Opinión
Ver día anteriorMartes 8 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La bomba de la austeridad
P

arece que fue Brian Beutler, de Talking Points Memo, dice Krugman, el primero en usar la frase bomba de la austeridad para referirse a lo que habría ocurrido en el último minuto de 2012, si los republicanos se hubieran aferrado a sus necedades. Es una expresión que Beutler encuentra mejor que la de precipicio fiscal. Krugman hace su propia lectura: lo de precipicio (cliff) hace que la gente imagine que se trata de un problema de déficit excesivos cuando, realmente, se trata del riesgo de que el déficit sea demasiado pequeño: el recorte del gasto y el aumento de los impuestos a los trabajadores dejando intacta fiscalmente a la opulencia habría resultado, ¡oh Perogrullo!, altamente destructivo en una economía deprimida.

Obama obtuvo una victoria pírrica. Había propuesto aumentar los impuestos para quienes obtienen ingresos superiores a 250 mil dólares, y hubo de aceptar que esa cifra se elevara a 450 mil. Al mismo tiempo no aceptó disminuir el gasto en los programas Medicare (sanidad gratuita para los jubilados) y Medicaid (sanidad para los pobres). Pero los republicanos sólo admitieron una tregua de dos meses; después volverán al alegato sobre un techo de la deuda que ya está rebasado. Pero el riesgo que ven es a su vez una necedad. No habría problema alguno con elevar ese techo, pues está en las atribuciones del Congreso hacerlo. Los medios –por cierto– han dado noticias totalmente contradictorias sobre la posición de Obama a este respecto.

Si los republicanos no elevan ese techo, habrá una quiebra. El Departamento del Tesoro no tendrá con qué enfrentar sus pasivos. Todo, desde luego, no es algo que pertenezca al mundo de lo natural. La quiebra ocurriría como resultado de las reglas financieras que a sí mismos se han dado. Nada les impide cambiarlas, especialmente en una economía sumamente deprimida, que tiene mucho de dónde cortar en material fiscal, y un espacio inmenso de posibles inversiones contracíclicas. Pero los republicanos creen o quieren hacer creer a la población que en la medida en que la deuda pública se eleve, Estados Unidos se empobrecerá. Una falacia obvia. Un país no es una familia que, si se endeuda con una cara hipoteca, por ejemplo, verá reducido su flujo de ingresos para otros gastos: se empobrecerá. Eso no ocurre en el plano macroeconómico. Si la deuda se eleva, los bajos intereses que tienen que ser pagados en el futuro, representan un traslado de ingresos del conjunto de la sociedad a los dueños de la deuda. Un mecanismo más de concentración del ingreso en los ricos, pero Estados Unidos no será ni más ni menos rico. Puede ser más rico si logra restablecer el crecimiento sostenido. Eso ocurrió al final de la Segunda Guerra, con una deuda relativa mayor que la actual.

El aumento del techo de la deuda ahora podrá al menos mantener el empleo. Las mayorías sí que empeorarán si el techo de la deuda no se eleva, y los gastos se contraen. Así funciona el capitalismo: ahora hay que escoger entre malo y peor.

El arreglo de Obama fue la programación de un siguiente precipicio fiscal para fines de febrero. Si no hay acuerdo para un plazo medio, habrá una fuerte desaceleración en la economía y una lucha política que podría terminar en la Corte Suprema de Estados Unidos.

Para el corto plazo, bajo las reglas establecidas por el capital financiero y defendidas a muerte por los republicanos, no hay más escenario que una crisis peor que la de 2007/2009, cuya salida para Estados Unidos es imposible en los términos con que enfrentó la de esos años. La debacle llegará de la mano de la debacle europea.

Una nueva era empezará, con gigantescas cantidades de capital destruidas, e inmensos contingentes de humanos muertos de hambre, literalmente hablando.

El 30 de diciembre, Krugman se puso sombrío: “La mayor parte de los comentarios económicos que se leen en la prensa se centran en el corto plazo: los efectos del precipicio fiscal sobre la recuperación estadunidense, las tensiones a las que se ve sometido el euro y el último intento de Japón de salir de la deflación. Esta atención es comprensible, dado que una depresión mundial [sería irremediable]. Pero nuestros apuros actuales se acabarán con el tiempo. ¿Qué sabemos de las perspectivas para una prosperidad a largo plazo? La respuesta es: menos de lo que pensamos…

Teniendo en cuenta lo poco que sabemos sobre el crecimiento a largo plazo, dar por hecho simplemente que el futuro se parecerá al pasado es una suposición natural. Por otra parte, si la desigualdad de ingresos sigue aumentando vertiginosamente, estamos ante un futuro distópico [antiutópico] en el que se producirá una guerra de clases, y no es algo que los organismos gubernamentales quieran plantearse. He ahí el tema.