Cultura
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Con un libro, Pablo Ortiz Monasterio se suma a los actos de los 110 años del artista

Con los objetos que retrataba, Álvarez Bravo hacía historias intrigantes y hermosas

Una tarde de 1989 lo invitó a su estudio en Coyoacán para tomar unas fotitos

De esa sesión surgió la publicación que presentará el 17 de enero en el área de murales de Bellas Artes

Foto
Esa tarde, don Manuel sacó varias fotos pequeñitas que puso sobre la mesa, fotos que no iba a publicar, porque eran de sus amigas. Pero las sacó para que yo las fotografiara. Fui un instrumento, una botella que en ese momento echó al mar, recuerda Ortiz Monasterio. Las imágenes son parte del libro Manuel Álvarez Bravo: una tarde de 1989
 
Periódico La Jornada
Martes 15 de enero de 2013, p. 8

El fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio se suma a los actos conmemorativos por los 110 años (cumplidos el 4 de febrero de 2012) y una década de la muerte de Manuel Álvarez Bravo (ocurrida el 19 de octubre de 2002), con el libro Manuel Álvarez Bravo: una tarde de 1989 (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-CNCA), con fotos tomadas en el estudio de don Manuel, así como poemas de Octavio Paz. En 1982 el binomio entre el poeta y el fotógrafo creó el tomo Instante y revelación, .

El libro, perteneciente a la colección Círculo de Arte, será presentado por Rafael Doniz, Jesús Sánchez Uribe, Paulina Lavista y el autor, el 17 de enero a las 19 horas en el área de murales del Museo del Palacio de Bellas Artes, en cuyo segundo piso se presenta la exposición Manuel Álvarez Bravo, biografía cultural, que recrea su mundo.

Una tarde de 1989 Álvarez Bravo invitó a su entonces joven colega a su estudio del barrio del Niño Jesús, en Coyoacán, para retratar las cositas que acomodaba en pretiles de ventanas y mesas, objetos aparentemente disímiles: una fotito, una caja de cerillos, una pila, un mono prehispánico, una piedra... Al acomodar y reunir objetos les asignaba un nuevo papel, se convertían en símbolos, los usaba como jeroglíficos para contar historias. Eran intrigantes y hermosas.

De los 20 rollos que llevaba consigo, ya que estaba dispuesto a hacer un levantamiento acucioso, Ortiz Monasterio no logró hacer demasiadas tomas, porque de repente, al cambiar el rollo, don Manuel le dijo: Bueno, Pablo, ya está, ¿no? El comentario lo tomó por sorpresa, pero se le dio la oportunidad de tomar dos negativos más, uno en el laboratorio y el segundo en otro estudio.

Años más tarde entendí que en ese momento el maestro enseñaba al joven que para fotografiar hay que detenerse y mirar, escribe Ortiz Monasterio en el libro.

Cosa curiosa, Ortiz Monasterio nunca trabajó las fotos, fuera de un par que le gustaban, sino que las guardó. En aras del décimo aniversario luctuoso de don Manuel, el entrevistado quiso hacer un retrato del homenajeado, así que armó y presentó el proyecto al CNCA. De hecho, el libro rompe con el formato usual de la colección Círculo de Arte –mitad texto y mitad imágenes–, por lo general, horizontales. También introdujo color en la segunda y tercera de forros.

A pregunta expresa, Ortiz Monasterio dice estar convencido de que al mirar los objetos sumados, uno acaba teniendo una imagen de quién es el personaje, qué le gustaba y cómo acomodaba. Todo esto aunado a algunos retratos fotográficos. Aunque eso era lo que quería, lo que importaba era lo que don Manuel deseaba, reconoce.

Ortiz Monasterio acostumbraba visitar a Álvarez Bravo en su estudio, en compañía de Graciela Iturbide, quien fue alumna, colega y amiga de don Manuel. En una ocasión le sugirió fotografiar los objetos allí encontrados, pero el maestro le contestó que no, que no valía la pena. Todavía se pregunta por qué, pasado el tiempo, lo llamó para decirle: Oiga, Pablo, véngase, vamos a tomar unas fotitos.

Recuerda: Hacía esa foto del positivo-negativo, y de repente sentí que don Manuel estaba en una mesa sacando algo. De una caja sacó varias fotos pequeñitas, contactos de 120, que puso sobre la mesa. Son las fotos prohibidas, o sea, las que no iba a publicar, porque son de sus amigas y así lo había acordado. Pero, evidentemente las sacó para que yo las fotografiara. Entonces, fui un mero instrumento, una botella que en ese momento echó al mar, porque de eso ya pasaron como 50 años. Es una especie de mensaje al futuro, muy discreto, difícilmente se puede reconocer a la gente que está allí.

También relata cómo en cierto momento don Manuel creó una especie de Nacimiento de Venus prehispánica al colocar una pieza arqueológica en una concha. Eso es lo que me interesa más que nada, consignar esa habilidad de la fotografía de registrar lo que está allí en frente. Esa es la intención de este libro. No es tanto lo que quería atribuirle a don Manuel, sino simplemente usar la cámara fotográfica, película de 35 mm, blanco y negro, y tratar de registrar lo que en este momento compartía.