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El Nobel 2003 abrió con una conferencia magistral la Feria del Libro de Buenos Aires

Si se nos niega un objeto de deseo, hallamos otro, dice Coetzee a propósito de la censura

Las dictaduras queman libros, las democracias alientan su lectura, aseveró el escritor Vicente Battista, en la declaratoria inagural

El sudafricano se refirió a su experiencia durante el apartheid

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El escritor sudafricano J.M. Coetzee, durante su disertación en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que ayer abrió sus puertas al públicoFoto Ericka Montaño
Enviada
Periódico La Jornada
Viernes 26 de abril de 2013, p. 5

Buenos Aires, 25 de abril.

La verdad es que no existe el progreso cuando se trata de la censura: llevamos el impulso censor en lo más profundo de nosotros. Cuando se nos niega un objeto de deseo, encontramos otro. Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen. Así concluyó el sudafricano y premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee la conferencia magistral que ofreció este jueves en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Filba), que abrió sus puertas al público a las cinco de la tarde.

A las seis, en el auditorio Jorge Luis Borges, el escritor argentino Vicente Battista inauguró oficialmente la feria editorial acompañado de Gustavo Canevaro, presidente de la Fundación del Libro, que organiza la Filba.

En su discurso, Battista sentenció: Las dictaduras queman libros, las democracias alientan su lectura, en referencia a las compras de libros que realiza el gobierno argentino para su distribución en las escuelas públicas, y subrayó que aunque hay quienes anticipan la extinción del libro no como consecuencia de los dictadores, sino por la acción de Internet y sus derivados (...) tengo la certeza de que dentro de cien años, en un día como hoy, la feria del libro abrirá una vez más sus puertas para darle la bienvenida a sus miles y miles de lectores.

Telón de fondo

A las 19:30, hora local, 17:30 hora de México, fue cuando J.M. (John Maxwell) Coetzee se dirigió al público del auditorio Victoria Ocampo para hablar de su experiencia durante el apartheid (segregación racial) en Sudáfrica y cómo sus libros pasaron la censura.

Este discurso es el que ofreció hace unos días en Colombia y se titula Contra la censura. El relato comienza en 2002, cuando el escritor viajó a Australia para vivir ahí y se abrió la posibilidad de obtener una beca del gobierno local, asunto que le causó sorpresa porque en Sudáfrica, su país natal, nunca hubo apoyo a los escritores:

En Sudáfrica, el único organismo que alguna vez se creó en relación con los escritores tuvo la función de dificultar que continuaran con su trabajo, no de ayudarlos. Por eso me sorprendo. En Sudáfrica nos considerábamos afortunados si el gobierno no se enteraba de lo que estábamos haciendo, dijo Coetzee, galardonado con el Nobel en 2003.

La censura, añadió, fue algo común hasta 1990, “cuando se empezó a desmantelar la legislación creada por el gobierno del apartheid. Bajo dicha legislación, para que un libro se pusiera a la venta debía contar con la aprobación de un comité anónimo de censores –anónimo en el sentido de que sus identidades no se daban a conocer–. La censura era el telón de fondo sobre el que se movía todo artista sudafricano: novelistas, dramaturgos, poetas, cineastas”.

Comenzó entonces a interesarse por la censura como un fenómeno histórico general y es cuando publicó el libro que en castellano se tituló Contra la censura y en el que se refirió a lo que ocurría en Sudáfrica, Europa del este y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

“Mi interés en el tema resurgió recientemente cuando apareció un libro sobre el sistema de censura sudafricano llamado The Literature Police, de Peter McDonald, quien es profesor en la Universidad de Oxford.

“La investigación que McDonald y un colega sudafricano, llamado Hermann Wittenberg, realizaron en los archivos de los censores ha sido toda una revelación, no sólo para mí sino para otros escritores sudafricanos de mi generación, ya que nos brindó una perspectiva íntima de cómo fueron observadas nuestras actividades por las autoridades de la época.

“Cuando digo ‘mi generación’ me refiero a los escritores que llegaron a la madurez durante las casi cuatro décadas del gobierno del Partido Nacional, y ejercieron su profesión bajo la mirada del estado de apartheid”.

Los objetivos de la censura en ese momento fueron dos, prosiguió Coetzee: “Primero, asegurar que la nación –refiriéndose en primer lugar a la nación blanca– no fuera infectada por lo que se consideraba la decadencia moral de Occidente, sino que por el contrario permaneciera fuerte, viril y confiada. Segundo, asegurar que la propaganda comunista no ingresara al país para brindar ayuda, consuelo e instrucciones a las fuerzas de la oscuridad.

