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En la redes sociales se convoca a dos protestas

Llega hoy el Papa a Brasil; su visita, en momentos difíciles para Rousseff
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Policías de la unidad de pacificación efectúan un recorrido de vigilancia por la favela Varginha, en Río de Janeiro, donde estará el pontífice el próximo 25. Casi 50 mil integrantes de las fuerzas de seguridad fueron destinados a los operativos de resguardoFoto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 22 de julio de 2013, p. 24

Río de Janeiro, 21 de julio.

Estos días el humor de la presidenta Dilma Rousseff no está exactamente de maravilla. Las noticias que le llegaron el viernes pasado seguramente contribuyeron a que empeorara: el Vaticano insistió en dos puntos delicados en la visita que Jorge Bergoglio, el papa Francisco, comienza hoy a Brasil.

Primero, el encuentro entre Rousseff y Francisco se realizará de acuerdo con lo previsto, a las seis de la tarde, en el Palacio Guanabara, sede del gobierno de Río. Segundo, el pontífice definitivamente no se transportará en un coche blindado. Exige que sea en un automóvil abierto.

Hasta la última hora el gobierno brasileño intentó, por todos los medios, cambiar el sitio del encuentro entre Rousseff y Francisco. En lugar del Palacio Guanabara, reiteró que se llevara a cabo en la base aérea militar de Galeão, adonde arribará Bergoglio, a unos 25 kilómetros de distancia del centro de la ciudad. Sería la mejor manera de impedir la presencia de manifestantes hostiles a la mandataria brasileña y, muy probablemente, a la visita papal, más por lo que cuesta al erario que por su persona. En relación con el recorrido de Francisco por las calles de Río en coche abierto, todo lo que se logró es que aceptara reducir considerablemente los trayectos previstos en un principio.

Así, Río amaneció envuelta ayer en nubarrones de tensas dudas: ¿cumplirán los manifestantes lo anunciado? ¿Lograrán las fuerzas de seguridad mantenerlos lejos del Papa?

Pocas veces en la historia de la ciudad se ha visto semejante despliegue de las fuerzas de seguridad. Hay 10 mil integrantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea en puntos considerados de seguridad máxima. Otros 5 mil militares están acuartelados, listos para ser movilizados en cualquier momento, si es necesario. Las fuerzas policiales de Río fueron movilizadas en su totalidad: más de 14 mil efectivos. Hay tropas de la Fuerza Nacional de Seguridad distribuidas en puntos estratégicos. Todos éstos, más agentes disfrazados y oficiales de inteligencia esparcidos por las calles. Un total de poco menos de 50 mil hombres de seguridad vigilan la estancia de Francisco. El costo total del esquema de seguridad será de unos 35 millones de dólares.

Nada de ese inmenso y aparatoso esquema parece suficiente para desanimar a los manifestantes. Por las redes sociales fueron convocadas dos grandes concentraciones. La primera, para las seis de la tarde de mañana, en el Largo do Machado, a poco más de tres kilómetros del Palacio Guanabara, donde el Papa será recibido por Rousseff, el gobernador de Río, Sergio Cabral, y el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes. La segunda gran concentración ha sido convocada para el viernes, cuando Bergoglio oficiará una misa en la playa de Copacabana. Se prevé que se reunirán 2 millones de fieles.

La verdad no es, ni de lejos, el mejor momento para una visita de magnitud semejante. Toda la expertise vaticana en promocionar grandes giras, ahora potencializada por los dotes de comunicación de un pontífice que se quiere popularizar a velocidad supersónica, de poco servirá si se confirman los vaticinios de enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad.

Mucho más que la presidenta Dilma Rousseff, es el gobernador de Río, Sergio Cabral, el blanco de la furia popular. A estas alturas la expectativa de la visita papal se contrasta con el temor a fuertes confrontaciones entre manifestantes y el mandatario de Río.

Francisco llega a Brasil, además, en un tiempo de reflujo del catolicismo. El país sigue siendo la nación más católica del mundo, pero entre los casi 200 millones de brasileños el porcentaje de seguidores del Vaticano bajó considerablemente. En 1994, 75 por ciento de brasileños se decían católicos. En 2007, habían bajado a 64 por ciento. Y ahora, de acuerdo con un sondeo divulgado hoy, son católicos 57 por ciento de habitantes.

Además, la distancia entre los rígidos dictámenes del catolicismo y los tiempos reales se amplió considerablemente. En víspera de la llegada de Bergoglio, las autoridades eclesiásticas distribuyeron un texto con recomendaciones y conclusiones que de poco servirán para atraer a los jóvenes al rebaño de Francisco. El folleto insiste en reprochar el aborto, inclusive en casos de embarazos producto de estupro de la madre o cuando la salud de la madre y del embrión estén en riesgo, y la adopción de niños por parejas del mismo sexo.

En tanto, la defensa que Francisco hace de la necesidad urgente de atender a los pobres no hace más que reiterar la línea de los discursos que vienen desde Lula da Silva y prosiguen con Dilma Rousseff. Es decir, no será nada nuevo a los oídos de los brasileños, quienes están más bien hartos de la mala calidad de los servicios públicos y de la elevada corrupción política que se afincó en el país. Cualquier mención del pontífice a esos temas no hará más que disparar las consignas de los manifestantes callejeros, quienes se hacen notar por todas partes.

Desde la semana pasada las calles de Río están coloridas: jóvenes venidos de los cuatro puntos cardinales del planeta. Hay curas de un sinfín de nacionalidades paseándose por los puntos turísticos, en espera del gran momento que significará poder ver al Papa. Pelotones de jóvenes, conducidos por religiosos brasileños, se distribuyen por favelas y barriadas miserables tratando de entender, en un par de horas, la dura realidad de los habitantes. Llevan palabras de fe y esperanza. Frailes y monjas aparecen en noticiarios de televisión con un entusiasmo que nadie podría disfrazar o ignorar.

Ante ese clima de alegre expectación, resulta difícil creer que alguien se opondrá al pontífice o tratará de sabotear su visita.

Pero ese peligro existe. Es notable en la atmósfera del país y, principalmente, en Río de Janeiro. Cualquier concentración de gente –un partido de futbol, por ejemplo– es buen pretexto para que los manifestantes traten de hacer que se escuchen sus voces iradas. Y eso hace de la visita de Bergoglio una ocasión perfecta para que las escenas de violencia y descontrol se repitan.

La verdad es que el Papa no podría haber elegido momento más inoportuno para hacer su primer viaje al exterior. Mucha razón tenía hoy al pedir a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, que oraran por él.