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Creaciones de Cézzane, Monet, Renoir y Rodin fueron descargadas en la madrugada

En tráiler y vigiladas por dos patrullas llegaron al Munal obras del Museo de Orsay

Abrir las cajas y verlas es la magia más increíble, dijo Elizabeth Herrera, jefa de Colecciones

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Eva, de Auguste Rodin, obra que tuvo que ser movida con una grúa para ser montada en la base en la que se exhibeFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Jueves 10 de enero de 2013, p. 6

Eran las 2:30 horas de un martes en la madrugada. Un discreto operativo con agentes de la Policía Federal fue desplegado en los alrededores del Museo Nacional de Arte (Munal), en el Centro Histórico de la ciudad de México. La puerta trasera del recinto estaba abierta a esa hora para recibir la primera carga. Un tráiler proveniente del aeropuerto, custodiado por dos patrullas, traía en su interior más de una docena de obras –entre pinturas, esculturas y dibujos– del museo Orsay, de París.

Elizabeth Herrera, jefa de Registro de Obra y Control de Colecciones del Munal, la esperaba con paciencia desde horas antes en su oficina, ubicada en el tercer piso del edificio. Sabía que el vuelo de Air France cargado con las pinturas de Gauguin, Cézzane, Monet, Renoir y Toulouse-Lautrec, entre otros, había aterrizado alrededor de las 10 de la noche en el aeropuerto, y que los procesos de descarga y trámites aduanales podían tardar hasta cinco horas.

No estaba preocupada. Su homóloga del Orsay, Marie Pierre Gauzes, viajaba en el avión como comisaria, y verificaría, en pista, que las cajas con las obras fueran bajadas con cuidado de la panza de la aeronave y colocadas en el tráiler.

Ambas siempre estuvieron en contacto. Desde que los cuadros fueron descolgados de las paredes del museo parisino, embalados en sus respectivas cajas de estándar internacional previamente climatizadas; durante la carga en el aeropuerto Charles de Gaulle, y hasta que se encontraron en la calle de Donceles, a las puertas del Munal.

Ése fue el primero de tres embarques que, entre el 15 y el 17 de octubre del año pasado transportaron en total 65 obras desde uno de los museos más importantes del mundo al DF. En cada uno de los traslados viajó un comisario del Museo Orsay.

Las pinturas de este tipo de artistas están valuadas en millones de dólares, y aunque los robos de arte parecen estar de moda, éstos ocurren con mayor frecuencia en Europa. Justo la misma semana que llegaron las cargas a la ciudad de México, el día 16, en Rotterdam, Holanda, un grupo de ladrones ingresó al museo Kunsthal y se llevó siete pinturas de Picasso, Matisse, Monet, Gauguin, Meyer de Haan y Lucien Freud. La casa de subastas Christie’s estimó que el costo del botín podría rebasar los 50 millones de euros.

Orsay, incluso, solicitó que la póliza de seguro para las piezas prestadas incluyera no sólo las cláusulas de robo y terrorismo, sino la de guerra. Además, se incrementó la seguridad en el museo; en el exterior, de manera discreta.

Después de permanecer cerradas dos días en la sala de exhibición para que los cuadros se aclimataran a una temperatura de entre 18 y 20 grados centígrados, las cajas de embalaje comenzaron a ser abiertas por los equipos de ambos museos. Los cambios bruscos de temperatura y la humedad son las mayores amenazas; la tela se destensa, se botan la capa pictórica y los estucos de los marcos.

Elizabeth, encargada de tener el control y registro de cualquier pieza que entre o salga del Munal, está acostumbrada a tratarlas con las manos, a manejar el objeto, disfruta tocar las obras, sentir su textura. Su padre fue galerista, ella creció entre obras de arte y exposiciones. Después de 20 años en el manejo de colecciones, abrir una caja de embalaje sigue siendo para ella como abrir un regalo.

“La abres y es la magia más increíble. La obra siempre viaja boca abajo, para que la capa pictórica no trabaje y vibre lo menos posible. Tener acceso a obras de Gauguin, Tolouse-Lautrec o Rodin atenúa la labor así sean las tres de la madrugada. Abres las cajas y es una sorpresa tras otra.

Se dictamina con una lámpara leds para evitar la acumulación lumínica, no dañar la obra y ver con mayor detalle las craqueladuras, barnices, repintes o materiales ajenos. Cuando abres una caja no ves la obra, primero ves que no haya restos de carcoma, pintura o incluso del marco. Si la caja está limpia, se cierra y se manda a climatizar. En este caso, gracias al buen cuidado desde que fueron descolgadas, no hubo ningún daño.