En otras palabras, la censura tenía dos brazos: un brazo moral y un brazo político. Dada su visión del mundo en blanco y negro, del bien contra el mal, el Estado sudafricano consideraba que ambos brazos se fortalecían mutuamente.

Esos tiempos han pasado, dijo Coetzee. La situación del escritor en Sudáfrica ha cambiado para mejor, y se ha desarrollado una fuerte industria editorial local.

Lo que fue la censura en su caso: “Voy a concentrarme en tres libros que publiqué en las décadas del 70 y el 80: In the Heart of the Country (En medio de ninguna parte), Waiting for the Barbarians (Esperando a los bárbaros) y Life & Times of Michael K (Vida y época de Michael K). Los tres fueron escritos en Sudáfrica y siguieron la ruta de publicación estándar: se enviaron los manuscritos a Londres, se publicaron en Londres y después se volvieron a exportar a Sudáfrica. Al llegar, y según las reglas, fueron derivados al Directorio por los oficiales de aduana, y del Directorio a uno de los comités de censores.

Los tres, en su momento, pasaron el escrutinio y fueron autorizados para su venta en librerías. Ninguno fue prohibido. Fin de la historia.

Sin embargo, la historia continuó en el mismo relato con lo que llamó nota al pie y la que recordó quiénes fueron sus censores, algunos de ellos conocidos suyos. Más aún, conoció las notas que hicieron esos censores que estaban relacionados con las letras. Pertenecían al mundo de la literatura ya como escritores, o como académicos. Ellos recomendaron la publicación de sus obras.

“Parecen haberse visto a sí mismos no sólo como guardianes de la moral y la seguridad del país, sino también como guardianes de la república de las letras. Si leí correctamente los informes, en efecto me declararon inocente del intento de socavar la moral y/o subvertir la seguridad del Estado aduciendo que yo era un ciudadano confiable de la república de las letras; es decir, que mis lealtades estaban con esta república etérea más que con alguna ideología extranjera.

“Claro que yo, como escritor, podría considerarlos, en tanto censores, como el enemigo ex officio. Pero ellos creían estar de mi lado. Estaban interponiendo su juicio experto entre mis textos y los rigores del Acta de Control de Publicaciones, que en manos más toscas y menos expertas podría haberse utilizado para prohibir mis libros, puesto que una y otra vez empleaban lenguaje obsceno y hacían referencias poco amables a la policía.

“Permanentemente mis censores utilizaban, en mi favor, una cláusula de la ley que en realidad había sido pensada para eximir a los textos médicos de la restricción de describir un cuerpo desnudo, y para permitirles a los investigadores académicos consultar las obras de agitadores como Karl Marx. No hace falta prohibir estos libros de J. M. Coetzee, decían de hecho mis censores, porque sólo serán leídos por personas dentro de la profesión literaria. Sobre En medio de ninguna parte, comentaron: ‘Será leído y disfrutado sólo por intelectuales’. Sobre Esperando a los bárbaros: (...) carece de atractivo popular. Probablemente su público se limite en gran medida a la intelectualidad y la minoría entendida’.

“En un sentido, esta gente se veía a sí misma como mis conciudadanos de la república de las letras; como fundamentalmente bien dispuestos hacia los escritores y la escritura; incluso como una especie de héroes ignorados, llevando a cabo un trabajo sucio –después de todo, nadie quiere o admira a los censores– con el objetivo de proteger la literatura sudafricana de los políticos y los filisteos. (Si ganaban un dinero extra gracias a sus actividades, también lo hacían los reseñadores de libros, y ¿qué eran ellos sino reseñadores con poderes inusuales?)”.

Tratamiento especial de censores

Y J.M. Coetzee preguntó: “¿Por qué yo fui incluido en este tratamiento especial? En mi opinión hubo tres razones. Una: que era blanco y afrikáner, incluso si no era un afrikáner pura sangre, uno del volk.

Ningún escritor negro podría haber esperado el tratamiento compasivo que recibí yo. Dos: yo provenía de la misma clase y el mismo estrato social que los propios censores, es decir de la intelectualidad de clase media. Tres: yo no era un escritor popular. Como señalaban una y otra vez en sus informes, mis libros no eran para consumo masivo.