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Más pequeños que el Guggenheim
G

alardonada en 2009 con el Premio Nacional de Dramaturgia que otorga la Universidad Autónoma de Nuevo León y tras varios recorridos por diferentes lugares y de que su autor y director, Alejanro Ricaño, también ha transitado por otros temas y otras obras, regresa a la capital Más pequeños que el Guggenheim y vuelve a llenar la sala en que se escenifica, con un público renovado mayoritariamente joven que va, de los sectores ilustrados que celebran la alusión a las becas del Fonca, a la estulticia de esas muchachas que lanzan risitas histéricas sin ton ni son, fastidiando al resto de los espectadores. Pero en fin, a sala llena de un gozoso público que presencia una historia de amistad, pero sobre todo del fracaso de un sueño mal concertado.

Tanto el pretendido autor Gorka como el aspirante a director Sunday han hecho el viaje iniciático a Europa que emprenden muchos jóvenes con intenciones artísticas pero sin que ocurra nada, sin que el cambio de ambiente les procure un talento del que carecen. Esto es el meollo de la trama. La carencia de un talento real, por pequeño que sea, que se iguale con sus sueños, dará lugar a un ajuste de cuentas con la realidad que resulta insoportable para ellos, sobre todo para Sunday que no acepta ser menor que la idea que tiene de sí mismo, a pesar de que –por el tiempo transcurrido entre la escritura del texto y este montaje– se hayan hecho las adecuaciones a la edad de ambos amigos y el pseudo director haya dejado de ser el muchacho que fue a Barcelona.

Envuelto en chistes y muchas gracejadas, el tema es doloroso, porque contrasta la necesidad de ser alguien reconocido y las limitaciones personales que lo impiden. Quienes llevamos mucho tiempo asistiendo al teatro hemos presenciado muchos de estos naufragios con la penosa cauda de desconsuelos y fracasos. Los personajes de Ricaño son la antípoda del personaje triunfador a pesar de que persigan un sueño y recurran a extremos poco éticos para conseguirlo, adhiriendo a su empeño a otros dos fracasados.

Sunday y Gorka, a su regreso de un viaje que no les proporcionó mayores elementos para su crecimiento existencial, deciden escenificar –ya que Gorka no ha escrito la obra que los consagre– su experiencia en Barcelona aunque cuenten con muy poco dinero. Para ello recurren a un albino desempleado, al que llamarán Al y al empleado de una tienda departamental llamado Jamlet, al que le dirán Jam para simplificar las cosas, a los que ofrecen el oro y el moro aunque no les den nada y que, a pesar de ello, los seguirán fielmente ante la emergencia que tiene Sunday, como antes con el duelo de Gorka por la muerte de su hija, detalle éste totalmente innecesario y fuera del contexto de la obra. El subtema sería la amistad ejemplificada por esos seres que por un momento compartieron una esperanza y un momento creacional, no importa que éste haya sido tan limitado y tan sin sustento. Compartir un anhelo de creación es lo que convierte a estos pobres hombres en amigos entrañables.

En el texto se intercalan el momento actual con otros de lo vivido en Barcelona y la escenificación se abre con los cuatro actores bailando –en coreografía de Argelia Arreola– para proseguir con la historia. Sin más que una mesa y una larga banca –diseñadas y construidas por Juan Carlos Macías– y con la iluminación de Eduardo Mier, Ricaño logra dar todos los ambientes. Usa la banca como taxi o como ambulancia cuando es necesario, desplaza a sus actores por el escenario tanto en el mundo real como en la fallida representación y logra un ritmo tan chispeante como los propios diálogos en esta tragicomedia producida por Ink Teatro y OCESA. Los actores veracruzanos que se han mantenido tan fieles al proyecto durante estos años, aunque incursionaran en otros montajes y otros medios, forman un excelente elenco, casi se podría decir que irrepetible. Adrián Vázquez logra un muy convincente Sunday con todos sus arranques y desafiantes maneras que contrastan con la ecuanimidad de Austin Morgan, mientras Hamlet (y no es chiste, así lo asienta el programa) Ramírez encarna a un obsequioso Jam y Miguel Corral es un gracioso Al.