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Ver día anteriorMartes 13 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Baja, Félix
E

l diputado y dirigente sindical Félix Torres Gámez se hallaba maniobrando en lo alto de un poste de madera de los que entonces eran utilizados para sostener los cables de energía eléctrica. Vistiendo su uniforme de trabajo, aquel hombre de trato terso y actitud enérgica a la vez había visto que se aproximaba un automóvil lujoso hacia donde él realizaba una de sus tareas tan cotidianas como riesgosas. Vio que de su interior descendía un hombre entacuchado, según su expresión, y que le pedía bajar: Baja Félix, te quieren conocer. Quien así lo llamaba era el general Bonifacio Salinas Leal, entonces gobernador de Nuevo León. No menor fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que quien lo quería conocer era el general-presidente Lázaro Cárdenas.

La honestidad y congruencia de don Félix Torres había trascendido el ámbito de ese órgano al que los propios presidentes de la República llaman soberanía cuando a él se dirigen (Porfirio Díaz, con grandilocuencia e igual demagogia pero mayor rigor, le llamaba Suprema Representación de la Nación). En la práctica, antes y ahora, ha sido un poder sometido a la voluntad de tales funcionarios y a la de los poderes reales que a uno y otros imponen sus decisiones, como se ha visto con leyes tan impopulares como la reforma laboral a medio camino de su lesiva vigencia para los trabajadores.

El presidente Cárdenas le señaló a don Félix –el don lo empleo con la conciencia de su uso estrictamente meritorio– incumplir con su deber por no hallarse en la sede legislativa. Con el respeto del caso, el primer diputado obrero al Congreso de Nuevo León le respondió que él también era militar y conocía la disciplina del cuartel, pero que en nada faltaba a su responsabilidad como representante popular.

–Yo soy trabajador de base; soy obrero, por eso no estoy ahí. Yo voy y cumplo con mi deber de asistir a las juntas y luego me vengo a trabajar con mis compañeros; a mí no me puso ningún político, militar o licenciado, a mí me llevaron a ser diputado mis compañeros de base.

–¿Regresas a trabajar?, ¿diputado y trabajando?

–Sí, señor, a mucho orgullo, mi general.

–Hombres como tú necesitamos en México, porque todos los que llegan a ser diputados nomás van a ver qué agarran y rascan.

Los representantes populares habían sido despojados de la posibilidad de relegirse (1933) y de tener en el ejercicio parlamentario una posibilidad de servir a la sociedad representando sus intereses y demandas fundamentales; como poder, por el contrario, ya tendían a desprestigiarse. Desde entonces, pocos han sido los que como don Félix Torres han dado a la que debiera ser la suprema representación nacional o estatal motivos para derivar de su función una gran dignidad, y justificar la H de honorable de la que el protocolo la hace preceder, con una conducta ética a toda prueba.

Don Félix no terminó la primaria, pero tuvo la capacidad para dar educación profesional a sus hijos y a los que crió como tales. Una de ellos, Minerva Juana María Torres Villanueva, es la titular de la Defensoría Nacional de la Militancia del PRI, y otro, el oficial con grado de almirante Raúl Santos Galván Villanueva, fue subsecretario de Marina y hoy es diputado federal por ese mismo partido.

Aquel hombre probo era, como diría Brecht, un obrero que lee. Y también un miembro orgulloso de su clase, provisto, además, de la lucidez y determinación necesarias para protagonizar una huelga ardua pero exitosa que permitió al Sindicato de Trabajadores de la Industria Eléctrica, Gas, Agua y Drenaje de Monterrey, conquistar mejores condiciones laborales frente a la empresa –entonces privada y en manos de extranjeros– que explotaba esos servicios. Así valoraba don Félix ese episodio: el año de 1938 se pusieron en juego en Monterrey, las dos fuerzas principales de la lucha de clases y probaron quién tenía más fuerza: el proletariado organizado por un lado y la patronal por el otro; ganó el primero. El testimonio de este líder popular, recogido por Ramón Villarreal Guajardo (Félix Torres Gámez, tiempos de lucha obrera), cobra un significado fulgurante en nuestros días ante el debilitamiento moral y la pobreza material de la clase obrera –dejo a salvo los lunares donde no es así. Una clase obrera cuyos líderes de mayor peso son empresarios ricos que comulgan con lo que los otros empresarios ricos le imponen a los políticos de turno para explotar mejor a los obreros, a la mayoría de los trabajadores y los recursos naturales de este país.

Con una mayor presencia en el Poder Legislativo, en el pasado los obreros no pudieron hacer valer cabalmente sus intereses; hoy menos que entonces. Su número se ha reducido hasta casi desaparecer: en el Senado sólo hay dos senadores de extracción obrera.

La patronal, como la llamaría don Félix, se ha apoderado de las cámaras, micrófonos, planas e imágenes que socializan las ideas de aceptación y rechazo. Al gobierno de Nuevo León, por ejemplo, los patrones le exigen una cruzada contra la corrupción sin asumirse como la mancuerna de la mancuerna corrupción-impunidad. Y aquel los convierte sin más en los representantes de la ciudadanía.

La clase obrera, por el contrario, se mantiene silenciosa, complaciente, sumisa, sin nada que comunicar. Se antoja llamar a voces a nuestros grandes líderes obreros. Aquí convoco a uno de ellos: Baja, Félix, te necesitamos para que le des valor a tu clase hoy tan venida a menos.