Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de mayo de 2013 Num: 951

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu abierto
de Valery Larbaud

Vilma Fuentes

Ditoria: en el centro
de la edición

Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora

Caparrós, memoria
singular de Argentina

Sergio Gómez Montero

Cualidad y horizontes
del adjetivo

Leandro Arellano

Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano

Ricardo Guzmán Wolffer

El joven Dickens
Graham Greene

Una tempestad
llamada progreso

Hugo José Suárez

La poesía
Aris Diktaios

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Alonso Arreola
@LabAlonso

Con tu luz en la distancia, César Portillo

Hace unas semanas murió, a los noventa años de edad, César Portillo de la Luz, guitarrista y compositor cubano pionero del llamado filin, esa música nacida en tertulias habaneras organizadas por un grupo con el mismo nombre. Hablamos de un género que, como su fonética hace sospechar, está fuertemente ligado a músicas estadunidenses como el blues y el jazz. Castellanización de la palabra feeling, el filin involucra en la canción isleña de los años cuarenta y cincuenta, armonías, melodías e improvisaciones atípicas que, sin alejarla de sus orígenes, le dieron mayor sofisticación e interés arreglístico. De ella surge el bolero como lo conocemos hoy.

A propósito de su participación en esa aventura, don César creía que sus canciones no se desgarraban en la exageración, porque no quiso adscribirse a la influencia dramática y trágica del tango, tan poderoso en la pantalla grande gracias a Gardel, como sí le pasó a otros muchos boleristas. Él prefirió, y consiguió, una sutilización que lo conectaría con generaciones más lejanas en el tiempo y el espacio. No hay mayor ejemplo que “Contigo en la distancia”. Sobre ella pensaba que la gente de Latinoamérica la recibió como suya porque él, más que músico, fue un “antropólogo frustrado” que supo tomarle el pulso a su entorno.

Lúcido como artista y como pensador, a César Portillo de la Luz se le debe escuchar cantando y tocando, pero también hablando. Ojalá que nuestra lectora, lector, busque no sólo sus canciones, sino sus entrevistas, como ésa que dio hace unos años a la Universidad de Guadalajara para el programa Nuestra música. Sabio de la cultura iberoamericana, de la conexión lograda por su lengua común, del desarrollo de la radio y el cine parlante, del camino de la industria discográfica, siempre sembró temas importantes en lo que llamaba “los intereses propios del hombre”. Citando a Ortega y Gasset lo mismo que a Agustín Lara, se refería a las filias y fobias, a la vida sentimental que nos iguala a todos en una canción.


César Portillo de la Luz

No es gratuito que “Contigo en la distancia”, a veces bautizada como “Contigo a la distancia” (más de un cambio le hicieron en su letra distintos arreglistas), haya sido interpretada por ejecutantes tan diversos. La versión de Luis Miguel fue correcta, pero demasiado pop. La de Christina Aguilera es virtuosa pero, claro, está mal pronunciada. La de Belinda es para morirse de la risa. La de Pedro Infante resulta lenta pero efectiva. La de David Archuleta es notable. La de Lucho Gatica es una de las mejores por sus arreglos vocales. La de Olga Guillot es la más arriesgada, pues se acerca al género disco. La de Luis Salinas es sobria, profunda. La de Caetano Veloso es tierna, luminosa. Y podríamos seguirnos de frente, enlistando innumerables aproximaciones a este clásico que alcanza su cumbre en voz del propio autor, y cuya letra dice:

“No existe un momento del día en que pueda apartarte de mí./ El mundo parece distinto cuando no estás junto a mí./ No hay bella melodía/ en que no surjas tú./ Ni yo quiero escucharla,/ cuando me faltas tú./ Es que te has convertido/ en parte de mi alma./ Ya nada me conforma,/ si no estás tú también./ Más allá de tus labios,/ del sol y las estrellas,/ contigo en la distancia,/ amada mía, estoy./ Es que te has convertido/ en parte de mi alma./ Ya nada me conforma/ si no estás tú también./ Más allá de tus labios,/ del sol y las estrellas,/ contigo en la distancia,/ amada mía, estoy.”

Es un texto ingenuo, lleno de clichés y rimas obvias pero que, montado en esa extraordinaria melodía, armonizado con esos acordes-arañas de matemática especie, consigue un tránsito ecuménico como pocas obras del cancionero hispano. “En este momento en que la comercialización de la música como propuesta recreativa o recreadora da lugar a tantos inventos infelices –decía don César– debemos aplaudir todo lo que contribuya a reafirmar la presencia y sobrevivencia de la canción que caprichosamente llamamos bolero.”

Y sí, tras su muerte quedarán los inamovibles sedimentos de “Contigo en la distancia”,  “Canción de un festival”, “Sabrosón”, “Noche cubana”, “Realidad y fantasía” y tantas más, como  “Tú mi delirio”, esa que grabara Nat King Cole en La Habana (1958) acompañado por la orquesta del Tropicana de Armando Romeu y que, al no poder interpretar en castellano, decidió abordar magistralmente desde el piano, en plan instrumental.

Haga usted el experimento. Elija uno de estos temas y búsquelo en múltiples versiones. Sea testigo de cómo una canción atraviesa tantos corazones, de cómo vive o se malentiende en distintas bocas. Cuando haya encontrado su interpretación favorita, sírvase un ron y brinde a la distancia por quien la escribió. Buen domingo.