Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vita brevis: triángulo madera
E

n su cuerpo Flora Emilia, máscara de Santa Mónica, la madre de Aurelio Agustín (San Agustín) (Vita brevis, Jostein Garden, editorial Siruela, Madrid, 1947), se torna selva misteriosa, sexualidad palpitante de ruidos y rumores que fingen melodiosa escritura de mujer e incitan vibración que no conoce ni frenos ni límites y es fusión provocadora de intensas fantasías, entrelazadas a esa memoria maternal, que se vuelven lamentos en el intranquilo asociar; promotor de deseos que levantan representaciones, que surgen y se desprenden del origen que es el no-origen y pugnan por salir y son máscaras, a su vez, de otros cuerpos sin origen que promueven nuevas repeticiones y quiebran la cárcel que aprisiona la llamada Madre contenida (Santa Mónica), ocupando un lugar de nadie, inasible e ingobernable, habitación de lo siniestro, transportador de lo insatisfecho del deseo y movilizador de nuevas representaciones y creaciones.

El cuerpo de Flora (Mónica) selva virgen misteriosa, inexpugnable, sin principio ni fin, canto de amor en los pechos bajo el triángulo madera, lecho amatorio de la palabra con ritmo de arrullos en invisibles laberintos, enredaderas abrazadas al tronco del cuerpo que sorprenden en eróticos poemas que dan cadencia a la palabra y como insectos se deslizan silenciosos persiguiendo en el cuerpo ternezas y en las alas del viento fecundan su humedad en la flor del no ser, en la raya del sol, tupida techumbre despertar de mil gérmenes de vida, máscaras de la irrepresentable muerte.

Sexualidad en el alma y el cuerpo que en la quietud presiente; misterioso y calmado, aleteos en la sombra de una silueta simbiótica, proyectada en una libertad salvaje, libido que rompe la armonía para que se revele en ella, la perpetua orgía, al fin, agonía, calca de otra agonía, sorprendida en fiebres delirantes que llevan a entregarse a las perversiones venciendo pudores y convencionalismos, que se aparecen en la caverna húmeda y salada, mas en alas de un deseo entre llamas, una sexualidad sin fin, ramas de follaje, guardianas de la caverna, acariciadoras, de ardor en ardor, infiltradoras de ternura en un canto orgiástico que rima con natura.

Orgía de la memoria que se desliza en un silencio arrullador que converge en deseo angustiante de reunión, y brille en la oscuridad, haz de tejidos de recuerdos, experiencias, vivencias, emociones, en espera de articular deseos y representaciones, no por insatisfacibles menos deseados, dentro de la indefinida trama de deseos, anticipo de los encuentros de escritura antigua, revelación que aparece y vuelve a desaparecer dejando su huella, huella de otras huellas que ya estaban ahí, desde antes de ya, en el cuerpo materno, selva misteriosa, profunda que al dorar el sol, cristaliza el agua y frena el viento, inmoviliza la llama y se transforma en fuego de hoguera, palpitación inevitable que se va y no es sólo proyección en ella del propio cuerpo.

Mecha de calor sólo un fantasma que canta con el tiempo, porque sin éste perdería la angustia de la espera, pero a su vez el cachondeo que es la espera del canto melodioso de ser interrumpido por la madre continencia que paralizaba a ese genio que se llamó Aurelio Agustín y con destellos fugaces fue el padre de la cristiandad en Europa que desplazó la cultura greco-romana y que amó dolorosamente, violentamente a su imposible amor.