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El placer y el orden, con obras de testigos de la Belle Époque, se exhibe hasta el 20 de este mes

Aún refulgen destellos de París en el DF: el Orsay en el Munal

Vida íntima, drama urbano, paisajes y costumbres, en piezas de Rodin, Lautrec, Cézanne, Manet, Gauguin y Monet del acervo de uno de los recintos más importantes del mundo

Muchas formaron parte de la colección del Louvre antes de ser donadas a ese otro museo

Foto
Mujer desnuda en la cama (1844-1845), de Jean-François MilletFoto cortesía Museo Orsay
 
Periódico La Jornada
Sábado 12 de enero de 2013, p. 3

París no sería París sin dos principios que rigieron su espíritu durante la segunda mitad del siglo XIX: orden y placer. Por un lado, el diseño de una ciudad con trazos perfectos. La primera urbe moderna, limpia, simétrica, concebida por el barón Haussmann por encargo de Napoleón III. De otro lado, la búsqueda de la libertad mediante el hedonismo: burdeles, erotismo, vino, teatro, arte.

Ambas condiciones, contradictorias y complementarias, marcaron una época de la vida parisina, y quienes mejor la supieron retratar fueron sus pintores y artistas. Paul Cézanne, Henri Toulouse-Lautrec, Edouard Manet, Claude Monet, Paul Gauguin y Auguste Rodin, entre otros, fueron no sólo testigos, sino protagonistas. Fueron testigos del mundo de la Belle Époque y dejaron en el lienzo sus impresiones.

Algunas de sus magníficas obras están de visita en el Museo Nacional de Arte (Munal), prestadas por uno de los recintos más importantes del mundo, el Orsay. Un destello de París en el centro de la ciudad de México.

En 2012, año en el que el edificio que alberga el Munal cumplió un siglo, y 30 años de haber abierto sus puertas como museo, las piezas fueron traídas a la ciudad de México, donde permanecerán hasta el próximo 20 de enero.

Desde el 24 de octubre del año pasado, cuando se inauguró la muestra, y hasta el pasado jueves, 69 mil 589 personas la han recorrido.

Se abren las calles de París al visitante

Al igual que quien viaja hasta la capital francesa, son las calles las que reciben al visitante en El placer y el orden. Orsay en el Munal. Pinturas de la vida y el drama urbano abren la exposición: un enfrentamiento entre manifestantes y policías en el bulevar Montmartre, y la detención de una madre y sus hijos, culpables de cometer el delito de ser vagabundos.

Al mismo tiempo, París y sus alrededores son paisaje y remanso. Hacen su aparición los impresionistas. Pinturas de Manet y Monet tranquilizan al espectador con un claro de luna iluminando un río y una barca que pasea a tres mujeres en un día coloreado con pastel, típico de esta corriente artística.

Después vienen las escenas interiores, lo que ocurre detrás de las paredes. Mujer rubia en el burdel, de Toulouse-Lautrec, y El jugador, de Paul Cézanne, presentan postales de lo que ofrecía en aquellos años el barrio de Montmartre: un placer que en ocasiones dejaba entrever en las expresiones de los personajes pintados, dolor y tristeza.

El recorrido llega hasta la vida íntima, las costumbres, las amantes de la aristocracia, mismas que fueron develadas con desnudos pintados por Pierre Bonnard y Jean-François Millet; y Eva, la escultura en bronce con la que Auguste Rodin quiso expresar el sentimiento de culpa y la decadencia de la época, que concentraba en el cuerpo la fuente de placer.

El visitante continúa su recorrido y un angosto pasillo lo lleva a una menuda sala preparada especialmente para una de las grandes obras que alberga la exposición: Mujeres de Tahití, de Paul Gauguin, con la que el artista francés, más que dar su visión sobre París, pintó las impresiones que un habitante parisino podía tener del mundo exterior, de lo exótico, de lo lejano.

Hablar de esa ciudad es hablar de cafés, mesas y conversaciones a la intemperie. El Munal lo recreó para sus visitantes. Una sala con mesas, libros, y una colección de fotografías que exhiben el desarrollo de la capital de Francia, sirven como descanso y pausa en el recorrido, antes de llegar a la última parte de la muestra.

Una pequeña sala dedicada a Paul Cézanne. Un espacio en blanco dispuesto a la contemplación de dos obras del pintor que destacan por sus colores, y que él mismo enmarca con una leyenda: el color es el lugar donde nuestro cerebro y el universo se reúnen.

La Belle Époque trajo consigo la esperanza. Artistas e intelectuales veían con idealismo la llegada y el inicio del siglo XX, sin imaginar que con él vendrían dos guerras mundiales. Esa percepción, que incluso se decantó en obras de tipo místico y esotérico, concluyen la exposición, cierran el ciclo.

La mayoría de estas obras fue exhibida en las exposiciones universales de París en 1889 y 1900, después pertenecieron a colecciones privadas; muchas formaron parte del acervo del Louvre antes de ser donadas al Orsay.