Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La cretinización del espacio electoral
M

adero deja volar la imaginación y en el éxtasis vaticina el regreso del PAN a Los Pinos en 64 meses, 21 días, 9 horas y 50 minutos. Madero, en la tribuna, junto a los fieles Romero y Molinar, sueña despierto y pletórico evoca la despedida de Greta Garbo, triunfante y admirada estrella hollywoodense, como ejemplo a seguir. Se irá, cuando se vaya, en olor de multitud, da a entender Madero a sus enemigos internos. La victoria en Baja California, en efecto, salva el pellejo del jefe nacional, sin disipar del todo la leyenda urbana de que el resultado es el fruto de una accidentada y discutible concertacesión para mantener al pacto, aunque se admita que la derrota del candidato priísta fue en realidad la victoria de Hank, el impresentable pero poderoso señor de la frontera. Por lo demás, los primeros análisis de los resultados en las 14 entidades donde hubo elecciones (más la reposición de otra en Sonora), aunque en general favorecen al PRI, dan cuenta de un reparto que llena las expectativas de los partidos que en coalición enfrentaron el desafío. Sin embargo, el PRD, pese al triunfalismo de sus líderes, registró fracasos simbólicos sin que los triunfos de la coalición puedan resarcirlos. Es obvio que la izquierda jugó por debajo de sus expectativas, abriendo severas interrogantes sobre la política de alianzas electorales con el panismo que, en cierto modo, configura una suerte de bipartidismo virtual donde el PRI y el PAN llevan la voz cantante.

En los próximos días, una vez que concluyan los recuentos, tendremos el cuadro completo, pero algunas cosas resaltan, aunque ninguna de ellas sea novedosa. Me refiero, por ejemplo, al desapego de la ciudadanía ante el llamado a las urnas, que no es, por supuesto, un efecto exclusivo de las malas campañas o las pésimas candidaturas, lo cual es posible, sino el reflejo de un malestar mucho más profundo y preocupante con el funcionamiento general de nuestra democracia, como golosamente la llaman los ejércitos de expertos habilitados por la academia para explicarnos qué somos y dónde estamos. Es evidente que el país no puede sustraerse para efectos electorales del estado en el que se hallan regiones inmensas sometidas al imperio de la violencia criminal ni a las condiciones de vida que el clientelismo aprovecha para crear el mercado de las urnas. Ni al desánimo que la publicidad oficial no logra remitir.

Llama la atención que algunos dirigentes de la izquierda atribuyan al menosprecio de los ciudadanos hacia los asuntos públicos el creciente abstencionismo, sin examinar con rigor autocrítico qué tanto de la desmoralización respecto de la política es el resultado directo de las malas prácticas de los partidos políticos que tienen la responsabilidad incluso legal de crear hábitos y formas de participación democráticos. Se dice también, con absoluta certeza, que la degradación de la vida pública está anclada a la compra y coacción del voto, que desalienta a la ciudadanía y crea una cadena de servidumbres antidemocráticas. Todo eso está presente en la realidad nacional, sin duda, pero nada es suficiente para explicar la cretinización del espacio electoral, la conversión de una contienda para elegir cargos de elección popular entre candidatos de partidos diferentes, en una feria de acusaciones donde todas las trampas son bien recibidas y más allá: en una lucha sin límites en la cual la violencia se hace sentir como una presencia latente, lista para manchar los procesos. Las denuncias están en el orden del día. Como muestra, tomo de La Jornada el siguiente relato: “El representante del PRD ante el IEV, Jorge Morales Ramírez, dijo que ‘esta jornada estuvo plagada de irregularidad, con muertos, compra de votos. Nosotros reprobamos todo lo que estuvo sucediendo’. De igual manera, atribuyó el abstencionismo a que sujetos armados se pasearon por las principales cabeceras distritales”.

Se dice, a modo de explicación, que en estas elecciones intermedias, donde están en juego posiciones municipales o estatales, lo verdaderamente importante son las problemáticas locales, aquellas que interesan de manera particular a cada una de la comunidades. Se quiere justificar así la ausencia absoluta de ideas o la carencia de propuestas elaboradas por los partidos. Frente a la comercialización del voto (despensas, regalos, dinero), se dice, nada pueden las estrategias o los programas. Gana el que dispone de mayores recursos (lícitos o no). Pero esta argumentación, lamentablemente cierta, no deja ver hasta qué punto los partidos usaron a conciencia los procesos electorales como una arma para condicionar su presencia (nacional) en el pacto, a pesar de los blindajes que habían sucrito para suspender el curso normal de las operaciones del Estado que pudieran ponerlo en crisis.

Está en la conveniencia de los partidos, no de la ciudadanía local, que éstos omitan en las campañas ventilar los asuntos que les confieren singularidad política o doctrinal. Decir que a la ciudadanía no le preocupan los grandes temas nacionales que rodean las elecciones estatales o municipales es tanto como decir que para discutirlos basta y sobra con la acción de los políticos que, dado el nivel de improvisación, tan sólo se representan a sí mismos. Y eso, por no hablar de las coaliciones. Si el programa de mayores vuelos está contenido en el pacto, ¿qué distingue, cualitativamente hablando, a cada partido en su quehacer diario? ¿Dónde está la diferencia?