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La inversión de ida y vuelta
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caba de darse a conocer la edición correspondiente al presente año del Informe mundial de inversiones de la UNCTAD –la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo–, el estudio por excelencia del comportamiento y las tendencias de la inversión extranjera directa (IED) en el mundo. Se halla disponible en forma instantánea y gratuita en unctad. Un aspecto de especial interés, dada su creciente magnitud y frecuencia, es el examen de los casos de desinversión y de diversas formas de relocalización de actividades industriales. La imagen tradicional de la IED como una corriente originada en los países avanzados y destinada a las naciones en desarrollo ha dejado de ser, desde hace mucho tiempo, incluso un reflejo aproximado de la realidad. Por decenios, el tránsito dominante de las IED ha ocurrido entre los países avanzados mismos, en especial el de las inversiones en actividades industriales, sobre todo las de mayor densidad técnica. Los países en desarrollo fueron grandes receptores de inversiones extractivas y ahora, por las procedentes de China, están siéndolo de nuevo. Las corrientes de IED se han tornado más complejas en cuanto a la diversidad de sus destinos, las motivaciones que mueven las decisiones de los inversionistas y la plasticidad con la que se combinan los episodios de inversión y desinversión. La tendencia examinada en el estudio de la UNCTAD que me interesa destacar es una de las relativamente más novedosas, podría llamársele la inversión de ida y vuelta.

La desinversión –la decisión corporativa de retirar inversiones, en forma total o parcial, de instalaciones y actividades productivas generadoras de valor agregado– es un componente de creciente importancia en el panorama general de la IED. En números, las desinversiones han alcanzado una importancia incontrastable. En el primer decenio del siglo, representaron proporciones equivalentes a desde un tercio hasta casi dos terceras partes de los flujos brutos de salida de IED de cinco grandes naciones inversionistas: Japón, 31 por ciento; Reino Unido, 32 por ciento; Francia, 40 por ciento; Estados Unidos, 43 por ciento, y Alemania, 64 por ciento. En 2011, por ejemplo, las desinversiones en el exterior de estos cinco países sumaron alrededor de 230 mil millones de dólares, frente a una salida bruta de IED del orden de 263 mil millones de dólares –dicho con palabras, las desinversiones de hecho compensaron o, si se prefiere, anularon a las nuevas inversiones.

Más allá de los casos no infrecuentes –sobre todo en los años de la crisis por la que se atraviesa– de cierre de plantas o liquidación total de activos, el estudio distingue tres tipos de desinversión en actividades productivas: offshoring (trasplante), que alude al traslado de actividades productivas a un tercer país, en busca por lo general del abatimiento de costos; reshoring (retorno a casa), que alude a volver a establecer en el país de origen actividades que antes se habían trasladado a un tercero, y nearshoring (retorno al vecindario), que alude al traslado de actividades productivas antes trasplantadas, a otro tercer país, próximo al originario de la inversión o que le ofrece ventajas que han disminuido o desaparecido en el receptor inicial.

En los últimos años se ha presenciado, entre varios otros, una corriente de desinversiones nearshore de corporaciones de Estados Unidos que habían realizado la primera operación offshore en China y que retornan al vecindario para establecerse en México. La primera decisión, tomada quizá en los años 70 y 80 del siglo pasado, había sido motivada por el deseo de explotar la mano de obra china, abundante y barata, abatiendo costos de producción en manufacturas de consumo intensivas de mano de obra. El fenómeno reciente fue celebrado por algunos, tanto en círculos empresariales como gubernamentales, como indicio de que México recuperaba competitividad frente al gran país asiático. Tras este cambio de dirección de algunas corrientes de inversión originadas en Estados Unidos se encuentra, en primer término, la contrastante evolución de los salarios en uno y otro país: China y México. Un artículo aparecido en el Financial Times el 5 de abril último expone con claridad el contraste. Entre 2000 y principios de 2013, los salarios medios por hora en México se movieron en una banda casi horizontal que los llevó de alrededor de 2 a menos de 2.5 dólares por hora. En el mismo periodo, en China los salarios siguieron una banda claramente ascendente que los llevó de poco más de 0.5 a casi 3 dólares por hora. Como resultado, mientras que los salarios medios en México prácticamente duplicaban a los de China en 2000, ahora son inferiores en 20 por ciento. Cómo extrañarse, entonces, de que algunas empresas estadunidenses, tan interesadas como siempre en la explotación de mano de obra barata, estén de vuelta en el vecindario. Lo que llama la atención es que haya voceros privados y oficiales en México que se muestren complacidos y orgullosos de que esto ocurra. La llamada reforma laboral deprimirá aún más los salarios reales y otras condiciones en el mercado de trabajo en México con lo que se propiciará el nearshoring aquí de inversiones que habían ido tan lejos en busca de mano de obra barata y desprotegida.

El estudio de la UNCTAD señala que, a menudo, las decisiones de desinversión y de reshoring y nearshoring de las corporaciones trasnacionales reflejan estrategias globales de operación de empresas integradas en cadenas globales de valor. En tal sentido, variables que pueden ser importantes para el país receptor –nivel de empleo, condiciones laborales, aportes tecnológicos, ingresos por exportación, entre otras– son a menudo irrelevantes para las corporaciones a la luz de sus designios globales. Las decisiones de retornar a casa o retornar al vecindario algunas actividades productivas son en extremo volátiles y pueden dar lugar a desplazamientos de IED casi tan súbitos y desestabilizadores como los que suelen asociarse a las inversiones foráneas en cartera o en otros tipos de activos financieros desvinculados de la producción y de la generación de valor agregado. La UNCTAD concluye esta sección de su estudio señalando que “corresponde a los gobiernos de los países receptores mantenerse al tanto de las estrategias de las corporaciones trasnacionales en materia de posicionamiento, desinversión y relocalización ( reshoring y nearshoring), tanto de manera general como, en especial, respecto de la forma en que afectarán al país receptor” (p. 27). México, que desmanteló sus aparatos institucionales para regir la IED, no puede responder a este tipo de imperativos y queda a merced de las estrategias de los inversionistas.