Cultura
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Luis Argudín: puntos de vista
E

ste pintor, profesor de teoría del arte en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), presentó el año pasado en el ex museo del Arzobispado una nutrida retrospectiva que se caracterizó, diríase, por su honestidad: entregó su trayectoria artística a través de una selección marcando los momentos básicos de su quehacer, sin parar mientes ni en las respuestas críticas de colegas y especialistas ni en las posibles ventas de sus obras. Quienes observamos la muestra, antes que nada la consideramos legitimada.

Como corolario, este año empezó a circular su libro de ensayos titulado El teatro del conocimiento en una edición de la propia ENAP, decorosa, muy bien presentada como diseño editorial. Nada más lógico que sea su propia escuela la que difunda en forma tan digna sus pensamientos en la colección editorial Ensayos.

Argudín dividió el material en dos secciones principales: la primera concierne a la pintura y la segunda al arte en sentido general, lo cual indicaría que nominalmente al menos, da lugar primordial a la pintura, abarcando nueve incisos, a los que siguen los otros siete de la segunda parte más un epílogo que a modo de disquisición, con tinte autobiográfico, aborda cuestiones vinculadas al mito de Narciso, inherente a cualquier pintor o creador, palabra esta última relacionada con el Génesis y con otras espléndidas leyendas sobre las artes.

El conjunto va antecedido por tres prólogos, los dos primeros escritos respectivamente por Andrés de Luna y Luis Rius Caso y, el tercero, de él mismo. Allí advierte que el estrado del maestro es inevitablemente un escenario, su clase (o curso) una representación y su pedagogía una obra teatral. Cualquier maestro (me incluyo) puede coincidir u objetar su apreciación, en lo que yo coincido es en la pertinencia de los muchos temas que trata y esta nota tiene como finalidad básica promover un libro que es muy plural y de lectura no estrambótica, lo tomo como un posible preámbulo a un intercambio de opiniones que, de darse la oportunidad, congregaría a un segundo artista-teórico.

Debo decir que encontré algunos párrafos que se contradicen, pero en cierto modo curándome en salud, admito que las contradicciones son casi inherentes a cualquier antología, debido a que los trabajos reunidos corresponden a diferentes momentos en la trayectoria intelectual del autor, quien perteneció un tiempo al Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, además de que cursó estudios humanísticos en Londres.

Uno de los puntos discutibles es que establece una división demasiado drástica entre artista y artesano en relación con la enseñanza del arte. La historia, la teoría, la filosofía y la historia de las ideas son aspectos de la enseñanza que deben preparar al alumno a ser artista y no artesano. Pero Ars, de donde viene la palabra arte, y Argudín lo sabe perfectamente y lo comenta, quiere decir hacer y es indispensable enseñar a usar los elementos para que aquella finalidad todavía ignota redunde en la construcción de una obra. También alude a que photoshop, Paintbox e Illustrator no condenan al basurero de la historia el cuaderno de dibujo, expresión que me congratuló en extremo, como igualmente muestro mi acuerdo con otro enunciado que es ciertísimo aunque entre en contradicción con posteriores comentarios. La pintura es un oficio, una tradición que si bien se ha dedicado a cuestionar sus propias prácticas y usos, sigue funcionando dentro de la caja de resonancia que provee la tradición pictórica occidental, según ha afirmado David Hockney, uno de los artistas a quienes nuestro autor admira, al parecer más como teórico que como hacedor.

Una de las cuestiones que podrían sujetarse a discusión es la siguiente: la historia, la filosofía, la teoría y la historia de las ideas son aspectos de la enseñanza que deben preparar al alumno a ser artista y no artesano. Aquí entreveo esa jerarquización que en el aspecto cotidiano no suele ocurrir porque mil veces es preferible un buen artesanado que una susodicha artisticidad inoperante por reiterativa, apropiativa y mal resuelta. “El artista puede salir de la escuela de arte o de la academia sabiendo pintar, grabar, fotografiar, hacer video , pero eso no lo hace (ser) artista… es difícil enseñar a aprender a crear”.

Ser artista no debería indicar una categoría necesariamente enaltecedora, salvo cuando se usa con complemento: Es un artista culinario es expresión enaltecedora.

Hay expresiones en el libro como atorarse en lo artesanal (habría, creo, que preguntarle a Toledo al respecto). Y claro que es no sólo bueno, sino indispensable enseñar la técnica u oficio antes de tener la brújula.

¿Cómo hacer entonces, se pregunta, para lograr el milagro educativo? Pregunta que queda sin respuesta, salvo la verbalización de textos sacralizados: muchos son los llamados y pocos los escogidos o más bien los elegidos, las elecciones en el contexto del campo artístico a veces no dependen de los talentos individuales.