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Penultimátum

Transparencia

E

l premio FIL de Literatura en Lenguas Romances se considera, después del Cervantes, el reconocimiento más importante que puede recibir un escritor en español de cualquier género literario. Se entrega a finales de noviembre de cada año en la ceremonia oficial con que se inicia la feria del libro de habla hispana más internacional, la de Guadalajara. Lo han recibido escritores de méritos indiscutibles, como Tomás Segovia, Carlos Monsiváis, Augusto Monterroso, Nélida Piñón, Nicanor Parra, Sergio Pitol, Juan Goytisolo, Antonio Lobo Antunes, Cintio Vitier, Fernando Vallejo y Juan Gelman.

El del año pasado levantó numerosas protestas porque fue concedido a Alfredo Bryce Echenique, al que persiguen desde hace años las denuncias por plagio. Pero según señaló la dirección de la feria, el jurado, “integrado por siete reconocidos críticos, académicos y escritores, decidió por unanimidad otorgar el galardón al autor de las novelas Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña y No me esperen en abril, entre otros libros, al considerarlo un ‘gran cronista de la vida y las búsquedas literarias y políticas de los latinoamericanos de su generación’”.

Bryce no estuvo en Guadalajara para recibir el premio, que consta de diploma y 150 mil dólares. Se lo entregaron a domicilio, en Lima. No pocos críticos exigieron entonces transparentar más todo lo relacionado con el jurado y la forma en que otorga dicho galardón, igual que se ha pedido para le entrega de otros reconocimientos a escala nacional en el campo de la literatura, las artes, la ciencia y la tecnología, por ejemplo. Para disipar la sospecha de que pesa más el amiguismo que el mérito de la obra o la trayectoria de quien resulte agraciado.

En estos días los integrantes del jurado del FIL deben estar ocupados en la tarea de escoger a quien distinguirán este año. En pro de la necesaria transparencia, los responsables de la feria haría bien en dar a conocer los nombres de quienes se encargan esta vez de tan importante tarea.

De la misma forma, convendría que el Instituto Nacional de Bellas Artes fijara reglas muy claras que deben cumplirse al utilizar el recinto del Palacio de Bellas Artes para despedir con honores los restos mortales de quienes, se supone, tienen méritos suficientes para ello.

En el pasado, extrañó que sirviera para homenajear al compositor Roberto Cantoral, por muchos años dueño y señor de la Sociedad de Autores y Compositores de Música. Más recientemente, a un actor y querida persona, Joaquín Cordero. Pero que no dejó huella en el cine ni el teatro. Con reglas claras se evitaría que, como están los tiempos políticos, Bellas Artes remplace a la sede de la Asociación Nacional de Actores en lo relacionado con las ceremonias fúnebres para despedir a sus afiliados.