Salvador Sánchez, jefe de Museografía del Munal, observaba la apertura de las cajas. Él, junto con su equipo de museógrafos había dejado listo el plano de ubicación en la sala donde se exhibiría El placer y el orden. Orsay en el Munal, para que una vez hecho el dictamen, se levantara la exposición.

Los cuadros no fueron colgados en el orden y distribución que dictan las paredes del edificio. Se colocaron mamparas de colores –hueso, rojo y verde– para crear un recorrido distinto. El visitante observa las obras en un camino serpenteante, con curvas, habitaciones íntimas y callejones cerrados.

Salvador y su equipo propusieron los colores. Hicieron el guión museográfico con la secuencia de las pinturas y esculturas. Todo, a partir de lo que buscaban comunicar los curadores Jaime Moreno Villarreal e Isabelle Cahn: el discurso de la muestra. Iluminación, temperatura, mamparas, todo estaba dispuesto. Los clavos esperaban recibir como pequeños brazos abiertos las obras de arte.

Llegó la hora para que los museógrafos colgaran cuadros y colocaran esculturas. Decir Orsay no los asusta. Están acostumbrados a manejar obras de ese calibre. Sobre todo, porque tratan con el mismo cuidado la obra mexicana. En esta ocasión sólo habría que hacerlo con más calma, para que los comisarios parisinos estuvieran tranquilos.

Salvador estudió dibujo industrial, la museografía la aprendió en la práctica. Está orgulloso de su equipo. La mayoría trabaja ahí desde hace 10, 20 o hasta 30 años, como él, y se formaron en el oficio dentro del museo, no antes. Tienen manos experimentadas. Saben cómo sujetar un cuadro, cómo subirlo y anclarlo. En el Munal, pese a contar con tecnología, prefieren trasladar y colgar con las manos. No así los parisinos, más propensos a utilizar carros o dollies –brazos mecánicos que suben la obra para que el museógrafo sólo la ancle.

Los comisarios del Museo Orsay intentaron usar nivel para medir y evitar la inclinación de los cuadros al colgarlos, pero no contaban con que la inclinación era del edificio del Munal. La pintura quedaba chueca, y pese a la explicación de Elizabeth Herrera, ellos insistían. Al percatarse que no funcionaba, aceptaron que los museógrafos mexicanos ayudaran a colocarlos a ojo. Para Elizabeth, Salvador y sus respectivos equipos, estos roces son comunes en los montajes, son incluso, enriquecedores, gajes del oficio.

Tocó el turno de colocar la Eva, de Auguste Rodin. Una escultura en bronce de 174 centímetros de alto, medio metro de ancho, y con un peso de casi media tonelada. Hubo que utilizar una grúa para alzarla y ponerla sobre la base donde sería exhibida. Pero se requería amarrar la obra a la grúa. Entonces llegó Vulfrano Barbosa, el experto en nudos.

Vulfrano fue militar en su juventud, quería ser soldado paracaidista, pero uno de los comandantes no lo dejó ascender, aun cuando aprobaba los exámenes. Después, un amigo lo ayudó a conseguir trabajo como custodio de museos y dejó el Ejército. Llegó al Munal hace 30 años. Diez años después de vigilar y cuidar obras, Salvador lo integró a su equipo de museografía, donde ya tiene dos décadas trabajando.

Para Vulfrano el paso del Ejército al museo significó, ante todo, libertad. El arte lo liberó de los horarios extenuantes y de la concentración en un campo militar. Ahora, aporta ideas en la producción de los montajes, abre marialuisas, maneja y cuelga cuadros. Este año le tocó hacer un buen nudo para que la escultura de Rodin pudiera flotar hasta su base sin estropearse.

El montaje se hizo en cuatro días, sin embargo, preparar la exhibición significó unos seis meses, desde los trámites, el trabajo curatorial y de investigación, producción, planeación, y hasta que ésta se inauguró el 24 de octubre, fecha desde la cual no ha dejado de recibir visitantes. El escritor Adolfo Castañón, incluso, se dio el lujo de obsequiar un recital de poesía a unas 25 personas ante una de las pinturas más importantes de la muestra, Mujeres de Tahití, de Paul Gaughin.

El trabajo no termina ahí. Elizabeth baja a la sala de exhibición con frecuencia a revisar la temperatura, humedad del ambiente, así como los índices lumínicos. El equipo de Salvador Sánchez, por su parte, está pendiente del reforzamiento de los anclajes, de las mamparas, la pintura de los muros, e incluso la limpieza de las piezas.

Y así continuarán, hasta que el 20 de enero, día en que finalice la exposición, los tres comisarios del Museo Orsay: Marie Pierre Gauzes, Hubert Zevre e Isabelle Cahn vuelvan por las obras para llevarlas de regreso a París. El proceso se repetirá, ahora de manera inversa, de clavo a clavo.