Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de julio de 2013 Num: 959

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Vicente Leñero en
sus ochenta años

José María Espinasa

María del Mar y el Movimiento Agorista
Evangelina Villarreal

Luis Javier Garrido: universitario ante todo

Roger von Gunten,
color y naturaleza

Allá y aquí
Bernard Pozier

La lectura como traducción
José Aníbal Campos entrevista
con Carmen Boullosa

Provincia griega d.c.
Panos Thasitis

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
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Javier Sicilia

El sentido del silencio

Hace poco, el 30 de junio, la ciudadanía de Morelos marchó en silencio para protestar por el estado de violencia que vivimos. El silencio que la acompañó tiene muchos antecedentes en el país: la marcha del silencio del '68, la que encabezó Alejandro Martí en 2008, la que realizó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011 y la que a finales de 2012 realizaron los zapatistas.

¿Por qué elegir el silencio en una marcha? ¿Por qué no mejor –como sucede en casi todas las marchas de protesta– la consigna: la palabra dura y directa o el testimonio que, frente a la destrucción de la palabra que conlleva cualquier violencia, elogié en mi artículo pasado?

México vive una profunda violencia que amenaza con extinguirnos como sociedad, una violencia que al igual que destaza, desaparece, extorsiona, secuestra, va instalando también una estructura de miedo y parálisis en la psique de los que escapan a sus consecuencias extremas. Esa violencia, que no es la de la guerra, sino la del terror, tiene, por lo mismo, un componente genocida sobre el que se vuelve inútil argumentar. En la Alemania nazi –paradigma del genocidio– los únicos que argumentaban contra la construcción y operación de los lager eran los propios funcionarios nazis. Los que marchan en silencio se rehúsan a comportarse como ellos. Saben que la violencia que hoy vivimos tiene el mismo componente que movía la violencia de esos campos genocidas, y que es necesario oponerse a ella, pero sin gastar una sola palabra. Hay –decía Iván Illich al hablar de las armas modernas que son genocidas– poderosas razones para negarse a debatir ciertos temas que rebasan nuestra condición humana y cuyos conceptos, dirían los lógicos, poseen un “estatuto epistemológico extraordinario”. No se puede debatir sobre la violencia que vivimos sin argumentos que demuestren su condición genocida y totalitaria. Pero a partir del momento en que los encontramos, el concepto sobre el que se debate, dice Illich, deshumaniza un poco nuestra posición. Frente a ese horror, sólo hay dos caminos: el alarido, que se acerca al silencio, o el silencio mismo. Al igual que la glosolalia, ciertos mantrams , algunos poemas de Paul Celan o el balbucir de Hurbinek –el niño que nació en Auschwitz y del que da testimonio Primo Levi– hay gritos que, como el silencio, están fuera del lenguaje, pero que, sin embargo, hablan de una forma más profunda y más fuerte que las palabras, porque justamente están del otro lado del sentido. “El silencio –vuelvo a Illich–, engastado en el alarido del horror, trasciende la lengua”, pero nos unifica “en una lengua común” que “puede hablar con una sola voz en su alarido mudo.”

No quiero decir con esto que estoy en contra de la discusión profunda sobre la violencia y su componente genocida, mucho menos del testimonio, que elogié en mi artículo pasado. Simplemente digo que ese debate, que depende de la competencia de los especialistas o de quienes pueden testimoniar, no es accesible en una protesta a todos, mucho menos a quienes, como las víctimas, han sufrido las consecuencias de la violencia. El silencio, en cambio, es profundamente democrático. Los mismos especialistas pueden también acceder a él como última palabra y unirse a esos seres humanos que eligen, de manera racional y elocuente, la protesta silenciosa para reprobar el horror indescriptible de la violencia y expresar su fe en la vida y su esperanza.

El silencio de las marchas a las que me he referido, y de las que vendrán, es una expresión de dignidad y de fuerza, es la expresión del “no” a cualquier sometimiento. “Quien permanece callado –dice Illich– es ingobernable.” Hoy, más que nunca, en medio del ruido atroz de la violencia que apuesta por la mudez de las fosas comunes y el terror, hay que reivindicar, junto con el testimonio, el silencio que se levanta contra el horror. Ese silencio, que marcha por las calles y recupera su espacio público para que el lenguaje vuelva a ser, es más fuerte que cualquier ruido, más profundo que cualquier palabra.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.