Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de mayo de 2013 Num: 948

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

A 50 años de
En el balcón vacío

José María Espinasa

Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez

Elena Poniatowska

Adónde, adonde
Eduardo Hurtado

Sergio Pitol, el autor
y los personajes

Hugo Gutiérrez Vega

La novela policial
Sergio Pitol

Terrence Malick y el sentido del universo
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Ana García Bergua

Los enigmas de Hipólita Thompson

Daniela Tarazona escribe sin prisa. En 2008 publicó su primera novela, El animal sobre la piedra (Almadía), una novela muy enigmática sobre una mujer que se va convirtiendo paulatinamente en un reptil. Ahora, cinco flaubertianos años después, nos regala El beso de la liebre (Alfaguara), la cual también guarda en sus páginas la calma de la observadora que avanza paso a paso en los entresijos de su propia trama.

El beso de la liebre trata de una heroína inmortal, Hipólita Thompson, enviada al mundo para hacer justicia. Pero este personaje es verdaderamente curioso: tiene un lado muy humanitario y busca con ahínco cumplir su misión, incluso cuando se distrae. Pero a la vez es una heroína de cómic, de plástico, de teatro guignol. Su propia naturaleza es una mezcla intrigante de órganos artificiales inventados por Dios y saboteados por su curiosísima Némesis -−la cirujana Madame Nöelle−, carne verdadera y pieles superpuestas. “Dios le pidió al emisario que preparara un corazón poderoso para Hipólita. El emisario tomó la carne de dos aves celestiales y siguió las instrucciones al pie de la letra. Metió la carne fresca de las aves dentro de un bolso de fieltro que anudó con una cinta brillante otorgada por Dios. Luego, Dios juntó las palmas y permaneció así durante algunos minutos.”

Sin embargo, Hipólita no logra controlar sus sentimientos y cumplir su misión porque sufre de debilidades humanas que traicionan su cuerpo superdotado. Entre otras cosas, se enamora del emisario de Dios. La naturaleza de Hipólita Thompson es una naturaleza endeble: pone todo de su parte para aprender, para defender a quien lo necesita y hacer justicia, pero el mundo en el que debe cumplir con este mandato es un caos absoluto en el que lo alto y lo bajo, lo natural y lo artificial, el pasado y el futuro, están mezclados por completo; por lo tanto, no hay manera de discernir qué es lo importante: Hipólita Thompson evita robos, ayuda a los ancianos y le enseña sobre la carestía a los consumidores, pero también pelea en la guerra con su espada y mata a los seres monstruosos creados por Madame Nöelle. Heroica y al mismo tiempo hacendosa, cose su propio y extravagante uniforme y fabrica pan. Lo importante para los demás es la naturaleza heroica de Hipólita Thompson; su atributo de inmortalidad despierta envidia y admiración, pero ella, que a lo largo de la novela muere y resucita muchas veces de maneras sorprendentes, no lo aprecia. Sus sentimientos interrumpen constantemente sus misiones y la hacen fracasar. Tampoco a su creador (el Dios de la novela) parece interesarle:  “En lo alto, Dios despertaba de un sueño vespertino. Su semblante estaba abotagado por la edad. Dios sentía tedio de ser quien era. Además, no contaba con la destreza de sus antepasados. La divinidad heredada era agobiante. No le interesaba la vida en el mundo. Miraba a los hombres con envidia: de probar alimento, envidia de amar, envidia de alegrarse. Porque Dios no era alegre, apenas tenía emociones. Hacía su trabajo con desdén. Sin embargo, la vida de Hipólita le parecía distinta a la de las mujeres anteriores y eso lo fastidiaba, ella era un error de cálculo que no podría remediar.”

Al igual que en El animal sobre la piedra, en El beso de la liebre, Daniela Tarazona da muestra de su obsesión por la naturaleza de la mujer y por el cuerpo biológico; a todo lo largo del libro los cuerpos se destruyen y se recomponen de maneras sorprendentes. Como si fueran de trapo, las pieles se cosen, los órganos se operan natural o artificialmente, la carne se quema, se desgarra o se reintegra, como el cuerpo de Hipólita después de sus muertes sucesivas, luego de las cuales los fragmentos vuelven a unirse, a veces muy imperfectamente. Al igual que en El animal sobre la piedra, la animalidad acecha a los humanos, como el triple labio de Hipólita Thompson, labio de liebre. En ese sentido, la novela tiene mucho de ciencia ficción, pero también hay mucho humor y sentido del absurdo en los fragmentos que se suceden con aparente calma y orden, cuando lo que se cuenta es la historia de un mundo completamente desquiciado, un mundo de cabeza que en realidad se parece bastante al nuestro, en el que los grandes adelantos conviven con las realidades más sencillas y cotidianas. Hacía mucho que no leía una novela como El beso de la liebre. Esta imagen del fracaso ante el absurdo es tal vez uno de los retratos más originales y sorprendentes de nuestro mundo actual.