Opinión
Ver día anteriorJueves 22 de agosto de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Íntima nostalgia provinciana
S

igo recordando aquellos tiempos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cuando aún se albergaba en el bello edificio churrigueresco conocido como Mascarones, en el barrio de San Cosme. Me acuerdo –y ya lo he contado en otras partes– del gran polígrafo don Agustín Millares Carlo que luego se fue a enseñar a Venezuela, del historiador hondureño don Heliodoro Valle, del dramaturgo Rodolfo Usigli. Hacían sus pininos Sergio Fernández y Ernesto Mejía Sánchez y ya estaba allí el muy joven y guapo José Luis Martínez, mi querido amigo, recientemente fallecido.

Las literaturas española y mexicana eran impartidas por dos maestros famosos en su juventud por haber sido los fundadores de un grupo bautizado como el de los Colonialistas, estudiosos de la literatura de la Nueva España en pleno furor revolucionario: don Julio Jiménez Rueda y don Francisco Monterde quienes ha-bían participado en una célebre polémica publicada en el periódico El Universal, e iniciada en diciembre de 1924, sobre El afeminamiento en la literatura mexicana. Su polémica dio a conocer entre otras cosas la novela de Azuela, Los de abajo. Cuando yo tomé clases con ellos, su combatividad había caducado.

La Facultad era muy divertida; el café, lugar de reunión de los universitarios; por allí andaban Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Luis Rius, Tomás Segovia, Arturo Souto, Ida Rodríguez Prampolini, Michelle Alban, Jorge Gurría Lacroix...

En 1958 regresé de París, después de hacer mi doctorado en La Sorbona. Empecé a dar clases en la Preparatoria 4, albergada en el edificio de Tolsá, donde ahora se aloja el Museo de San Carlos, que antes había sido la Lotería Nacional; en 1959, gracias a los buenos oficios de María del Carmen Millán, secretaría de la Facultad durante la dirección del doctor Francisco Larroyo, filósofo, pude ingresar como maestra de asignatura para remplazar en dos cursos a mi maestro de teatro Allan Lewis, estadunidense exiliado en México por el macartismo, antes de que yo partiera para Europa en 1953, y expulsado a mi regreso por comunista durante el régimen de López Mateos. En 1959, a finales nació mi hija Alina, solicité antes licencia de maternidad al director Larroyo; me contestó que siendo primeriza, no como madre, sino como profesora en la Facultad, no tenía yo derecho al permiso: tuve que asistir a clases hasta el día anterior a su nacimiento.

En el departamento de teatro, también incipiente, yo era la única maestra, y cuando participé, temblando, como jurado en mi primer examen de grado, fui también la única mujer en el presidium. En 1966 obtuve el nombramiento de profesora de tiempo completo y en 1996, profesora emérita, y durante varios años, cuando enseñaba yo en el turno matutino y aún no había universidades patito ni existían las universidades privadas de corte católico como la Iberoamericana o la Anáhuac, las muchachas ricas tenían como única posibilidad de estudiar la Universidad Femenina o la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; la mayor parte –guapas, elegantes, algunas muy inteligentes– acudían a la Facultad para darse su manita de gato o entretenerse antes de tomar estado. Obviamente pasaron por allí, también a lo largo de mis casi 50 años de docencia, jóvenes ilustradas y maravillosas mujeres que hoy dedican su tiempo completo a enseñar e investigar.

Poco a poco las cosas han ido cambiando, ya casi hay paridad de género en la UNAM; en la Facultad de Filosofía hay más maestras y más alumnas que maestros y alumnos, pero como bien prueban las estadísticas, a medida que las mujeres tienen como futuro posible ascender en la universidad, su destino es semejante al de las mujeres en general, pocas son las que acceden a los niveles más altos, por razones de su estado, como si fuera necesario para ser profesor tener una esposa para cumplir bien sus funciones y para la mujer ser soltera para poder resaltar. Obviamente hay muchas gloriosas excepciones y confío en que cada vez habrá más.

Twitter: @margo_glantz