levantada con ladrillos mal cocidos! El maestro debe ser un artista, debe estar ardientemente enamorado de su labor, y en nuestro país el maestro es un paria, un hombre mal instruido que va al campo a enseñar a los niños con la misma ilusión con que iría al destierro. Pasa hambre, se le maltrata, está asustado ante la posibilidad de perder su trozo de pan. En cambio, haría falta que fuera el primer hombre de la aldea, que supiera responder a todas las preguntas del mujik, que los mujiks reconocieran en él una fuerza digna de atención y de respeto, que nadie se atreviera a gritarle... a humillarlo como lo hacen todos: el policía, el tendero rico, el pope, el comisario, el director de la escuela, el síndico municipal y este funcionario al que llaman inspector de escuelas, pero que sólo se preocupa de si se cumplen escrupulosamente las circulares de su distrito y no de mejorar la educación. Es absurdo pagarle una miseria a la persona que está llamada a educar al pueblo –¿me entiende?–, ¡educar al pueblo! No se puede permitir que ese hombre ande en harapos, que tiemble de frío en las escuelas húmedas y desvencijadas, que se ahogue, se constipe, que a sus 30 años se haya ganado una laringitis, un reumatismo, una tuberculosis... ¡Esto nos avergüenza! Nuestro maestro, ocho, nueve meses al año vive como un ermitaño, no hay nadie que le diga una palabra, se embrutece en la soledad, sin libros, sin distracciones. Pero si llama a sus amigos se le considerará como a un elemento sospechoso, ¡sospechoso! Estúpida palabra con la que los astutos atemorizan a los imbéciles. Es repugnante todo esto... como una humillante burla a una persona que hace un gran trabajo, terriblemente importante. ¿Sabe? Cuando veo a un maestro me siento incómodo ante él y, por su timidez y porque está mal vestido, me parece que también en algo yo soy culpable por ese estado lamentable…”

Abuso esta columneta para, en un rinconcito muy privado, repetir unos renglones que publiqué ayer, por motivos personalísimos, en la prensa de mi pueblo: He tenido la inmensa fortuna de topar en mi vida con hombres valerosos, honrados, sencillos, leales y generosos. Y, ¡lo impensable!: conviví con uno que, él sólo, era valeroso, honrado, sencillo, leal y generoso. Me agüita y trastorna la partida de mi amigo entrañable: Luis Zablah Zimeri. Por los amigos y familiares que viven en esta capital y otros lugares, me atrevo a la repetición de este adiós definitivo.

Soy víctima de un ataque de sospechosismo. ¿Será casual que de vez en vez caigan sobre Carmen Aristegui algunas de las famosas plagas de Egipto y otras más? Y es que, como en cada ocasión que esto acontece, la joven Aristegui sale radiante, fortalecida, acuerpada por el afecto y reconocimiento de tutto il mondo, ya me cuesta trabajo creérmela. ¿A quién se le pudo ocurrir recurrir a Escaldufa para denostarla? ¿No será que doña Carmen tiene un contrato con el Centro de Altos Estudios Vicente Fox, para el refuerzo periódico de su imagen? De esto, conversaremos otro día.

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