Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de mayo de 2013 Num: 951

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu abierto
de Valery Larbaud

Vilma Fuentes

Ditoria: en el centro
de la edición

Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora

Caparrós, memoria
singular de Argentina

Sergio Gómez Montero

Cualidad y horizontes
del adjetivo

Leandro Arellano

Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano

Ricardo Guzmán Wolffer

El joven Dickens
Graham Greene

Una tempestad
llamada progreso

Hugo José Suárez

La poesía
Aris Diktaios

Leer

Columnas:
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Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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Gilbert, Sullivan y Grossmith,
el humor Victoriano


Portada del estreno de The Mikado en el Teatro Savoy, en 1885. Tomada de Wikimedia, bajo licencia Creative Commons

Ricardo Guzmán Wolffer

A finales del siglo XIX se vivía la época victoriana en Inglaterra y aunque para unos es sinónimo de solemnidad con doble moral, para otros fue momento de humoristas notables. Para muestra están las óperas de Gilbert y Sullivan, o las letras de George Grossmith.

Las óperas escritas por William S. Gilbert (1836 -1911) y musicalizadas por Arthur Sullivan (1842-1900) han sobrevivido por hablar con humor de personajes comunes, con problemáticas comunes (aun con escenarios “exóticos”). La digerible música con letras ocurrentes, bien concordadas y, en muchas ocasiones, con un ritmo que termina por ser un juego donde es necesario hablar lo más rápido posible para ganar, pero con la dicción suficiente para hacer entendible la letra. Su “ópera cómica”, u opereta, se contrapone al formato de las “óperas mayores”. Pero en la época actual, donde la música popular presenta exponentes exitosos que con dos frases son escuchados en todo el mundo a toda hora, clasificar la ópera puede resultar en mero ejercicio de archivo. Exitosos en su momento, el empresario D’Oyly (famoso por lograr mediar en las continuas peleas entre los creadores) construyó el teatro Savoy para tales obras.

Un ejemplo es la famosa canción del Mayor General, parte de Los piratas de Penzance (1879). Cuando éste entra al final del primer acto, inicia un ejercicio de velocidad que compele al escucha a poner atención para evidenciar que Gilbert se divierte a costa de esos generales británicos que presumían de sabios en todas las áreas posibles. Poniendo a prueba la vocalización del intérprete, éste es obligado por el libreto a dejarse llevar por el ritmo de la canción, contrapunteado con coros igual de veloces, para dar pequeños saltos. Incluso en México se ha hecho la adaptación de esta ópera para divertimento del público, pues la intención autoral y las letras permiten actualizar las letras. Óperas como El Mikado se han presentado con escenarios de pachucos a pesar de que en la versión original Gilbert (quien además del libreto se encargaba de la puesta en escena), se esmeró en incluir vestuarios tomados de los originales de la época feudal japonesa. En Trial by Jury se pitorrean de abogados y jueces, restándoles solemnidad y evidenciando su codicia. Formatos que después serían tomados por Groucho Marx en varios filmes.


Puesta contempóranea 2013 de The Mikado en el Utah Festival Opera and Musical Theatre

El tino de Gilbert para el humor va desde los nombres (Yum-Yum se llama el personaje central de El Mikado) hasta las situaciones. En su momento se le conocía como el rey del mundo al revés (“Topsy-turvydom”) porque en sus creaciones lo malo es bueno y al revés, las virtudes se critican y los vicios se alaban, etcétera. De ahí, diría Bergson, la risa es ineludible al cambiar los referentes morales y sociales del espectador. Además, las composiciones de Sullivan eran sencillas y pegajosas: el público las tarareaba durante y después de la función. Dieciséis obras escritas en conjunto son las que dan fama universal a estos creadores sin par.

Entre los muchos actores que representaron las obras en cita, resalta George Grossmith (1847-1912, Inglaterra), no sólo por sus interpretaciones sino por ser un escritor hasta la fecha publicado con su divertida y aparentemente inofensiva novela Diario de un don nadie (1892). Con el formato de las memorias que casi cada día escribe el personaje central, con una sonrisa continua conocemos las peripecias de Charles Pooter, quien nos resulta conocido en la figura del casado que entre tolera y aguanta los desplantes de su esposa, su hijo y sus amigos. Ni se diga los compañeros del trabajo. De una forma u otra, todos abusan de él, muchos con franco descaro.

Con el antecedente de haber trabajado con Gilbert y Sullivan y tener toda una personal trayectoria como comediante, cabría esperar un humor más abierto, pero el tino de Grossmith es precisamente lograr la sonrisa y no la carcajada.

Las peripecias cotidianas dejan entrever la sensación de que Pooter sufre porque quiere y, entre que es hombre de pocas luces y que busca mantener las apariencias de una sociedad donde las formas son justificación para poner distancia con los demás, normalmente sale mal librado. Con este peculiar “diario” se advierten algunos rasgos de la sociedad victoriana: las clases están más que establecidas y es muy difícil relacionarse con personas más ricas o con ocupaciones “dudosas” (actores, cantantes, etcétera; no obstante lo cual el plomero resulta tener más relaciones con la alta burocracia local que el despistado Pooter); los formalismos en el vestir llegan a extremos insospechados (qué bastón usar, cuál sombrero combinar, el color de la ropa, etcétera); la relación entre empleados y empleadores (una de las trabajadoras domésticas de Pooter se queja porque nunca hay sobras de comida que pueda llevarse a su casa); la correspondencia como forma de relacionarse (se avisa cualquier visita o invitación; en contraste, las cartas deben ser bien escritas y “educadas”); las diversiones caseras eran cantar en conjunto, representar algunas obras y muchos juegos de mesa, y bueno, uno que otro whiskey o bebidas similares.


Caricatura de Arthur Sullivan dirigiendo, Punch, 1880

Entre las bromas preferidas del personaje, una es usar palabras que tienen semejanza fonética para hacer oraciones. Sin ningún asomo de contenido erótico o burlesco, como muchos albures mexicanos, Pooter hace bromas ante su esposa, quien parece ser la única en festejárselas. Juntos buscan aparentar prosperidad, pero con el menor gasto y bajo el pretexto de no gustar de ciertos espectáculos nocturnos, como sí lo hace el hijo, apenas salen de noche. Pero los infortunios menores de Pooter son tan sencillos como simpáticos: se despinta de rojo la bañera que él mismo pintó y al inicio piensa que se está desangrando; cuando sale elegante, el recadero lo ensucia y le rasga el frac nuevo; en las tertulias nocturnas lo golpean al apagar la luz; su hijo se niega a ser visto a su lado debido al sombrero que Pooter ha comprado para la playa, etcétera.

El humor victoriano sigue funcionando.