Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de febrero de 2013 Num: 936

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El misterio de la escritura
Mariana Domínguez Batis
entrevista con Vilma Fuente

Marcel Sisniega: literatura, cine y ajedrez
Ricardo Venegas

Eduardo Lizalde:
cantar el desencanto

José María Espinasa

Rubén Bonifaz Nuño,
la llama viva

Hugo Gutiérrez Vega

El naufragio de la cultura: educación
y curiosidad

Fabrizio Andreella

El espectáculo
del presente

Gustavo Ogarrio

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
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Marcel Sisniega:
literatura, cine y ajedrez

Ricardo Venegas

¿Qué pasaría si en todo momento tuviéramos presente que algún día vamos a morir? Dicen los entendidos que la psicología humana no resistiría tal afirmación si fuera constante, de ahí la importancia de olvidarlo y procurarse un camino en el cual se deje huella perdurable. De esta estirpe era Marcel Sisniega (Cuernavaca, Morelos, 1959-2013), el talentoso ajedrecista, cineasta, escritor y traductor. Si somos lo que legamos a la posteridad, entonces Marcel nos ha dejado una heredad incalculable, su crítica a los defectos de nuestra sociedad, el ejercicio del intelecto y su estrategia como detonante de las facultades del hombre, sus inteligentes aportes a través de la literatura, a la cual trasladó su experiencia para compartir con los demás la adrenalina de una partida de ajedrez, explican su relación con el arte y la ciencia. Ya en el largometraje Libre de culpas (1996), Sisniega dejaba al descubierto los vicios arraigados de los concursos literarios en México: los mismos nombres, los mismos grupos, el mismo dictamen. La historia del adolescente aspirante a escritor representa esa lucha contra el sistema que convoca a los certámenes y termina en la autoestimulación (interprétese con polisemia).

Comensal en los desayunos organizados por el promotor cultural Alberto Vadas en los años noventa (en Cuernavaca), Sisniega asistió a las reuniones a las que acudían personalidades como el filósofo Ricardo Guerra, el pintor ruso (de mucho arraigo en México) Vlady, Santiago Genovés, Nadia Piemonte y Ricardo Garibay, el novelista que en ocasión memorable le dijera de frente (hoy, que todo se arregla con pseudónimos) al invitado especial, el  obispo de Cuernavaca Luis Reynoso Cervantes: “Sabemos que es usted muy inteligente, pero hasta ahora sólo hemos visto el diez por ciento.”

Muchos y variopintos son los recuerdos que deja el ajedrecista. Algunos recuerdan su militancia en el Partido Comunista Mexicano; otros, las más de veinte partidas que solía jugar al unísono hace más de dos décadas; ganaba dieciséis, quedaba tablas en tres y quizá perdía una. Hay quienes rememoran un bar del centro de Cuernavaca en el cual el Gran Maestro jugaba contra toda la barra; el premio era una VHS de Marcel Sisniega. No faltó el encuentro inesperado, fortuito y por ello perdurable, como el que relata el escritor y traductor Gustavo Martínez: “Me encontré a Marcel el día que me aceptaron en el programa de formación de traductores literarios en El Colegio de México. Con ironía me dijo: ‘¿Necesitas que te validen? Yo estoy traduciendo a Shakespeare’. Era verdad, la UNAM le publicó meses después la edición crítica de El Timón de Atenas. Pase a la fugaz eternidad.”

Quizá el retrato más interesante de la primera etapa de Marcel en Cuernavaca sea el de la escritora y periodista Nadia Piemonte, quien lo entrevistó y extrajo lo esencial de aquella conversación de antaño para compartir sus pormenores: “Marcel se inició en el ajedrez desde los cuatro años. De su madre recibió las primeras nociones del juego en un viejo tablero del abuelo. A los doce años, Marcel pasaba de tarde en tarde a El Rizo de Oro –una peluquería que luego se convirtió en La Española, cerca del Cine Alameda– y llegaba a retar a la clientela de don Rufino, poseedor de un legendario ajedrez de madera que ocupaba buena parte de esa peluquería de la calle de Matamoros. De esa época, el ajedrecista recordó que durante los primeros seis meses fue ganando y perdiendo como cualquier jugador de los que participaban en El Rizo de Oro. Pero después de un año jugando, aumentó su posibilidad de ganar y ganar. Y entonces decidió ampliar sus horizontes e inició excursiones de fin de semana a Ciudad de México para jugar en el Club Metropolitano.”

Nadia Piemonte extrajo también de aquella entrevista algunas perlas que el gran maestro nos lega: “Después de conocer lo básico, todo en el ajedrez es creación, improvisación, posibilidades infinitas. No terminar nunca de sorprender y sorprenderse… Es la posibilidad de enajenarse, picarse en el juego, soñar con el juego, vivir para el juego, morir sin el ajedrez.”

“Es pasarse las horas frente al tablero con un rival que hay que matar, aniquilar. Un rival que está maquinando lo mismo. Un rival que quiere arrasar tus jugadas y al que le quieren adivinar las suyas. Un ser que tiene las mismas piezas en juego y al que hay que acorralar.”

Ernesto Seco Uribe (Cuernavaca, Morelos, 1958-2011), escritor, artista plástico y amigo de Sisniega, es uno de los botones que muestran el germen de un grupo de creadores (en el que participó también Ignacio López Guerrero, escritor y director de teatro) que emergió en Cuernavaca y se formó a sí mismo con lo poco que le antecedía. Se trata de una generación que marcó pauta en la tradición de los talleres literarios en la entidad dirigidos por reconocidos autores (Poli Délano, Enrique Espinoza, Hernán Lara Zavala, Héctor Gally, Ricardo Garibay, Francisco Rebolledo, Javier Sicilia…). Tanto Marcel como Seco Uribe emigraron de Morelos por carecer de las oportunidades para desarrollar sus actividades creativas. Quizá este sea el balance de las administraciones de los últimos tres sexenios en la entidad. A manera de mínimo homenaje para Marcel, reproduzco el final del cuento “Cafeteando” de Ernesto Seco, incluido en el libro Zooilógico (1979): “Cuando el colibrí muere, es que no ha deseado la flor pegada a la rama, sino a la que inexistente ondula en el aire, convirtiendo a este pajarito (que no es más que un insecto modoso) en el extático chupamirto acelerado que succiona ávidamente la ambrosía de la nada.”