Opinión
Ver día anteriorDomingo 28 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Betsabeé Romero, transgresora de muchas fronteras
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ocos artistas contemporáneos pueden darse el lujo de llenar trece salas del Hospicio Cabañas, en Guadalajara. Betsabeé Romero lo ha logrado. Es una artista que ha absorbido, como pocas, la estética y los sentidos del arte popular tradicional y, como observadora de las vicisitudes de la vida urbana y los flujos migratorios, los ha relacionado con objetos del deseo de la modernidad en un diálogo que la sitúa y la mantiene en la frontera de muchas fronteras.

En su obra, Betsabeé reinventa los límites entre lo tradicional y lo moderno, lo sagrado y lo profano, lo rural y lo urbano, lo efímero y lo persistente, la luz y su sombra, el arraigo y la levedad, lo popular y lo culto, lo nacional y lo internacional. Los objetos y sus sentidos son puestos en clave de hoy, no sólo para marcar continuidades y persistencias sino, sobre todo, cambios y tensiones, en muchos casos terribles, que pautan la vida y las identidades actuales.

Betsabeé ha recuperado la expresión de las alegrías –también los pesares– que han modelado el arte popular: flores, velas, papel de china, papel recortado, compañeras imprescindibles de las vidas de cada quien –bautizos, quinceaños, bodas, funerales– que se consumen en unas cuantas horas, o de las fiestas religiosas de todos: los arcos y caminos de flores, pétalos y aserrín de colores, petates que adornan y guían el paso incesante de peregrinos agradecidos o necesitados de consuelo; los exvotos pintados que los donantes llevan con tanto aprecio a las iglesias para gloria de la imagen, sin preocuparse por qué pasará con ellos, seguramente para no volver a verlos jamás. Lo que importa es la oferta, el acto y el momento.

Esos artefactos de la cultura ancestral de la alegría y la tristeza, Betsabeé los ha integrado y resignificado con objetos del deseo, tan asociados a la vida urbana, la movilidad social, la recuperación de la individualidad, a través de la decoración de los objetos, la posibilidad de permanecer pero también de escapar: coches y camionetas, llantas, cofres, espejos, parabrisas, tapones. Las fotos de relucientes camionetas recién compradas son un motivo reiterado de los exvotos modernos, que atestiguan el inmenso logro del carro propio, del migrante que tuvo éxito en su viaje al Norte.

Así, en la obra de Betsabeé destacan llantas con estelas de motivos prehispánicos, intervenidas con chicles masticados de colores intensos y únicos, fragmentos de cerámica, hojas de coca, hoja de oro; carros y camioncitos de madera pintados o vestidos que los resignifican; papel picado y pintura sobre muros que exploran la relación entre el color y la sombra; espejos esmerilados o cóncavos de infinitos reflejos; volantes de coches que forman collares. En esta exposición es el caso de los tapones de barro para rines de coche confeccionadas por el artesano-artista de Tonalá, Ángel Santos. De esa manera, lo tradicional y lo moderno, lo rural y lo urbano, el artesano y el artista se intersectan en un diálogo posible que los reivindica como alegorías de la cultura actual. En la mirada de Betsabeé puede haber contradicciones, pero nada es necesariamente desdeñable.

La obra de Betsabeé transcurre en otra frontera: la fuerza del arraigo y la pasión por la levedad. Las llantas, aunque estén elevadas, manifiestan el deseo de estar sobre suelo firme; impulso que se contrapone con la voluntad de moverse, despegarse, mirar hacia arriba qué está en los carros, los papeles picados, la chambrita, las esferas, los volantes.

Fue en Tijuana, paraíso de los autos usados y del reciclaje de llantas,

De esa manera, la obra de Betsabeé, que transgrede los símbolos y significados convencionales de lo nacional –que han sido pensados desde hace muchos años y representados desde tantos lugares fuera de México– es arte contemporáneo que dialoga con historias, artistas, corrientes, imaginarios de otras partes del mundo, donde ha sido reconocida y en muchos de cuyos museos ha sido invitada a presentar su obra.

Todas esas fronteras transgredidas y resignificadas están presentes en la exposición de Betsabeé Romero en el Hospicio Cabañas este 2013. Pero hay algo más, que es también su sello: el homenaje a las tradiciones y los artistas de los lugares donde se presenta. Para esta exposición en Jalisco, Betsabeé ha escogido hacerle un guiño, manifestar su admiración y recrear los íconos de tres tradiciones de la región: el agave, que se convierte en tequila; el futbol, que congrega en estadios a grupos de otro modo marginados y dispersos, y el mariachi, que enciende pasiones y ha apagado tantas penas.

Ha decidido también acompañarse, arroparse y manifestar su admiración a dos antiguas y vigorosas tradiciones pictóricas de esta región: los retratos coloniales de las monjas coronadas, esas mujeres de vidas tan ambiguas como las que expresan sus muertes retratadas, y los exvotos, en este caso, los del eminente y desconocido retablero Gerónimo de León, pintados en un pueblo muy lejano de Jalisco a un Señor de los Rayos, que mantiene su luz y su lugar.

Pero también para dar fe de su afinidad con tres reconocidos artistas contemporáneos de Jalisco: el migrante Martín Ramírez, que al cruzar la frontera norte, espacio que tanto aparece en la obra de Betsabeé, traspasó los límites de su propia conciencia; Luis Barragán, que redefinió el color y las formas de la arquitectura urbana tapatía; Chucho Reyes, que reinventó los colores en el papel de china. Creadores que en su tiempo y de diferentes maneras fueron también fronterizos y transgresores como lo es hoy Betsabeé Romero en el arte contemporáneo.