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Puntos sobre las íes

Rodolfo Gaona XX

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Un joven se protege durante el penúltimo encierro de los sanfermines en Pamplona. En total, 21 personas resultaron heridas ayer, debido a que se formó un tapón de mozos y corredores a la entrada de la plaza de torosFoto Ap
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u última gran muestra…

Después de las tantas marrullerías que tuvo que vivir y soportar en España y tras de la postrer corrida que pudo torear en Barcelona y que fue su broche de oro por allá, Gaona tuvo otro maravilloso adiós que ni él mismo imaginaba.

Poco antes de volver a México, vestido de civil acudió por última vez a la Plaza de Toros de Madrid y sucedió que el público lo descubrió y lo ovacionó con gran fuerza y por un buen rato, lo que conmovió profundamente al leonés.

No sabemos bien a bien cuándo surgió otro mote: El Petronio del Toreo y que vino a ser una muestra más de lo que llegó a ser la pasión de los gaonistas.

Rodolfo Gaona, era, a no dudarlo, un hombre inteligente y un consumado artista y, al igual que todos ellos, dotado de una gran sensibilidad lo que siempre trató de ocultar, así que tras mucho meditarlo y darle vueltas, decidió irse de los ruedos en la plenitud de su gloria.

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El adiós.

Todo fue preparando con gran discreción; El Indio Grande quería despedirse con toros de las mismas ganaderías con las que se presentó de novillero: tres de Atenco y tres de San Diego de los Padres, aunque en algunos programas de la tarde se citan dos de Piedras Negras, dato que nunca pudimos confirmar.

Por fin, se hizo pública la decisión de don Rodolfo y la afición no lo podía creer, pero tuvo que aceptar la fecha del 12 de abril de 1925 como la del adiós.

Los boletos volaron y los revendedores hicieron su agosto; fue su alternante Rafael Rubio Rodalito y como sobresaliente partió plaza José Ortiz, quien con el tiempo sería uno de los toreros más artistas que en México han sido.

Antes de que sonaran parches y metales se desencadenó una fuerte lluvia, pero minutos antes de la hora anunciada, el cielo se despejó y el astro rey iluminó el coso.

Durante el paseíllo se soltaron miles de palomas, así como confeti y serpentinas, en tanto el reloj estaba flanqueado por dos réplicas de las campanas de León tocando a gloria.

Las ovaciones no cesaban y Gaona, visiblemente conmovido y emocionado, no cesaba de agradecer y saludar y, por fin, se abrió la puerta de toriles y, la verdad sea dicha, ninguno de los astados se prestó al lucimiento por lo que Gaona regaló un último toro de San Diego de los Padres, Azucarero, que resultó un auténtico dulce y al que toreó de tal manera que los tendidos se convirtieron en un verdadero manicomio, bajo los acordes de Las golondrinas; y si bien lo pinchó en tres ocasiones, cuando lo despachó de certera estocada, aquello fue el delirio.

Cuando el ruedo fue insuficiente para dar cabida a los miles de sus partidarios, el torero se había marchado discretamente, en busca de una tranquilidad a la que tanto derecho tenía, después tanto superar.

Loor a su nombre.

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Y algo más.

Don Rodolfo casó en segundas nupcias con doña Enriqueta, hermosa mujer y que feliz supo hacerlo, pero, desgraciadamente, tras varios años de matrimonio, le fue diagnosticada una severa enfermedad y cuando el leonés lo supo, confesó a uno de sus más íntimos amigos que se pegaría un tiro el día que ella falleciera.

Doña Enriqueta le hizo jurar que no tomaría tal determinación porque de hacerlo así ya no podrían estar juntos en la eternidad.

Y lo cumplió.

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Tras de mucho batallar, en 1965 pudo ser realidad que una avenida aledaña a la plaza de toros El Toreo, ubicada ya en Cuatro Caminos –hoy ya desaparecida– llevara el nombre de Rodolfo Gaona y aquel acto que se pensó únicamente convocaría a los cabales, fue todo lo contrario. Miles de personas de todos los niveles, unidas por la grandeza del leonés, se dieron cita para testimoniar su admiración para quien tanto brillo y esplendor le diera al traje de luces.

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Triste noticia.

Mayo 20 de 1975, en esa fecha, se supo que don Rodolfo Gaona Jiménez había dejado de existir, a los 88 años de edad.

Sus restos reposan en el panteón Dolores, junto a los de su hijo José Antonio, su madre doña Regina y su adorada esposa, doña Enriqueta, por la que tantas lágrimas derramó, y cabe decir que en aquel sepelio que tanto recordamos, Gaona, una vez más, agotó el papel.

Qué grande fue.

(AAB) [email protected]